Qatar 2022

Campeones del pueblo

Por Gustavo Ramírez

No están los posibles guionistas, dijo alguno por ahí.  No hay un Fontanarrosa, un Soriano. Pero claro, esta historia es a la vez muchas historias. Es la historia personal y la colectiva. Es un abrazo interminable entre todos. Entonces, no se necesitan guionistas para escribir la historia, porque cada suma de las partes escribe y escribió la suya. Seguramente esas plumas habrían dado un aporte distinto a lo que experimentamos este domingo. Pero más allá de eso, cada argentino escribió, con sus propias palabras, cada paso que dio durante este fin de semana tan eterno como inolvidable.

Qatar fue un hermoso mundial por distintos motivos pero sobre todo porque además salimos campeones. Pero parte de lo importante no pasó por allí. Lo real concreto, lo palpable, estuvo en las calles argentinas.  Para muchos la final comenzó a jugarse desde el primer partido con y a pesar del debut dramático. Pero la fe popular es inalterable por eso la consigna desde un principio fue: elijo creer.

La pertenencia con esta selección se gestó de abajo hacia arriba. Lejos de las redacciones inmundas y parasitarias. Muy cerca del barrio. Donde seguramente los escribas de lo anti-argentino no llegan. El pueblo creyó y como lo muestra la historia, el pueblo no traiciona ni abandona a quien se le brinda por entero. Como bien dijo Scaloni, este equipo, esta selección, jugó y ganó por el pueblo. Y eso fue tan fuerte que se sintió hasta en Bangladesh.

No hay manera de explicar lo que ocurrió este domingo si no es con el corazón en la mano. Incluso desde el sábado, cuando las emociones afloraron, muchos no metimos en un sube y baja. Recordando, por ejemplo, lo que fue el ’86. Para otros, esto era absolutamente nuevo. Y si nosotros teníamos a Maradona, hoy las “nuevas” generaciones lo tenían a Messi. Lo loco, es que a pesar de todo, ninguno de los dos dejó a nadie en banda.

Se podrá analizar con la fría razón sociológica que los espacios que no cubre la acción política son absorbidos por fenómenos culturales que además tienen arraigo popular. Será por eso que los pibes de la selección hayan elegido ir a festejar el próximo martes al Obelisco. Para estar cerca de aquellos millones y millones que no los dejaron solos y creyeron.

Durante el partido lloramos y reímos y volvimos a llorar. La final no se jugó, para nosotros, la final se vivió. Nos conmovió. Sobre todo, en el caso personal, cuando Valentín, de 10 años regó de lágrimas su rostro tras el empate de Francia. Entonces apelamos a esa religiosidad popular, a nuestro Dios y sus ángeles paganos, para que la situación se revierta. El abrazo del final, el que produjo el gol de penal de Gonzalo Montiel que nos consagró campeones, se llenó de lágrimas de felicidad.

Y no caemos. Todavía la piel está sensible. Como no estarlo. Las calles se tiñeron de celeste y blanco. El orgullo de ser argentinos. Con nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y nuestra vulgaridad. Si Cristian Grosso, vos como Pasman también la tenés adentro. Así que bobo, andá pa allá. Nosotros festejamos y puteamos y reímos y lloramos y se lo dedicamos al mundo entero y a la gorilada que siempre está en contra.

Tal vez este tipo de notas debería adaptarse más a la formalidad de la escritura. Pero al mismo tiempo que se escribe las sensaciones persisten en la boca del estómago. Y en la cabeza las imágenes se suceden. Ahí está la procesión de las y los argentinos, de las familias celestes y blancas, por el puente Pueyrredón. Esta esa congregación mística a la eterna 9 de Julio. El grito único que hace temblar a la tierra: Dale campeón, dale campeón y el inquebrantable “el que no salta es un inglés”. Así, todo caótico, como debe ser.

Esta selección derribó mitos futboleros que no vienen al caso enumerar. Pero al mismo tiempo construyó su propia mística y su propia épica, que en realidad es también nuestra. Es curioso, pero todos nos sentimos artífices de este campeonato. Como si cada uno, desde su propia intensidad, desde su experiencia de vida, desde sus ritos mundiales y cabalas, hubiera aportado a la construcción del triunfo.

Es más, está selección cumplió con el mandato maradoniano de la argentinidad al palo y nos unió en la felicidad y en el orgullo de ser argentinos. Destruyó el discurso, apropiado por la oposición política, del derrotismo permanente y la narración de que la Argentina, los argentinos sobre todo, no somos queridos en el mundo. Esa civilidad ilustrada quedó fulminada este domingo y a muchos les va a costar demasiado continuar con esa figura que desprecia lo argentino. El peso más fuerte de esa impronta textual es Mauricio Macri, el mismo al que el saber popular vinculó con la mufa y que él tan galantemente contribuyó a alimentar. De eso no se vuelve.

No hay demasiado lugar para análisis del juego. En todo caso quedará para más adelante. Lo que existe y lo que es se sintetiza en felicidad. Sobre todo porque cada partido fue un sufrimiento, un drama. Pero es nuestro sufrimiento, nuestro drama. El que nos demuestra que estamos vivos y que somos humanos. Como dijimos en una nota anterior: el mayor logro de Scaloni fue humanizar a sus dirigidos y a la selección. Maradonismo puro.

Y todavía seguimos derramando lágrimas. Porque sí. Porque somos argentinos y argentinas y eso no se negocia con nadie. Pero lo hacemos porque estamos felices. Felices por las pibas y por los pibes que nos enseñaron a creer, por los jugadores y el cuerpo técnico de la selección y por nosotros.

Salud Argentina y gracias Selección.

 

 

 

 

 

19/12/2022

 

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