Opinión

Volver al peronismo con Perón

Por Gustavo Ramírez

El 9 de julio de 1947, Perón declaró la Independencia Económica. Más adelante, en 1952 cuando presentó el Segundo Plan Quinquenal declaró: “Un plan de gobierno para que tenga alma debe tener una doctrina, ya que la doctrina nacional es la verdadera alma colectiva del pueblo”.

Para un sector del progresismo cómodamente instalado en el centro de la coalición electoral Unión por la Patria, la distinción del programa económico se elabora por fuera de los principios doctrinarios y se arraiga en los conceptos del keynesianismo como modo de representación de la modernidad económica a la que califican de heterodoxa.

La cultura del derrame promete mayor participación estatal en el asistencialismo, asume la inclusión por ingreso y fomenta el consumo como término absoluto. La impronta “desarrollista industrialista” pone de relieve la producción para la  exportación que dinamizará el mercado interno a través de la conservación de dólares que serán utilizados, no como reparto de la riqueza, sino para la compra de insumos importados. La economía se segmenta y se relega a un segundo plano el mercado interno y al circuito virtuoso de producción, comercialización y consumo.

La verdad peronista N° 16 sostiene: “Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social”. Para Perón “la doctrina peronista entiende que los fines permanentes e inmutables de comunidad nacional organizada, son la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación”.

Es simple. El peronismo estableció que la economía es un medio y no un fin. La herramienta revolucionaria será la política. El alejamiento sistemático de la Doctrina Peronista,   que las corrientes internas del campo nacional adoptaron como dogma de la modernización, contribuyó en el devenir histórico a sostener disputas internas que tergiversaron el pensamiento de Perón y su marco de acción. Lo que permitió la práctica del “entrismo” liberal y demoliberal, reduciendo al Movimiento Nacional Justicialista a una estructura partidaria laborista al estilo europeo.

Sin una comprensión profunda de Perón, de su pensamiento y de su ejecución política ¿cómo es posible que lo que hoy se denomina peronismo sea peronismo? La musculatura de los hechos denota una colonización cognitiva interna que degrada al espectro general, colectivo y sustancial del Movimiento. El ejemplo más notorio se adjunta con la suscripción del pensamiento demo-liberal al anclaje ideológico que subordina al Movimiento Obrero al rol de furgón de cola del proceso político. Esto se hizo notorio sobre todo durante la segunda etapa del “kirchnerismo” en el gobierno y se acentuó en su último período. Fue igualmente notorio como durante el gobierno de Alberto Fernández, la premisa volvió a plasmarse bajo la cubierta de discursos y acciones políticas poco robustas.

Perón siempre fue claro y malinterpretado, en 1953 ante una delegación de representantes sindicales de la Unión del Personal de Panaderos y Afines, expuso: “Nosotros tenemos que recurrir a la organización popular. Por eso yo quiero que el sindicato de panaderos, de metalúrgicos, el de los textiles, el de la construcción y todos dentro de cada sindicato, desarrollen el sentido de solidaridad”.

En febrero de ese año en una conferencia sobre el Segundo Plan Quinquenal difundida por Radio del Estado y la Red Argentina de Radiodifusión, el General explicó: “Nosotros creemos que el proceso económico-por lo menos en nuestro país- es un proceso de creación permanente de riquezas y que ellas deben ser concomitantemente distribuidas, a fin de que la economía sirva al bienestar social”.

A continuación añade que “vale decir que si crecen las riquezas, debe crecer el bienestar del Pueblo. El ideal del equilibrio económico del Justicialismo no puede ser, entonces, estático o permanente, sino dinámico. SI crecen las riquezas, o sea la renta nacional, como inmediata consecuencia, debe crecer la renta individual o, mejor aún, la renta familiar”.

Por último, Perón subraya que “si crece la renta nacional y no se incrementase la renta familiar, deberíamos pensar que la economía no es social, o sea que la economía se ha constituido en un fin como en el sistema capitalista, y no en un medio que sirve al bienestar común mediante la redistribución de bienes que se efectúa por medio de una eficiente Justicia Social”.

Estas definiciones son claves para comprender como es factible la implementación de políticas nacionales dirigidas a la grandeza de la Patria. Al mismo tiempo ponen de relieve que la riqueza debe ser repartida equitativamente entre quienes la generan que son, principalmente, los trabajadores. Lo cual no quiere decir que se tenga que prescindir al empresario. La política del peronismo es integral en función de un objetivo común.

En los fundamentos del Segundo Plan Quinquenal se puede apreciar una definición del rol estatal: “El Estado en relación con las actividades económicas de producción, industria y comercio, auspiciará preferentemente la creación y el desarrollo de las empresas cuyo capital está al servicio de la economía en función del bienestar social”.

Hay una reproducción ideológica que insistentemente decide obviar el pensamiento de Perón para recalar en identidades pedagógicas que nos son ajenas, aunque contribuyan a entender la coyuntura. Esta omisión es parte de un aparato cultural que justifica las desviaciones políticas y de pensamiento que han propiciado el escenario actual.

En el catálogo frentista del progresismo se explaya la idea que el “peronismo doctrinario” es de “derecha”. Desde esta perspectiva no hace más que vaciar de sentido el significante peronista al mismo tiempo que se obtura la organización del Movimiento Nacional para establecer categorías de pensamientos que terminan por enajenar la constitución formativa de cuadros de base.

Una vez más. La insistencia en asumir la representación de un pensamiento que no le es propio a la identidad peronista diluye todo programa nacional. El keynesianismo termina en el mercado y no en la felicidad del pueblo. Pero al mismo tiempo borra la distinción del enemigo. Se asume la puja política e ideológica como una rencilla discursiva, intoxicada por la dinámica de redes sociales, lo cual evita la confrontación frontal con los enemigos de la Patria.

El interés nacional también queda subordinado a expresiones vacías de contenido. El mejor ejemplo de ello se dio, en el período anterior, en torno a las vías navegables, donde el concepto de soberanía quedó atrapado en las redes de la mercantilización del relato para eludir así el debate estratégico de fondo. Las miradas torcidas del internismo febril promovieron debates de espalda al conjunto del Pueblo y cedieron terreno al avance de un esquema reaccionario que fue sistemáticamente subestimado.

La reproducción del pensamiento colonizado se explaya en la constante proliferación de la propaganda del enemigo. La indignación moral progresista cae con candorosa inocencia en todas las trampas mediáticas posibles sin subsanar los “errores” conceptuales. Por momentos se prefigura una mapa de interpretación social sumido en el micro clima de la virtualidad y ello no hace más que darle valor específico al pensamiento del enemigo. Hay más preocupación por difundir las ideas de quienes aborrecen al pueblo y a la Patria que de aquellos que desde el pensamiento nacional asumen la necesidad de reconstrucción nacional.

En tal sentido la frivolidad del pensamiento de Javier Milei es ensalzada para justificar la reproducción de la propaganda de su ideología. El diagnóstico oscila entre varias bandas de conceptualizaciones confusas. En este esquema, hay quienes temen quedar poco “modernos” a la hora de establecer un pensamiento relacionado con lo propio y ser acusados de dogmáticos. Es que al no comprenderse a Perón se confunde doctrina con dogma.

El escenario de pobreza actual, propiciado por el propio accionar oligarca y que el presidente promete agudizar, así como la destrucción del sistema productivo industrial, que ya se encontraba amenazado, y la ausencia de garantías institucionales que promociona en los cabarets libertarios el Jefe de Estado (que detesta al Estado), configuran el mapa de un caos que nos acerca al abismo de manera furtiva.

La reorganización del Movimiento Nacional Justicialista no puede esperar. Sobre todo porque las alternativas que se barajan al modelo impuesto por Milei y compañía tienen salida por el centro, lo que significa la perpetuidad de un sistema agotado. Por lo tanto, se asume que marchamos hacia una sociedad de idénticas condiciones donde se corre el riesgo de que la resignación termine por ganar la partida. El agotamiento produce individuos enfermos.

El plan del peronismo no debe estar encausado en la mirada electoralista. Esa simplificación ha significado la derrota en diversos planos. Por el contrario, es necesario escapar de la trampa liberal para asumir la representación genuina de los intereses de la clase trabajadora. Para ellos es necesario que el peronismo restablezca sus principios doctrinarios y asuma un programa estratégico planificado.

Perón lo dejó establecido en su exposición ante la Cámara de Diputados en diciembre de 1952: “La planificación argentina se diferencia fundamentalmente de la planificación capitalista, teórica y prácticamente imposible, y de la planificación colectivista, en los siguientes aspectos:

a) –no se abstiene frente a los intereses o actividades sociales, económicas y políticas del Pueblo;

b)–no toma la dirección total de las actividades sociales, económicas y políticas del Pueblo;

c)–dirige la acción del Estado y auspicia, promueve o facilita la acción del Pueblo”.

Un dato importante para establecer como premisa el valor de un programa con planificación es dejar en claro el significado de la Tercera Posición, que no se restringe solo a la perspectiva geopolítica como muchos afirman. Esta concepción se traslada al ámbito político económico interno con especial énfasis. De allí que la praxis peronista cuente con la organización popular a partir de la participación explícita de las organizaciones libres del pueblo.

La unidad de concepción debe quedar consolida a través de la Doctrina Peronista si se quiere vencer al enemigo que avanza sin tapujos contra los intereses de clase trabajadora que son los intereses de la Patria. Los hace, además, consolidando estereotipos y propagando conceptos rebuscados producidos por el sentido común. Para romper con ello urge unir criterios alrededor de los principios doctrinarios y afianzar el combate en la unidad de acción.

Perón, en ese sentido, dejó un legado: “Para que la unidad concepción se traduzca en unidad de acción, se necesitan tres elementos fundamentales para conducción: El conductor, sus cuadros y la masa organizada”.

En los marcos de la reorganización del Movimiento Nacional Justicialista es imprescindible involucrar al conjunto del pueblo. No hay peronismo posible si el rearmado del peronismo se produce de espaldas a la clase trabajadora. El conjunto del pueblo deber estar involucrado en el resurgimiento del Movimiento y debe ser pleno guardián de la causa peronista que se expresa en la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. No como enunciados abstractos o teóricos, sino como realidad efectiva.

Es así como lo dispuso Perón: “Es menester que cada argentino sea un conocedor del Plan, sea un mentor del Plan y sea un censor en la realización del Plan. Solamente así será posible conseguir la absoluta unidad de acción en el cumplimiento de esta tarea que común a todos los argentinos”.

La verdadera libertad económica solo se pude dar con la liberación de las fuerzas productivas nacionales bajo la dirección orgánica del peronismo. El liberalismo es enemigo de la libertad del pueblo por eso urge volver a Perón y a su doctrina. Sin peronismo la Patria no tiene futuro.

 

 

 

 

 

 

Fuente de citas: Economía Peronista, Ediciones Fabro, Buenos Aires 2022.

 

 

 

 

20/2/2024

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