Pensamiento Nacional

No hay salvaciones individuales en un mundo en guerra Pandémica

*Por Jorge Rachid

El imaginario humano sobre la finitud, la muerte y su prolongación, ha llevado a la humanidad en todos los tiempos, a construir escenarios, sobre su propia permanencia en el tiempo, ya sea de cuerpo o de alma de su paso biológico por la vida.

En esa construcción simbólica los seres humanos en general, lo pensamos desde lo individual, desde nuestros entornos más íntimos y su impacto ante la desaparición física, en donde el mundo ya no será igual: “cuando la muerte existe, la vida no existe y cuando ésta existe, la muerte no” decía un viejo filósofo. Porque la vida trasciende en la memoria familiar, los afectos compartidos en vida, en la inserción barrial o laboral que tuvimos, es decir el mundo ya no será el mismo que antes, porque estuvimos ahí.

Pero la vida y la muerte no son sólo hechos individuales, sino profundamente sociales, de impacto comunitario, en donde la salud de la población es un dato determinante. No existe un individuo sano en una comunidad que no lo es, no puede haber individuos libres en una sociedad esclavizada, no hay salvaciones individuales en un mundo en guerra Pandémica.

Si estos conceptos son compartidos, entonces ni la salud, ni las políticas sanitarias, ni las medidas adoptadas pueden ser instrumentos del Mercado al servicio del lucro, antes que del bien común. Tampoco pueden ser combatidas bajo argumentos ajenos a la epidemiología y la planificación estratégica sanitaria.

¿Pueden ser cuestionadas esas políticas? Claro que sí pero, pero en términos que permitan ampliar la mirada epidemiológica, que incorporen elementos de análisis, propuestas de caminos de investigación a recorrer, que tengan algún rigor científico que permita avanzar como conjunto en una comunidad en guerra pandémica.

Entonces si esto no sucede estamos ante una batalla política, diferente a los planos sanitarios, en los cuales transcurren las propuestas instrumentales de combatir el virus, en medio de la tragedia. Ese ataque a las políticas sanitarias tiene entonces otros fines diferentes a los epidemiológicos, son ataques conducentes a deteriorar al cuerpo social argentino, en dificultar la aceptación de las medidas, a debilitar su cumplimiento y que se consolidan en ésta dirección, en el llamado a resistir por parte de un sector político, que ha decidido colocar de rehenes a millones de argentinos, en función de su especulación político-electoral.

Pero no es sólo una acción puntual, sino que forma parte de una estrategia superior del diseño de poder hegemónico mediático, financiero, económico y judicial, expresión del poder real en una democracia debilitada, por acción continua de pérdida de soberanía en las decisiones, trabas a la necesaria reconstrucción del edificio estatal, para que abandone su perfil colonial, y dependiente, por una herramienta de Estado al servicio de los intereses del pueblo.

Es que la Pandemia ha puesto en evidencia una crisis civilizatoria a nivel mundial, que nos impacta por el grado de naturalización de la muerte que alcanzó a todos los pueblos del mundo, con una lógica de acumulación de las riquezas que produce el hambre de la Humanidad, que además agravia y enferma la naturaleza en su acción sistemática sobre los recursos naturales, apropiándose hasta del agua dulce, elemento vital para la vida de los seres humanos. Ha surgido entonces un límite visible: neoliberalismo nunca más.

Debo afirmar que cualquier proyecto de vida sólo encarna en el pueblo, como conjunto social. Lo individual es antagónico con la vida de los pueblos, lo destruye y pretende en la visión geopolítica de quienes promueven esa ideología neoliberal, colonizar la conciencia colectiva de los pueblos, al fragmentarlos en sus esperanzas, haciendo abandonar un destino común, entre esas utopías que se van dejando en el camino, deshaciendo las esperanzas, consolidando la resignación, dejando caer sin dudas, la solidaridad social compartida.

El impacto de esas conductas neoliberales, transforman la protección de la salud, en una herramienta del Mercado, antes que en el derecho humano esencial que es, como bien social, tanto la atención de la salud como los medicamentos y vacunas.

En ese marco chocan los planetas de las políticas sanitarias, con las políticas locales y la geopolítica, instrumento internacional de análisis y planificación, como campos del conocimiento profundo, que necesita un tema como es la preservación de la vida en todos sus niveles, tanto ambientales, como el cambio climático y del calentamiento global, que dispara Pandemias, hasta la escala de pobreza creciente producto de la financiarización (fondos buitres) de la economía, con masas de trabajadores arrojados a la periferia de la historia, sin destino ni proyecto de vida.

Qué nos impone el mundo como geopolítica imperial, que afecta profundamente la vida de los pueblos: una aceptación pasiva de su condición de colonizados, sumisa a los dictados supuestamente universales, pero que son conducentes a los intereses hegemónicos, en cada ámbito de la vida institucional, desde lo sanitario a los judicial, desde lo económico a lo parlamentario, imponiendo “lo políticamente correcto”, de una institucionalidad cooptada y manipulada, por medios hegemónicos, que llevan a los pueblos por momentos a ser víctimas de sus propios actos, como por ejemplo atacar las políticas sanitarias desplegadas en la defensa de su salud.

Es que la batalla sanitaria es necesariamente cultural, que permite descolonizar los aspectos centrales de una imposición dominante, encabezada por la lógica neoliberal, que ha perforado el concepto del bien común, por el de la salvación individual.

En ese sentido la eutanasia normativa se acerca peligrosamente al concepto darwiniano, de la supervivencia del más fuerte, en éste tiempo sería del más rico, en detrimento del “otro”, siempre ajeno, distante, periférico, perdedor, comúnmente descartable, sin vida propia, en esa visión sólo de sobreviviente sobrante, en un mundo donde no tiene lugar. Inhumano, brutal, criminal es el término de esa ideología del descarte social, una ingeniería social del siglo XXl, más sutil pero no menos trágica, que la del siglo XX, con decenas de millones de muertos.

La pregunta entonces es: ¿En dónde vive la vida en los pueblos? Y decimos: en la memoria colectiva compartida, en la identidad situada, en la concepción y mirada del mundo, en la protección familiar, en la historia oral transmitida, en la religión y en la fe compartida. Todas esas líneas pueden ser comprendidas y profundizadas, pero ninguna de las respuestas desplegadas conduce al Mercado como ordenador social, pero sí se erige necesario como instrumento indispensable el Estado, como planificador estratégico y financiador de las políticas públicas, entre ellas las políticas de salud y su apuntalamiento, la inversión en ciencia y tecnología con investigación y desarrollo, al servicio de los pueblos.

No podría faltar en la descripción de la lucha por la vida, la muerte, la única certeza desde el momento que amanecemos a la vida, todo los demás es acontecimiento sumado, pero esta circunstancia no se la vive en forma cotidiana, porque sería imposible convivir con la idea de la finitud, pero el transcurrir de la vida nos hace asomar a ella de manera diferente.

Acaso no vive Carrillo en la memoria colectiva del pueblo porque abonó una vida al servicio del prójimo, los mismo que los grande líderes como Eva que la quemó en su lucha por la Justicia Social, sin que nadie se atreviese hoy que su memoria ha fallecido, nunca fallece lo trascendente del ser humano que vive para la virtud, decía Séneca en sus Epístolas, por eso algunos mueren en la épica del sacrificio como Leónidas en las Termópilas, como nuestros compatriotas en la Vuelta de Obligado, sabiendo que morir es una forma de vivir por algo.

No se trata de hacer un culto a la muerte, sino por lo contrario apuntalar el culto por la vida y la solidaridad, por la entrega y el compromiso que se hace en vida, la capacidad de enfrentar el destino como Catón o Sócrates, con dignidad, ante los inevitable y no con la vergüenza de Bruto, intentando ganar minutos ante la muerte. Vida digna, muerte digna.

Eso nos lleva a una reflexión final sobre la vida y su trascendencia, que los valores actuales impulsados por el neoliberalismo quieren seguir imponiendo, como cultura dominante, el de la salvación individual pandémica, antes que el esfuerzo colectivo de la batalla final, por la vacunación, que como toda guerra se gana con el concurso organizado del pueblo, caminando la construcción de Comunidad Organizada, como eje estratégico del modelo social y productivo biocéntrico, que conjugue naturaleza con los seres humanos, que recupere la memoria e identidad de Patria Grande, que es como siguen viviendo San Martín, Bolívar y Artigas entre otros, que entendieron la trascendencia como un acto de vida y amor.

 

 

 

*Médico Sanitarista, asesor sanitario del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires

 

26/4/2021

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