*Por Guadi Calvo
Aquello de: “La verdad es la primera víctima de la guerra”, cómo pocas veces se ha verificado en el conflicto ucraniano, en los que los medios internacionales han decidido ocultar las razones de la decisión de Moscú de detener de manera definitiva la guerra que el régimen de Kiev, como testaferro de la OTAN, lleva contra las repúblicas, pro rusas, de Donetsk y Lugansk, que ya tiene ocho años y ha sobrepasado los quince mil civiles muertos, además del constante acoso de los Estados Unidos y sus socios europeos a las fronteras de la Federación de Rusia, quien ha decidido con esta acción, poner coto definitivo a dichas políticas, impidiendo la incorporación de Ucrania a ese organismo.
Desde su fundación en 1949, Ucrania, ha tenido un solo objetivo: la destrucción de la Unión Soviética, lo que si bien lograron en 1991, intentaran lo mismo con cualquier otra forma de continuidad nacional, que desequilibre la unipolaridad de los que los Estados Unidos gozaban desde entonces y la que justamente fue rota por el presidente Vladimir Putin, en Siria en agosto del 2013, tras la acción de falsa bandera, que quiso responsabilizar al presidente Bashar al-Assad del ataque con armas químicas contra población civil en el barrio damasceno de al-Ghutta, en que se estima murieron 1500 personas, con lo que Barak Obama consideró suficiente, para intervenir abiertamente en el conflicto que ya llevaba tres años y no había sido resuelto a su favor.
La dura advertencia del presidente Putin, disuadió rápidamente a Washington, propinándose una de las más escandalosas reculadas de las que se tenga memoria. Desde entonces, Rusia y el presidente Putin han ido en ascenso en la política internacional, todavía sin alcanzar la representatividad de los tiempos soviéticos, pero si lo suficiente para terminar con la unipolaridad y ganarse el odio eterno del Departamento de Estado, que considera al presidente ruso como su mayor enemigo.
Ucrania, por propia decisión se ha convertido en el campo de batalla para esta nueva guerra fría, que como ahora vemos ha alcanzado temperaturas tropicales. La incursión rusa que en pocos minutos se cargó casi ochenta de los objetivos a destruir entre ellos la fuerza aérea, la marina, aeropuertos, instalaciones como puentes, centros de comando y control, incluyendo la flota de drones turco Bayraktar, se demora en las áreas urbanos para generar la menor cantidad posible de víctimas civiles.
Lo que da tiempo a la prensa atlantista a destacar las pérdidas rusas, mil, dos mil, tres mil hombres, cientos de blindados, docenas de helicópteros y aviones ¿Quién da más? Provocados por las fuerzas ucranianas que solo habría recibido algún que otro magullón, lo que no ha impedido que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski denunciara, por todos los medios posibles, que la OTAN, lo había dejado solo, para más tarde anunciar que estaba dispuesto a reunirse con el presidente Putin, para más tarde anunciar que no estaba dispuesto a reunirse con el presidente Putin, sin duda respondiendo a algún tirón de orejas proveniente del Departamento de Estado. Aunque ahora parece que habría aceptado, otra vez más, reunirse en la frontera con Bielorrusia con un enviado de Putin.
Sin importarle los ciudadanos de su país que, imbuidos de un espíritu ruso fóbico, cuidadosamente labrado por millonarias campañas mediáticas, hayan respondido al llamado de armarse con lo que tengan, para resistirse al “invasor”. Sin duda un gesto heroico de muchos ucranianos, que no han podido o querido reconoce que los verdaderos invasores son los que desde 2013 le vienen prometiendo amor eterno, entiéndase ingresos a la Unión Europea y a la OTAN y que, a la hora de la hora solo les envía armas o solo cascos, como en el caso alemán, siempre tan pragmáticos a la hora de la realidad. Mientras que varios países de la Europa blanca ya han hecho conocer que aplicaran medidas restrictivas para quienes pretendan buscar refugio en ellos, se estima que más de cinco millones de ucranianos intentan dejar su país, por lo que Reino Unidos, siempre tan pragmáticos a la hora de la realidad, acaba de anunciar que no recibirá refugiados ucranianos que no cuenten con familiares directos ya establecidos en la rubia Albión.
Muchos consideran que ya cumplidos cuatro días de lanzada la operación rusa sobre Ucrania, sus avances han sido extremadamente lentos gracias a la resistencia de los locales, sin querer entender que esa lentitud, que no es tanta, ya que se producen combates en barrios periféricos de Kiev y prácticamente han tomado la segunda ciudad del país Járkov con poco más de dos millones de habitantes, Putin necesariamente quiere minimizar al máximo las bajas civiles, lo que desesperadamente precisa Joe Biden, y su nuevo monito aullador Volodímir Zelenski, que desde la sorna al llanto ha implementado toda la panoplia actoral que le han dado sus años de payaso, para mostrar al mundo la perversidad de este nuevo Hitler, emergido de los sustratos del reino de las siberias o quizás alguien mucho peor un Stalin reverdecido. Por lo que teniendo en cuenta los pruritos de Putin, para evitar las fotos de civiles aplastados por bombas y tanques rusos, el fin de las acciones sin duda van a demorarse varios días más.
Por ahora las medidas de occidente más allá del envió de armas, no pasaron de sanciones económicas intentado doblegar a Rusia, sabiendo occidente que desde el punto de vista militar no lo van a lograr si la OTAN pretende resolver la cuestión solo dentro de las fronteras ucranianas.
Los nietos de Stefan Banderas
Junto a los primeros movimientos incentivados por el Departamento de Estado norteamericano en Ucrania, que durante meses se instalaron en la Euromaidam o plaza de la Independencia en el centro de Kiev, hasta la caída del presidente Víctor Yanukovich en 2014, los manifestantes no se privaron de nada: Desde utilizar francotiradores para asesinar tanto civiles que se oponían al golpe como agentes policiales, hasta desplegar las viejas banderas del nacionalsocialismo, que con tanto orgullo enarboló Stefan Banderas, el secuaz ucraniano de Adolfo Hitler, que junto a los comandos paramilitares de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) perpetró un genocidio en escala al que su guía espiritual, realizaba en otras partes de Europa, al tiempo que operó contra el Ejército Rojo, masacro polacos y continuó con su ideario hasta que finalmente y felizmente fue eliminado en Munich según se cree en una operación de la KGB.
Desde la caída de Yanukovich, quien había prohibido el culto a Banderas, la figura del líder nazi se entronizó en los gobiernos que se sucedieron en Ucrania incluido el de Zelenski. Con su imagen en ristre, los fascistas ucranianos articulados en organizaciones paramilitares como el Batallón Azov, Práviy séctor (Sector Derecho) y otros grupos terroristas, avanzaron contra las repúblicas de Donetsk y Lugansk, donde no han dejado crimen por cometer, acompañados y protegidos por el ejército ucraniano.
Es con estos elementos fascistas junto a los posibles despojos del ejército ucraniano, a lo que se le sumarán mercenarios occidentales provisto por la norteamericana Blackwater o como se llame ahora y los infalibles muyahidines wahabitas, siempre tan ubicuos para lo que la CIA les mande, serán los protagonistas de una segunda fase de la guerra que la OTAN por intermedio de Zelenski le ha declarado a Moscú.
La que es evidente que los atlantistas, si el conflicto no se desmadra a una guerra de gran escala entre Rusia y la OTAN, (el presidente Putin, ya habría ordenado a las fuerzas de disuasión nuclear a ponerse en alerta máxima) y sin necesidades de testaferros establecerá una guerra a la afgana, donde los milicianos entrenados, financiados y provistos por Washington y sus socios, en un terreno extenso, Ucrania es el país más grande de Europa, sin contar justamente a Rusia, con quien comparte tiene 1580 kilómetros de frontera, los que tendrán que ser escrutados sin descanso por la seguridad de Rusia, que conoce muy bien la solución afgana, que tanto le ha rendido a sus enemigos.
*Periodista: Línea Internacional
28/2/2022