Opinión

Música ligera

Por Gustavo Ramírez

El dispositivo de bravuconadas, gritos y exaltación de la irritabilidad excusan a los representantes de los sectores reaccionarios de Argentina de brindar explicaciones de fondo sobre sus plataformas de gobierno. Esto se apreció en las dos jornadas de debate electoral, pero sobre todo en la noche del último domingo, donde Patricia Bullrich quedó atrapada en la enredadera del desconcierto político. Javier Milei, por otro lado, reafirmó las “falacias libertarias” anidando en frases hechas y conceptos ideológicos trillados.

Los debates presidenciales, prefabricados y ornados con los lineamientos de corrección política, terminaron por sintetizarse en frases sueltas o en el advenimiento insufrible de la chicana fácil y simplista. Por otro lado, el juego democrático liberal le permitió a los exponentes radicalizados afianzar su normalización social en base a una retórica encendida pero son significante de valor social.

El escenario de la Facultad de Derecho se sobrecargó de solemnidad. Poco importaron los ejes temáticos. En realidad, en función de la programación del debate dada la escases de tiempo y la falta de manejo discursivo por parte de candidatos como Milei y Bullrich, la cuestión se hace monocorde y tediosa. La ausencia de engranajes propositivos y la atracción que ejerce la discusión desordenada y forzada, convierten al encuentro pretendidamente cívico en una largo y aburrido spot de campaña.

En su libro, El Asesinato de la Democracia, el periodista Aram Aharonian, sostiene que “ya Cambrige Analytica (…) había demostrado que provocar ira e indignación reducía la necesidad de obtener explicaciones racionales y predisponía a los votantes a un estado de ánimo más indiscriminadamente punitivo”. Esta lógica, que no es de uso exclusivo de la candidata cambiemita y del  “libertario”, se aplicó como distintivo personal de cada uno de ellos y se normalizó mediáticamente como un sello cultural de la época y es el recurso que ambos utilizaron durante los debates. Sin embargo, ninguno de los dos explicó a ciencia cierta su programa de gobierno.

Resulta curioso pero cuando se pretende hablar de política lo que se logra es no hablar de política. El caso testigo es el de Myrian Bregman que por conveniencia decidió insistir en sostener una postura regresiva que hace énfasis en la discusión ideológica. Salir de ese corcet moralizado y moralizante implica asumir exposición y jugar el juego político que demanda la coyuntura. Pero la izquierda, al menos la izquierda trotskista, se infantiliza al perder noción del eje discursivo sobre la centralidad del escenario político. El funcionalismo mesiánico se descompone cuando tiene que abandonar el universo teórico. Bregman parece no entender que la vida, fuera de los muros de la universidad de sociología, transcurre demasiado lejos de los contorno gorilas de sus postulados.

En contraposición, sin abandonar el acartonamiento, Sergio Massa se mostró sólido, con programa y decidido a ejercer política. Claro está que no evitó la chicana, pero al menos intentó darle un poco de vuelo a una estructura un tanto inverosímil. Está claro que ni la política ni la democracia ganan en contenido, mucho menos se refuerza, en relación a estos debates. La realidad es más complejo y de ello pudo dar cuenta con solvencia en candidato de Unión por la Patria.

Massa expuso sobre un cuerpo de medidas que si bien no implican un cambio estructural sobre el actual sistema, al menos no se sostienen sobre bases de la descomposición social. El Ministro de Economía fue propositivo, pero además supo defenderse con altura ante los ataques retóricos. La que peor parada salió de ese juego fue Patricia Bullrich.

Schiaretti, en tanto pasó desapercibido. Sus intervenciones fueron demasiado insustanciales como reflejo de su propia candidatura. Está vez quiso mostrarse algo más confrontativo pero terminó enredado en las misma maraña que sus contrincantes de Junto por el Cambio, La Libertad Avanza y el FIT. Sus exposiciones son parte  de la carencia de argumentos racionales que padece un sector político en la Argentina que construyó una precaria agenda sobre  la falsa idea de que los problemas nacionales se reducen en el kirchnerismo.

La campaña entra en su recta final, pero no así la puja política. El debate tuvo poco para aportar porque en realidad todo está demasiado claro, sobre todo entre los dos potenciales candidatos a llegar al ballotage: Massa y Milei. El libertario anunció que el ajuste no tendrá retroceso durante su gobierno, lo que hace previsible un escenario de alta conflictividad social. Massa, por su parte, aseguró sin eufemismos que la situación actual es reversible y expuso un mínimo de puntos realizables para avanzar en ese sentido.

Lo llamativo de este plano resulta ser la ausencia de contenido. Algo que parece importarle poco a una franja del electorado, mientras que a otro el carencia la indigna. Pero nada de esto es absoluto y mucho menos determinante. La política responde al aparato electoral como un dispositivo más de la maquinaria de consumos de entretenimientos. Y eso habla del momentos actual: la debilidad de la democracia es proporcional a la decadencia de un segmento de la dirigencia política que encima pretende ser la representación de la transformación social de la Argentina.

No obstante, el sistema tiene capacidad de reabsorción. Todo se recicla. El ejemplo está bien marcado en los postulados que defienden Milei y Bullrich. La “evidencia empírica” se encuentra en la historia. Se avecinan horas importantes para el destino del pueblo, éste tiene en sus manos el futuro de la Nación y el propio. El verdadero debate está en la calle, en el día a día. Por ahora eso parece ser todo, aunque claro, no lo es.

 

 

 

 

9/10/2023

 

Subir