Cada vez que la manifestación popular gana las calles, a Milei el relato se le hace trizas. Claro que la esclerosis social, inflamada por la apelación emocional a la que recurre la gestión del algoritmo, desangra la articulación en base a la ficción sostenida por un discurso básico que tiene como único sustento la violencia. Lo que demuestra que a los libertarios los trabajadores movilizados les molestan y mucho.
El armado multisectorial del Frente de Lucha por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios Justos abre un surco de aire fresco en medio de una atmósfera densa, cargada con el aire tóxico del internismo insufrible y la maniquea predisposición a entablar discusiones secundarias azuzadas por la propaganda mediática. Ese filo furtivo, que representa la manifestación organizada, condensa la expresión de un pensamiento que no declina ante la avanzada de lo que muchos insisten en presentar como nuevo e irremediable.
Una gran parte del sindicalismo se niega a quedar atrapado en los laberintos de la política y revive su espíritu insurrecto, no como mero accionar defensivo, sino a través de la construcción de una resistencia que busca una salida hacia adelante sin subordinarse a agendas impropias. El ácido flujo de las operaciones que se urden en los rincones oscuros de los palacios y que se yerguen de espaldas al pueblo, no dinamita la construcción si la misma es alineada con ejes transversales que al mismo tiempo sirven como alimento para un futuro programa de gobierno.
Para muchos, esta semana pasó desapercibido que durante la conferencia de prensa que los integrantes del Frente brindaron en la sede de la Confederación Argentina del Trabajo se plasmó una nueva concepción que retoma la iniciativa, no como un adagio que ilustra la coyuntura sino como una instancia superadora del porte ilustrado, y demandó el establecimiento de acciones éticas englobadas en el principio ordenador de la soberanía. Los escribas de la charlatanería, que se arrogan la representación del pensamiento nacional desde las usinas del progresismo utópico, olvidan que la del peronismo fue precisamente una revolución ética sostenida por la clase trabajadora y no por profesionales de la política.
En este espacio parece existir un germen que recupera para sí el pensamiento nacional. De este modo, la acción termina fortalecida y supera la expectativa de la articulación. La centralidad de la escena no está marcada por los dirigentes que intervienen en ella, claro que son importantes, pero lo que comienza a marcar la diferencia es el sustento del contenido en una Argentina donde se recrea constantemente el sinsentido.
La marcha del último miércoles tuvo un sujeto directo destinatario del enojo: el fantoche ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Adolfo Sturzenegger (el segundo nombre es sugestivo) y también tuvo actores directos en la acción. Las organizaciones sindicales y populares. La identificación no es menor. Es necesario saber quiénes intervienen y quiénes son los que articulan el armado para dejar en claro de qué se trata esta lucha. Argentina tiene declarados enemigos internos, y el actual titular de la cartera de desregulación es uno de ellos. Hasta ahora estaba cómodo; después del último miércoles ya no lo está.
No es llamativo que gran parte de los medios salga a correr atrás de la zanahoria que pende de la mano que extiende Milei. Que le diga “pelotudo” al gobernador Axel Kicillof vende. Pero al mismo tiempo señala la incapacidad que tiene el bruto que ostenta el poder en Casa Rosada para discernir lo real concreto de las representaciones artificiales que le hace el algoritmo. La provocación como ejecución política es una apelación a la reacción emotiva; aun así, es efímera y se desvanece ante la revelación de los hechos.
Milei desangra a la Argentina materialmente: la escena transcurre en La Boca, el muchacho no supera los 35 años. Espera en la puerta de un supermercado chino. “Disculpá que te joda, ¿me podés comprar tres pancitos? Estoy en la calle con mi hijo, perdí el trabajo y me quedé sin nada”. El paisaje se derrumba solo. La violencia que engendra Milei cultiva bronca y esta se acumula en el corazón y en la cabeza. Solo en un país roto se puede naturalizar semejante deshumanización.
La movilización del último miércoles fue contra este imperativo de la irracionalidad civilizatoria. Perder de vista la noción de soberanía como vertebradora de la existencia es perdernos de vista a nosotros mismos. Porque ella es sinónimo de libertad, de consciencia nacional y de amor a la patria. Amar a la Patria es querer al otro, al humilde que fue traicionado por la especulación electoral y que fue hundido en el infierno del materialismo. ¿¡Cómo no nos va a dar bronca ver a miles de compatriotas sumidos en la miseria!? ¿Cómo no vamos a querer putear a Milei y a su séquito de miserables?
Milei arroja sal sobre la herida de una Argentina resquebrajada. Juega al ritmo de su titiritero. Es el muñeco de madera soñando que cobra vida. El pacto con el diablo no va a salvar su alma. Está seco por dentro. La oscuridad de la inexistencia lo doblega, lo somete, lo rompe. Es cruel, sí, y es también cobarde. Solo un cobarde puede sentir goce en la crueldad. Solo un bruto puede usar la fuerza como escudo para proteger su castillo de cristal. ¿Sabe el falso profeta que los Judas abundan en esa tierra de sombras que ocupa como un fantasma despreciado?
En contraposición, hay algo que se repite en estas acciones y que la racionalidad política, la premura por resaltar la objetividad, no percibe: y es la fe. Las y los trabajadores se unen para marchar y lo hacen con alegría, creen en sí mismos y creen en la causa. En cada movilización impera el abrazo, la contención, la sonrisa y la esperanza. La soberanía es creer y creer es tener fe, y la fe del pueblo siempre es revolucionaria.
Entre ruinas nos rescatamos. La mano se tiende para levantar al otro. Nos ayudamos. No es casual que este nuevo bloque multisectorial se llame Frente de Lucha por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios Justos. Si uno toca sutilmente con la yema de los dedos cada palabra, percibirá que allí anida lo esencialmente humano de la comunidad.
Un símbolo del momento: Milei convive con perros imaginarios, no encuentra consuelo entre humanos, entre las personas. Nosotros, en cambio, celebramos el encuentro, nos apreciamos, nos reconocemos, nos esperanzamos. A pesar de todo seguimos ahí, situados. No somos indiferentes al dolor que experimentamos. Lo hacemos carne. Pero estamos vivos y amamos esa vida. El libertario se marchita y pierde su humanidad en el ejercicio de la crueldad como razón política. Está solo y sin vida.
No es el desaliento el que nos moviliza ni es el espanto el que nos une. Se trata de mirar y ver, de sentir. Quizá no tenemos que volver si nunca nos fuimos. Este miércoles pudimos mirarnos a nosotros mismos y estábamos ahí, peleando.
