Pensamiento Nacional

El mal absoluto y la geopolítica del ser

Por Rafael Bautista S.

Mientras la invasión a Gaza continúa agendando los planes sionistas, la peligrosa extensividad de este conflicto va más allá de lo regional. Si Netanyahu creía tener todo a su favor, mediante el respaldo de Occidente (que así deja a Ucrania a su suerte, mientras enfoca su atención en el Medio Oriente), Irán acaba de desequilibrar la confianza del gobierno sionista, en tanto Arabia Saudita congela los acuerdos de paz con Israel. Blinken y Biden tratan “comedidamente” de apaciguar a la cúpula sionista (Netanyahu ya lo dijo: USA siempre dará la cara por ellos).

El ejército israelí ya atacó los aeropuertos de Damasco y Alepo en Siria. También se atacó la frontera sur del Líbano, amenazando al Hezbollah. Se sigue bombardeando la franja de Gaza y anuncian los medios militares de Israel que la invasión es inminente y ciertos portavoces señalan que la orden es “terminar con Hamas” y todo lo que ello significa (pues mientras se obliga al desalojo palestino del norte de Gaza, se bombardean las únicas vías de salida a Egipto y, para colmo, Egipto cierra sus fronteras al éxodo palestino).

Es decir y, de nuevo, la lógica suicida del infatuado poder sionista muestra crudamente en qué consiste –porque a ello responde– el carácter exponencial del proyecto de dominación globalista actual (que es, a su vez, la continuidad diacrónica de la civilización occidental y su expresión moderna). Esto requiere no sólo hacer historia o desentrañar las disputas de poder globales sino, sobre todo, penetrar en su núcleo mítico-ideológico, en la matriz misma que fundamenta la dominación imperial que sufrimos, ya no sólo para entenderla sino para desenmascararla sistemáticamente como lo que es.

Fue una de las razones que nos llevó a transitar la reflexión geopolítica, que expone la fenomenología misma de la racionalidad imperialista; pero operamos en ella una transformación conceptual para ya no sólo describir la instrumental lectura estratégica imperial de un mundo revuelto en una crisis de sentido existencial, sino para tematizar y establecer las condiciones de posibilidad de nuestros propios proyectos populares en tanto irradiación civilizatoria, con seria y legítima pretensión universal.

En ese sentido, la definición preliminar de geopolítica que hemos hecho, como el ámbito de tematización de las condiciones de posibilidad de la irradiación del poder estratégico, de la cual se desprende lo que estamos proponiendo como una necesaria “geopolítica de la liberación”, ahora debe abrir su abanico y dar razón de la nueva escenografía que pretende cancelar trágicamente la viabilidad de un mundo compartido; donde la vida no sólo sea posible, sino que sea posible para todos.

Esto implica una reconceptualización que amplifique los propios ámbitos de tematización usuales y situarse en un más allá que nos ofrezca la perspectiva adecuada para visualizar las posibles y más deseables alternativas para nuestros pueblos. En ese sentido, lo que hemos denominado saber estratégico (más allá del mero saber teórico o del epistemológico) encuentra, en el tratamiento geopolítico de la presente crisis civilizatoria, la necesaria multidimensionalidad hermenéutica de interpretación contextual, en respuesta a la hipercomplejidad de un mundo en transición dramática.

En ese sentido, operar metodológicamente una descolonización de la geopolítica, no es simplemente cambiar un concepto por otro sino, como fenomenología que es, remitir la geopolítica imperial a su ultimo ámbito de sentido para, desde allí, desmontar y desencubrir la lógica de sus apuestas, desplazamientos y dinámicas estratégicas. Pero esto requiere, a su vez, hacer autoconsciente el situarse ya, en ese más allá del mundo como determinación existencial del fundamento ontológico de la geopolítica imperialista. Sólo desde ese más allá es que el fundamento del sistema-mundo se relativiza y pueden emerger nuevas perspectivas que hagan posible salir del laberinto cognitivo y epistemológico de la weltanschauung moderno-occidental.

El ser o, más claramente, la geopolítica del ser es, desde Heráclito, lo que los muros son a la polisEl ser es el fundamento que constituye al mundo, haciéndolo a imagen y semejanza suya. Pero esos muros ya manifiestan un cerrarse en sí mismo. Por eso, ese tipo de mundo se determina como totalidad y, como totalidad cerrada, la única forma de su expansión va de encierro en encierro; porque abrirse significa abrirse a lo inaudito para la totalidad: el infinito, ese más allá que no es nada sino novedad. Y la sola idea de lo infinito relativiza la consistencia misma de toda totalidad.

En ese sentido, los muros no son simples muros porque, en ultima instancia, no manifiestan la negativa a entrar sino la imposibilidad de salir; porque salir es abrirsebrindarseapertura del compartir común, con nos-otros y los otros. La geopolítica imperial es un círculo vicioso donde toda expansión no hace más que reafirmar un nuevo encierro. En el caso de la geopolítica imperial moderna, la cosa se agrava porque se trata, además, de una antropología, es decir, los muros establecen las fronteras de humanidad admitida por la clasificación antropológica racial del “humanismo” moderno. Los muros separan “el jardín de la jungla”, Josep Borrell dixit.

La totalidad entonces es, por definición, ontológica, y su expansión es geopolítica. Esa es la geopolítica del ser: el diseño centro-periferia. El centro es el “jardín” y la periferia es la “jungla”, la selva, donde sólo hay “salvajes” según la clasificación antropológica moderna, más conocida como racismo. Por eso se trata de un humanismo inhumano que señala, a quienes no cumplen con el arquetipo antropológico, como “indeseables”, como una “amenaza” que hay que acabar; de ese modo, genera los escudos morales que confieren heroicidad a la aniquilación de los indeseables que, como son siempre una “amenaza”, su aniquilación es siempre vista como una “defensa”.

Por eso la totalidad ontológica hace de esa aniquilación su ley, su nomos y, en nombre de la ley, el asesinato del otro ya no es asesinato, el crimen ya no es crimen, el genocidio se hace legítima defensa. Heráclito se hace actual: hay que “luchar por el nomos como por los muros de la polis”. Desde Parménides hasta Hegel, el ser esel no ser no es, o sea, el ser debe ser, mientras que el no ser no debe ser. Esa es la geopolítica del ser que ahora la vemos en la respuesta sionista a la reciente operación “Diluvio de Al Aqsa” que protagonizara Hamas y que, como en el autoatentado a las torres gemelas, la respuesta de la geopolítica del ser al mundo se constituye en la verdadera amenaza:Yo les voy a ensenar lo que es el terror, el miedo y la guerra”.

Por eso podemos hablar del mal absoluto. ¿Cuál es la incompatibilidad más rotunda que separa al mal del bien? El mal no tiene límites porque no se pone límitesno admite límites. Esto implica una lógica de “mala infinitud”, que le permite sostener un hipotético “eterno retorno” y, de ese modo, hacer del circuito vida-muerte un duelo dramático. El mal se fetichiza, pues el drama consiste en confundir todo, el mal se vuelve el bien y el bien se vuelve el mal; el maniqueísmo es el resultado como consagración de un apetito infinito de destrucción.

Por ello, el tratamiento teórico que hace Hanna Arendt nos resulta limitante, cuando relativiza el mal en cuanto banalidad. Esto puede suceder en el mal doméstico y hasta corporativo, pero no cuando el mal se hace sistema, es decir, sistema-mundo. Esto que se manifiesta en su propia geopolítica antropológica, es la expresión más acabada de la totalidad ontológica con capacidades infinitas de dominación (recordemos: el Imperio no lucha por algo, lucha por todo y, si no puede tenerlo todo, lucha para que nadie tenga nada). El mal absoluto no admite límites y, por ello mismo, tampoco le detiene su propia autodestrucción; por eso hasta puede hacer del martirio y de la autoinmolación, la moneda de intercambio global.

Sólo así entendemos que, en la aparición del actual extremismo islámico, tuvieron mucho que ver las agencias de inteligencia occidental, como la CIA, el MI6 o el Mossad. Incluso la llamada Yihad o “guerra santa” procede más de la Cristiandad latina que de la expansión musulmana. En ese sentido, se hace trágico, históricamente hablando que, si el emperador Adriano se propuso acabar con los judíos en el 135 e.c., expulsando a su élite, destruyendo el templo de Jerusalén y cambiando el nombre de Judea por el de Siria Palestina, sean ahora los judíos colonizadores, en su gran mayoría ashquenazís, descendientes jázaros (o sea no semitas, pues incluso Asquenaz, en la propia genealogía de Noe, es nieto de Jafet y no de Sem, de quien provienen los semitas), quienes se propongan ejecutar el propósito último del emperador romano Adriano.

Aniquilando a los actuales palestinos no hacen otra cosa sino acabar con el remanente judío (siguiendo las sugerentes investigaciones de Shlomo Sand y otros) que se quedó en Israel después de la destrucción romana de Jerusalén, el pueblo llano que, mezclándose con los otros pueblos, aparecen como los verdaderos herederos judío-semitas que el supremacismo sionista pretende ahora liquidar.

Tomando la analogía de éxodo, que ahora lo protagoniza el pueblo palestino, el actual faraón sería ahora un judío-sionista y sus sacerdotes los “erev rav” del rabinato fundamentalista (y el cabalismo de derecha), que operan también en los oscuros lobbies de los poderes financieros (estos olvidaron que Elohim está siempre con el perseguido y, si pretenden ver alguna señal divina en este genocidio con apariencia de “defensa”, deberían recordar aquello de: “… y endureció el corazón del faraón”).

Ahora, más que nunca, el sionismo ha arrastrado al todo el judaísmo a ya no merecer la cobertura moral que les brindaba el haber sido víctimas del holocausto nazi; porque el nuevo genocidio que están desatando contra el verdadero remanente semita de tierra santa, los convierte en verdugos y dejan, sin ninguna justificación ética y moral, la recurrencia a su continuo victimismo.

El mal absoluto necesita legitimarse mediante meta-relatos que sostengan la imposibilidad de la convivencia mutua. Por eso, en el caso del supremacismo sionista (que tiene curiosamente orígenes cristiano-fundamentalistas en UK y USA), se creó artificiosamente la idea del odio milenario entre árabes y judíos, mediante la maniquea interpretación de la separación entre Isaac e Ismael. Pero ejemplo de convivialidad relativa, entre musulmanes y judíos, por siglos, fue el califato de Al-Andaluz, la posterior España (¿quiénes fueron los que abrieron sus puertas a la expulsión de judíos de España en 1492 sino califatos musulmanes, como el otomano o los del norte de África?).

El argumento cristiano-imperial de la reconquista fue el modo de borrar esa experiencia e instalar en Occidente la idea siempre amenazadora de la invasión islámica como un peligro para la civilización; cuando fue, más bien, gracias a la transmisión cultural y el magisterio científico y filosófico árabe-musulmán que se civilizó Europa.

¿Qué hacemos frente al mal absoluto, sabiendo que no admite límites en sus apuestas, pues su máxima ventaja consiste en el chantaje general, la amenaza que cierne sobre todo y sobre todos, es decir, envolver al mundo en un callejón sin salida, donde sólo la sobrevivencia, a cualquier precio, sea lo único que cuente?

A esto hay que añadir que el ingenuo optimismo extremista no advierte, porque no vislumbra las coordenadas de las dinámicas geopolíticas que, en la cartografía del espacio estratégico, si se trata analógicamente de un tablero de ajedrez, no juega un solo jugador sino dos e incluso muchos más y que, ese tablero, además, es un terreno minado. En tal caso, una jugada, por más brillante que aparezca, puede acabar estallando, con todo el componente humano involucrado en esa jugada. Así como es fácil azuzar a la gente mientras se está de observador, así también se hace irresponsable, no estando en medio del asunto, incitar imprudentemente a la colisión definitiva.

El dramatismo del conflicto trasciende la simple restitución territorial y, para quienes desplazan el acento religioso del conflicto, hay que señalar que es tan religioso como político, tan político como cultural, tan cultural como histórico, tan histórico como espiritual; porque se trata de un asunto de sobrevivencia y eso hace que estén involucrados todos los componentes de la existencia misma de los implicados. En tales términos no hay resolución simple.

Con o sin la operación reciente de Hamas, los planes del Estado-nación sionista pasan por la expulsión del pueblo palestino. En nuestro último artículo (https://kaosenlared.net/el-9-11-sionista-y-la-solucion-final/), la hipótesis de que el ataque de Hamas sea un operativo tipo “falsa bandera”, se va corroborando en la medida que aparecen testimonios de una serie de advertencias que, por ejemplo, hizo el gobierno de Egipto al Mossad israelí sobre el operativo del Hamas.

Esto llena ciertos huecos, no todos, de interpretación de los hechos recientes: el gobierno de Netanyahu aplacó las protestas y la crisis desatada respecto a la polémica reforma judicial, logró constituir un gobierno de unidad nacional y, lo que más le importaba, tener argumentos para invadir justificadamente la franja de Gaza.

Entonces, hacer caso omiso de la información de los servicios secretos sobre un operativo militar de parte de Hamas (sabiendo además que esto merece meses de preparación ante las narices de una de las mejores agencias de inteligencia mundiales, como es el Mossad), era parte del laissez fair-laissez passer estratégico-instrumental que se necesitaba para acelerar una “solución final” travestida de respuesta victimista. Por eso se dice: no hay nada más peligroso que un poderoso haciéndose la víctima.

Ahora más que nunca la respuesta política de nuestros pueblos debe saber reponer aquella dimensión olvidada, ignorada y descuidado de todo proyecto de vida. Todo proyecto político que es, en definitiva, un proyecto de vida, contiene una dimensión espiritual, siendo ésta la verdadera fuerza de lo político. En el caso de una política de dominación (que constituye a una nación, como su determinación política, de modo vertical), no es su alarde militar su verdadero poder, sino lo que es capaz de mover, incluso, a sus ejércitos a la guerra.

Se trata de una voluntad de poder que, como metafísica de la dominación, revela un tipo de espíritu anti-espiritual, porque se propone destruir todo lo que, de espiritual, contiene la existencia humana. Y esto empieza por anular al pueblo en tanto que pueblo, es decir, deprivarle de sus capacidades trascendentales de transformación revolucionaria. Por eso el sistema-mundo, todavía vigente, que se resiste a su desaparición, despliega un espiritualismo de derecha, que sólo promueve la salvación individualista, como evasión del mundo y sus problemas.

Pero la verdadera espiritualidad sólo encuentra su plena significación cuando es capaz de trascender la mera apuesta por la salvación individual hacia un proceso de liberación común. Por eso, sólo cuando lo espiritual se determina como política, cuando aquello que, de sagrado, hace posible a una política de liberación, es cuando se descubre lo que de transformador y creador contiene la potencia popular (sin intermediación política que reduzca al pueblo a la mera obediencia).

Los místicos sugieren esta posibilidad, pero no advierten lo que políticamente significa eso, porque desconfían de lo político, por los prejuicios que instala muy bien el mal absoluto incluso en los sabios. Pero los místicos nos enseñan algo que, llevado a lo político de la existencia, confiere y unge a un pueblo con un conocimiento decisivo: cada uno, en comunidad y sin mediaciones, puede hacer ceder a la objetividad del mundo, cuando se constituye en masa crítica.

Lo que se juega es decisivo para la humanidad. Por eso en la franja de Gaza se escenifica, como en Ucrania, los planes del genocidio que Occidente pretende desatar en contra de toda la humanidad; por eso no es raro el acento abiertamente fascista que han desatado ambos escenarios. El núcleo duro del arco sionista-anglosajón, que ostenta el poder financiero global es el que le ha declarado la guerra a toda la humanidad, deshaciéndose primero de lo que consideran sobrantes en su anhelado “nuevo orden mundial”.

En ese contexto es que se diluye el reproche moral contra las acciones de los grupos radicales como Hamas, y aparecen como la respuesta desesperada –y hasta irracional– ante lo que se viene. Eso es lo que produce dramáticamente la escalada de violencia e impunidad de la dominación, dejando a las víctimas con el único recurso que se admite como moneda de intercambio disuasivo, obligados a reproducir la violencia, como único lenguaje que entiende el opresor. Pero, aun así, la desproporción no es cuantitativa sino cualitativa. En el caso de las víctimas, hasta la venganza tiene límites. Ese no es el caso de la violencia ontológica. Por eso se trata del mal absoluto.

Hoy el régimen sionista se encuentra cercado por la opinión mundial (hasta en Israel se empiezan a distanciar sectores de la sociedad civil, porque es también la propia sobrevivencia estatal y nacional la que está en juego); como decíamos, el tablero geopolítico es un campo minado y ningún movimiento es infalible. Hay más gente que despierta, porque lo que se presencia es inaudito e injustificable.

Eso no significa caer en esa confianza ingenua que le hacía ver, a la izquierda por ejemplo, en toda revuelta, la antesala de la revolución definitiva. Hay que aprender a moverse de modo estratégico, utilizar la fuerza del poderoso contra él mismo. Y que nuestros pueblos recuperen la fuerza de los ancestros para que la historia despierte como esperanza inobjetable. Porque si el enemigo triunfa, como decía Walter Benjamin, “ni nuestros muertos se salvarán”.

 

 

 

 

*Pensador latinoamericano. Autor de: “El tablero del siglo XXI. Geopolítica des-colonial de un orden global post-occidental”, CICCUS ediciones, Buenos Aires, Argentina. Dirige “el taller de la descolonización”.

17/10/2023

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