Opinión

La CGT entre el fuego progresista y el programa reaccionario

Por Gustavo Ramírez

El acto en Defensores de Belgrano, organizado por la Confederación General del Trabajo, este último martes, estuvo atravesado por las reglas generales que rigen el presente del Frente de Todos como coalición gobernante. Sin embargo, y a pesar de que no fue uno de esos actos masivos y estridentes, le conducción de la Central puso de relieve que sin el Movimiento Obrero organizado cualquier proyecto nacional hace agua.

Sin ánimos de generalizar, está claro que el sindicalismo argentino no pasa por un momento disruptivo. La situación coyuntural obliga, de cierta manera, al repliegue sobre las propias estructuras. Paritarias, preservación de los convenios colectivos de trabajo y de los puestos de trabajo,  son algunos de los ejes sobre los cuales giran las expectativas urgentes de las organizaciones sindicales. Por otro lado, no hay que equivocar el diagnóstico, como pasó durante el macrismo, el problema de la Argentina no es gremial, sino político.

Algunos seudo-analistas mediáticos suelen concentrarse en las manifestaciones internistas de la CGT y desde allí proveen argumentos alineados con los sectores reaccionarios y anti-populares. Tras las críticas a cierto sector de la Central Obrera, se oculta una impronta hondamente anti-sindical y por ende profundamente anti-peronista. El progresismo suele desnudar sus propias miserias ideológicas cuando pretende analizar al sindicalismo nacional.

No obstante, esto no exime al universo gremial de pensar en sus propias cuitas. Aun así, queda claro que cuando las CGT se moviliza o genera disparadores sociales, como la agenda que se planteó en Defensores de Belgrano, al avispero progresista-liberal-reaccionario, se agita en función de no perder su amorosa pretensión de práctica hegemónica civilizatoria.

Más allá de este universo paralelo que traza la mirada mediática y cierta militancia sobreideologizada, lo importante estuvo signado por los temas centralizados en los discursos de los distintos oradores. La unidad de la central y del campo popular volvió a ser refrendada como una pieza determinante para consolidar cualquier armado que avance en términos políticos-electorales.

Del mismo modo, los cañones cegetistas apuntaron contra el actual acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El tercer eje estuvo marcado por la reforma laboral que agitan los pregoneros de la reacción. En este punto la conducción sindical dobló la apuesta y puso la agenda las reducción de la jornada laboral a 6 horas diarias.

De estos puntos, tal vez el más complejo de definir sea el de la unidad. Incluso hacia adentro de la propia estructura. La ausencia de Pablo Moyano evidenció la puja interna, no solamente en el frente de la CGT sino también en su propio sindicato. La presencia de Hugo Moyano en el escenario del 1° de Mayo contiene un mensaje concreto para el co-secretario general de la Central.

Ahora bien, la CGT dejó un mensaje concreto al campo político: “No somos convidados de piedra. Somos la resultante de un proceso histórico que nació en 1945 donde, mas allá de los derechos sociales laborales y económicos que las y los trabajadores incorporáramos a la memoria colectiva, adquirimos para siempre la participación política y el derecho a ser artífices de nuestro propio destino”.

“El país necesita de más encuentro, más diálogo, aún en el disenso, especialmente para encarar las políticas que nos permitan alcanzar el rumbo con el que todos, sin exclusiones, podamos identificarnos”, reafirmó la Central sindical más importante del país.

Quienes crean que las cúpulas dirigenciales escapan al mandato de sus bases lo único que afirman es su ignorancia respecto al conocimiento del universo sindical. En esta apreciación no hay idealización alguna. Un dirigente sindical debe responder de manera efectiva diariamente a sus trabajadores y trabajadoras, lo cual lo dota de una mirada y una práctica muy distinta a lo acostumbrado hacer por la “política”.

La persistente subestimación del Movimiento Sindical no tiene en cuenta la emisión de mensajes que hacen pie en un programa realmente peronista. Quizá eso sea lo que moleste en verdad. Para la CGT “la verdad histórica es inapelable respecto a la irresponsabilidad con la que se contrajo el endeudamiento, cuyas consecuencias se hacen cada día más condicionantes”. Allí, entonces parece estar parte de la discusión central del presente.

Por ello, para parte del sindicalismo argentino “es urgente una rediscusión de plazos y pautas de las condiciones sobre los servicios de la deuda comprometidos con el FMI. Variables económicas fundamentales, exógenas a la actual administración, sufrieron cambios que alteraron las condiciones que inspiraran las negociaciones originales”.

El desprecio de los sectores progresista-domoliberales-reaccionarios por la clase trabajadora se evidencia cuando se anula toda posibilidad de debate a partir de la ingerencia de análisis que incorporan categorías exógenas a los factores populares. El afiliado y la afiliada no hacen culto del seguidismo, sino más bien,  refirman su identidad social a partir de arraigar el sentido de pertenencia con su organización sindical. Eso es parte de la cultura del pueblo que tiene su origen en los principios nacionales y no en categorías europeizantes.

Así como no se escucha a los pobres, tampoco se escucha a los sindicatos. Mucho menos a la CGT. Cualquier sustrato analítico que pierda de vista el ejercicio político y el capital político, del hacer sindicalismo, contribuye a desnaturalizar el aporte esencial de la clase trabajadora a la realización social. Del mismo modo cuando se pierde perspectiva histórica.

En 1949, Perón definió la estructuración organizativa de la ejecución política nacional en unidad con el conjunto de las y los más humildes. Al darle rango institucional a los derechos del trabajador consolidó los principios rectores de la Comunidad Organizada al mismo tiempo que puso en escena la centralidad del sujeto histórico del peronismo. Algo que en las últimas décadas ha quedado subvertido a los programas de inclusión por ingreso como preponderancia de un modelo progresista más que como proyecto auténticamente revolucionario.

Este martes, evidenciando madurez, la CGT llamó  a construir “un pacto económico y social donde la política con mayúsculas, asuma un protagonismo a la altura de los problemas que atravesamos”.

En ese plano ratificó: “Ese modelo económico social al que aspiramos debe estar basado en la producción que impulse a la economía real, que genere el entorno favorable para que el crecimiento de la inversión no se enfoque en la especulación financiera sino a la generación de trabajo con derechos. Una política productiva inclusiva supone, en el actual contexto globalizado, que nuestro país enfoque sus esfuerzos en generar valor agregado, favoreciendo la exportación de productos intermedios y finales, exportando trabajo argentino”.

Hay algo que define las actitudes sociales. Es el proceso democrático que se vive en las organizaciones sindicales, más allá aún de las contradicciones internas que atraviesan a cada organización. A los dirigentes sindicales los eligen las y los trabajadores. A los periodistas no. Por eso cuando un periodista ejerce el rol de fiscal ideológico se terminan por transfigurar en un agente de reproducción oligárquica.

Es válido sostener esto porque cada vez que la CGT expone su posición sobre ejes coyunturales las críticas arrecian como verdades absolutas. Lo que evidencian no son más que las miserias ideológicas a la que se subordinan quienes reducen la historia y el presente a la representación de micro-climas que se instalan por sentido común como universal categórico. Pedagogos de la colonización cultural y política.

Dentro de la CGT hay discusiones. Existen corrientes internas que tienen miradas distintas sobre la resolución de la actual situación. Pero el sindicalismo, sus dirigentes, no le temen a la discusión. Ella atraviesa de manera constante la actividad. Por otro lado, son muy pocos los que se detienen a pensar que el trabajo del sindicalista además de gozar de mala prensa, no siempre es grato. Se ha instalado la presunción permanente de la sospecha por parte de aquellos que no cargan con el peso de la representación.

En el campo popular, por otro lado, en los últimos años existe una confusión constante -insistimos, pregonada por los sectores progresistas que cobraron protagonismo desde el 2011- para ubicar al enemigo. De la misma manera que el pueblo se tornó una categoría abstracta que no se comprende en toda su dimensión. La razón ideológica, conflictivamente emocional, se diluye ante lo real concreto.

El pueblo existe, es en el suelo que habita. Está ahí. Tiene su identidad. Su biografía. Su razón de ser. Y el sindicalismo, es parte constitutiva de él. De otra manera su etimología, su ontología, la de “hacer justicia juntos”, sería un significante vacío. Lo que se desprecia cuando se menosprecia a sus dirigentes es su soberanía, su independencia. No es casual que ayer, en la cancha de Defensores de Belgrano, las y los trabajadores gritaran “los sindicatos son de Perón”.

Ahí está la razón de no escuchar a los gremios. Ahí está la raíz del “mal sindical”. Ser los guardianes efectivos de la doctrina peronista. Ser el auténtico ADN del peronismo. No desde el purismo, sino de la imperfección popular. Con su humanidad a cuestas. Con sus mitos. Con su religiosidad. Con su contradicción a flor de piel. Con su idiosincrasia rebelde y su naturaleza bárbara.

Es posible que este 1° de Mayo no hubiera mucho que festejar. Sin embargo, cada mensaje que llegó esa jornada expresó el “feliz día” a pesar de todo. Es posible, incluso que haya poco para decir porque hay mucho por hacer todavía. En Argentina siempre hay un volver a empezar desde el nosotros. Eso, de cierta manera, se expresó el la cancha de Defensores de Belgrano. Por eso no es casual que progresistas y pro-oligarcas ataquen a la CGT.

 

 

 

 

 

3/5/2023

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