Por Redacción
La conformación de una nueva oligarquía tecno-capitalista se afianza en la medida que sus representantes incrementan su rentabilidad y acumulan cuantiosas fortunas. La mayoría de ellos tienen influencia política, después de todo no es el optimismo tecnológico el que mueve al mundo sino el dinero. En este escenario, Elon Musk es la persona más rica del planeta, con una fortuna estimada en US$ 497.000 millones.
El capitalismo global atraviesa una fase en la que el poder económico y político se concentra en manos de un puñado de magnates tecnológicos. Los nuevos oligarcas del siglo XXI —dueños de imperios digitales, financieros y energéticos— acumulan fortunas que superan el producto bruto de decenas de países. La brecha entre el lujo obsceno y la miseria estructural se profundiza al ritmo de las cotizaciones bursátiles y las apuestas especulativas.
En tanto, según el último informe: El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo de Naciones Unidas, el 8,2% de la población mundial, es decir 673 millones pasan hambre. Lo que pone de relieve que el optimismo tecnológico no refleja un proceso de equidad social sino que, por el contrario, agiganta las brechas entre el capital y el trabajo.
Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX, alcanzó en octubre una fortuna de US$ 497.000 millones, casi medio billón de dólares en manos de un solo individuo. El magnate maneja negocios ligados a la energía, el transporte y la comunicación global a través de su plataforma X (ex Twitter), desde la que difunde una ideología que exalta el individualismo y desprecia toda forma de control estatal. Su poder no se limita al mercado: influye sobre políticas públicas, define contratos espaciales con la NASA y el Pentágono, y ejerce presión directa sobre la opinión pública mundial.
Otro de los grandes exponentes de esta concentración es Larry Ellison, fundador de Oracle, cuya riqueza ronda los US$ 320.000 millones. Su fortuna depende del negocio del software empresarial y de la inteligencia artificial, un sector dominado por contratos con gobiernos y corporaciones multinacionales.
Ellison controla, además, cerca del 77,5% de los derechos de voto de la nueva compañía surgida de la fusión entre Paramount y Skydance Media, lo que le otorga un peso decisivo en la industria del entretenimiento global. En 2012 compró el 98% de la isla hawaiana de Lanai, convertida desde entonces en su propiedad privada, símbolo de un poder que se mide en territorios y no solo en acciones.
En tanto, Jeff Bezos, fundador de Amazon, suma una fortuna de US$ 254.000 millones. Su empresa, construida sobre la precarización laboral y la evasión impositiva, domina el comercio electrónico y el almacenamiento de datos del planeta. Su poder financiero le permite manipular precios, condiciones de trabajo y flujos logísticos a escala mundial. A través del diario The Washington Post, influye también en la agenda política estadounidense.
Los creadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, poseen fortunas superiores a los US$ 200.000 millones cada uno. Ambos controlan Alphabet, el conglomerado que define los algoritmos de búsqueda y decide qué información ve la humanidad. En sus manos, los datos personales de miles de millones de personas se transforman en materia prima para un negocio que sostiene la vigilancia digital y la manipulación política global.
Mark Zuckerberg, dueño de Meta —matriz de Facebook, Instagram y WhatsApp—, acumula US$ 223.000 millones, pese a las pérdidas recientes de sus acciones. Sus plataformas concentran la comunicación de más de tres mil millones de usuarios y se han convertido en canales de propaganda, desinformación y control emocional a escala masiva.
En la misma esfera se mueven otros titanes del capital digital: Bernard Arnault, representante del lujo europeo con LVMH; Jensen Huang, fundador de Nvidia, el proveedor central de chips para inteligencia artificial y defensa; Steve Ballmer, exejecutivo de Microsoft; y Michael Dell, dueño de Dell Technologies, vinculado además a Broadcom, una de las mayores firmas de semiconductores del planeta. Cada uno de ellos acumula fortunas superiores a los US$ 150.000 millones, equivalentes al presupuesto anual de varios países africanos juntos.
En conjunto, este reducido grupo de multimillonarios concentra más de US$ 2,4 billones, una cifra superior al PBI anual de América Latina. Su riqueza creció US$ 100.000 millones en apenas un mes, mientras la desigualdad social se profundiza y las crisis humanitarias se multiplican. El capitalismo digital no produce bienestar colectivo sino un nuevo conglomerado de poder económico y geopolítico.
Las decisiones económicas que afectan al planeta se definen en los consejos de administración de estas corporaciones privadas. Ellos controlan la información, la energía y las tecnologías que determinan el rumbo del mundo. Lo que en el siglo XIX fue el capital industrial hoy se expresa en el poder de los datos y la especulación financiera, donde unos pocos deciden quién accede al trabajo, al conocimiento o a la verdad.
La oligarquía tecno-capitalista no gobierna con ejércitos ni parlamentos: gobierna con algoritmos, patentes y servidores. Su poder se impone sin voto ni consentimiento, mientras millones de personas sobreviven sin agua, techo ni alimento. Frente a esa realidad, cada dólar acumulado en sus cuentas representa una derrota de la justicia social y una afrenta al derecho elemental a la vida.