Opinión

Realidades paralelas

Por Gustavo Ramírez

Sin novedad en el Frente

El Frente de Todos parece atrapado sin salida en los propios laberintos de los microclimas que cada vértice de la coalición genera permanentemente. Mientras tanto, por fuera de esa trampa palaciega, lejos de los protocolos de la rosca política en la que se enredó el frente gobernante, los acontecimientos ponen de relieve la inconsistencia del andamiaje para responder a necesidades sociales concretas.

Los tres vértices que convergen en el gobierno parecen líneas paralelas que luchan por engullirse entre ellas aún sin tocarse. Ante el estado de situación, se pierde demasiado tiempo en buscar culpables internos, mientras en la calle, más que clamor de candidaturas electorales lo que empieza tomar temperatura es el malestar. Las disputas internas no son parte de las preocupaciones de los actores sociales que en la diaria buscan como salir del acorralamiento que impone la dinámica de la supervivencia.

El recurrente viaje al pasado cercano como horizonte posible que traza, en cada ocasión que puede la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, no termina de generar expectativas esperanzadoras si el enunciado no se enmarca en un proyecto que realmente implique una transformación estructural real en el presente. El futuro queda muy lejos. A pesar de los buenos gobiernos populares del período 2003-2015 estos no pudieron, por acción u omisión y por condiciones objetivas, erradicar del mapa político nacional el trazado grueso impuesto por el neoliberalismo de los ’90.

Sin desmerecimiento de las condiciones políticas que evidencia Fernández de Kirchner, lo que se repite es un esquema reducido de conducción y liderazgo que redunda en la ausencia de un programa estratégico que posibilite desmantelar el andamiaje colonizador que impera desde hace años en nuestro país. Las mejoras de superficie no han tenido impacto en las condiciones estructurales y se manifiestan como una deuda impaga para con los sectores populares.

Es cierto que enfrente está la oligarquía con todo lo que ello implica. No obstante, este no puede ser el condicionamiento permanente para no ampliar las bases de participación popular dentro de un esquema político reducido a una expresión electoral. La carencia de propuestas para el presente diluyen las expectativas sobre el futuro. A eso se le agrega el aditamento de las ruptura interna que tienen  repercusión en la gestión de gobierno incluso dentro de las distintas áreas ministeriales.

El protagonismo mesiánico que asume Cristina Fernández de Kirchner, embelesa a las tropas propias más que al conjunto de las fuerzas populares que pisan el territorio donde las palabras no alcanzan. La cita de las gestiones pasadas no resuelven los problemas actuales, ni explican la política del parche que impone la administración actual.

Cristina impone la comparación permanente entre gobiernos. Esto le permite justificar su distanciamiento de Alberto Fernández “rompiendo sin romper”. Sin embargo, no le alcanza más allá de “clamores de micro climas”. Despegarse del gobierno e incluso del Frente de Todos es separarse también de las responsabilidades históricas. En ese sentido, ninguno de los tres vértices que componen el gobierno parecen haber aprendido del pasado reciente.

El micro clima suele perderse en la adoración de las apariencias. Por ende, las resoluciones tácticas y estratégicas pueden perder con fuerza vigencia estructural, sobre todo porque se coloca por encima del presente sin abarcar la totalidad de los problemas, precisamente, porque se interpone una realidad paralela alejada de la realidad social. La arenga tribunera tiene efecto mediático pero no político, mucho menos social sino promueve la aplicación de políticas efectivas para cambiar radicalmente la situación actual. Se sobrevalora el diagnóstico y se fetichizan identidades que no amalgaman pero no unen.

Los discursos que ostentan macartismo reproducen viejos vicios ideológicos que fueron determinantes para la derrota del 2015. Una lección que no terminó de aprehender el diputado Máximo Kirchner  que pierde el control de la lengua cuando espera el reconocimiento de la tribuna. Es el mismo dirigente que desde el 2011 a la fecha no deja de señalar al Movimiento Obrero, sin tener medida de lo que ello significa. Adepto a la cultura política del Yo alimenta un retórica virulenta, demasiado simbólica, cerrándole la puerta a la unidad, más como capricho ideológico que como pensamiento estratégico.

Si la proyección inflacionaria para fin de año hecha por el Banco Central se cumple -un reciente informe de la entidad atisba un 100 % para el cierre del año- ninguna retórica o impostura interna evitará que el malestar social se pueda transformar en bronca. Los posicionamientos iluministas que abrevan en el neodesarrollismo no han encontrado una resolución eficaz al desbarajuste inflacionario. Se hace lo que se puede y se tragan los sapos que la coyuntura demanda. Programa de solución, no hay. Se puede tensar tanto la cuerda que si se corta se corre el riesgo que el Frente de Todos se coloque por fuera del Movimiento Nacional.

 

Lo real concreto

La movilización masiva del último viernes llevada adelante por la Federación Marítima, Portuaria y de la Industria Naval de la República Argentina,  al ministerio de Transporte, precedida por un paro nacional, puso de relieve que la disputa que parte del movimiento obrero comienza a gestar no está  signada solamente por demandas salariales sino por el modelo de país.

Lo inevitable parece predecible ante una coyuntura donde las políticas oficiales están dirigidas a palear situaciones con parches. El tema es que prexisten condiciones estructurales que necesitan ser abordadas de manera integral e incluidas en un programa de gobierno nacional.

¿Cómo es posible que la coalición gobernante, que llegó a Casa Rosada por la lucha y la militancia de gran parte del Movimiento Sindical, de la mano de la clase trabajadora que resistió los embates del neoliberalismo macrista, no tenga presente la necesidad de quebrar los mandatos que, en el sector, dejó como seña dicho modelo?

No hay un solo frente del ámbito que haya sido abordado con seriedad en estos últimos tres años. Pero tampoco se lo hizo en años anteriores. La política portuaria, marítima, fluvial y naval se ha sostenido desde la década de los ’90 sin grandes sobresaltos. Vale sostener que la gestión de Néstor Kirchner devolvió a los gremios hoy nucleados en la FeMPINRA los convenios colectivos de trabajo. Pero ello fue solo una parte de un engranaje que se logró restructurar.

El sostén del Decreto 817 gestado durante el gobierno menemista y la vigencia de otro decreto, el 870 de 2018, denotan que la estructura neoliberal no sólo no fue desmontada sino que existió la voluntad política de mantenerlo como estatus quo. La pregunta es por qué no hubo decisión, durante los gobiernos populares, de barrer con el estatuto neoliberal.

En una coyuntura geopolítica compleja, donde el mundo se convulsiona pero el sistema no se rompe, resulta algo más que llamativo que no se comprenda que la extensión geográfica de la Argentina no termina en las fronteras terrestres. A principios de año cuando se agitó la discusión alrededor de la vía navegable troncal del Paraná se bastardeó el sentido esencial del concepto de soberanía. Se pensó un problema del siglo XXI con categorías del siglo XX, sin hacer un repaso crítico de los avatares que confluyeron en el actual estado de situación.

A ello hay que sumarle que cuando los sindicatos del sector evidenciaron los problemas estratégicos que se contrajeron a partir de la ausencia de políticas que revirtieran el proceso de entrega de la navegación de nuestros ríos y nuestros mares, así como el repliegue de la industria naval y la transnacionalización de la política portuaria, fueron relegados y señalados con el dedo índice por los fiscales ideológicos que copan las usinas del movimiento nacional.

Lo que las falsas discusiones no ponen de relieve es que Argentina no ha perdido su soberanía: perdió el manejo estratégico de sus aguas y del comercio exterior. Es decir, cedió toda posibilidad de reclamar soberanía sobre ejes concretos. Por eso no alcanza con reivindicar para el Estado a la “hidrovía” sin posibilidad que por ella naveguen buques de bandera nacional, construidos en astilleros argentinos que no tercericen su producción a países como España o China. Hay muchas maneras de permanecer en el estadio pre-peronista.

Los analistas dominicales obviaron, en sus habituales columnas, poner el centro en lo importante y determinante para el proyecto de país. Por el contrario, se ciñen al protocolo fetichizado que genera la opulencia discursiva diseñada para embelesar a los propios. En tanto, el problema subsiste. El Frente de Todos permanece de espalda a los ríos, a los mares, a la industria naval que es industria pesada nacional y a sus puertos. En definitiva es darles la espalda a las y los trabajadores del sector y es negarse a salir de la coyuntura para discutir un modelo de país pensado desde la periferia al centro y no al revés.

 

 

 

 

8/11/2022

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