Por Gustavo Ramírez
“El viejo río que va
cruzando el amanecer”/ Cosechero, Ramón Ayala
Muchas veces de manera subrepticia la intelectualidad progresista suele preguntarse ¿Dónde está el pueblo? Claro no lo ven porque le viven dando la espalda. Si estuvieran de frente a él se darían cuenta que está ahí. Está en el principio de la historia y en el suelo. Es la tierra misma. Es lo que muchos por derecha y por izquierda no quieren ver y se niegan a reconocer.
“Donde están los trabajadores está la Patria”, dijo Evita. Esa síntesis hermosa, humana, profundamente política, ética y convertida en un hecho de fe, englobó a la perfección lo que el pueblo significa para el peronismo. No para esa farsa que insiste en construirse a partir de una narración sobre sí misma, sino en la realidad efectiva que se enciende como himno sagrado en el corazón de ciento de miles de almas que día a día sudan, sangran, se alientan, se motivan, se viven y son.
No es la nomenclatura del goce tan sensible a los mediocres cantares de la clase media desclasada. Es la vida que late en las calles a todas horas, es la emoción de un abrazo celebrado en la cultura del encuentro. Porque el encuentro no está en los estudios de la TV paga, esa que se critica y a la que los perros obedientes le dicen que si sin pestañar, cuando diseña falsos debates. Es la ética del pueblo, la que no traiciona a quien no lo traiciona.
Este 18 de Octubre fue el día más peronista de los últimos dos años. Donde miles de trabajadores y trabajadoras quedaron en el camino producto de una peste que golpeó bajo y depredó lo que pudo depredar en sintonía con un sistema que promueve la infección en la clase trabajadora para exterminar todo conducto conector que implique emancipación y la verdadera libertad.
El pueblo es el trabajador ocupado, la trabajadora desocupada, la mano de la compañera tendida para darle de comer a los pibes del barrio, el obrero de a pie que después de cumplir con su horario de trabajo, aunque el sueldo no le alcance para llegar a fin de mes, sigue de pie armando los “platos” de una olla popular para acercárselos a quienes el sistema neoliberal dejó fuera del juego. El pueblo trabajador es misericordia y es un corazón que late en función de la comunidad.
La marcha que conmemoró el Día de la Lealtad expresó el sentir inquebrantable del Movimiento Obrero, no puede quedar resumida en preconceptos racionalizados por la apatía ideológica en “reclamo y reivindicación”, porque esta expresión popular fue determinante: Quien deja de lado a la clase trabajadora se queda solo o sola; quien reniega de los trabajadores y sus organizaciones sindicales no llega a abarcar la profundidad de acción del pueblo. Otra vez: DONDE ESTÁN LOS TRABAJADORES ESTÁ LA PATRIA. Es el límite del seguidismo y de los personalismos.
“El subsuelo de la Patria sublevada” se volvió a expresar y lo hizo con mensajes contundentes: Desarrollo, producción y trabajo y unidad. Una unidad que se construye de abajo hacia arriba y que a pesar de las diferencias no deja a nadie afuera. Y allí hicieron flamear sus banderas los “poetas sociales”, los descamisados, los libertadores de la Patria. Hermanados en un solo gran cuerpo popular con miles de almas que padecen las carencias que promueve el sistema. Ese sistema que tiembla cuando el trabajador, la trabajadora, hacen latir a la tierra.
Estas marchas no se pueden analizar desde los convencionalismo periodísticos. No hay manera, ello sería traicionar su esencia. La de este lunes es una marcha que hay que vivirla, olerla, sentirla, respetarla honrarla, hacerla propia. Porque en los último seis años este pueblo trabajador viene poniendo el hombro, como lo hicieron nuestros viejos y porque lamentablemente también sigue poniendo los muertos.
Aunque no lo parezca esta marcha, que fue de alegría, de fiestas, de democracia social, también fue de lágrimas, por los que no están pero también por los que no se rinden. Por los que luchan día a día para que a sus pibes, que son los nuestros, no los abrigue el frío del descarte y la desolación. Asimismo, en ese sentido, fue la marcha de la esperanza.
Fue también la marcha de la reivindicación del sindicalismo, ese al que muchos, desde la comodidad ideológica, le tiran piedras, desprecian y no se preocupan por conocer y entender. La CGT, guste a quien le guste es el “nosotros”, sin comprender eso las criticas exacerbadas se convierten en ataques soberbios cargados de pedagogía neocolonial.
Este lunes, el pueblo trabajador legitimó a la dirigencia de la CGT, apoyó la unidad y le mostró lealtad frente a los agravios propios y extraños. Así como cada trabajador y cada trabajadora legitima a sus dirigentes en sus respectivos gremios. La clase trabajadora peronista volvió a demostrar que Perón no se equivocó cuando abrazó a los trabajadores y a sus organizaciones sindicales.
Los que ayer añoraban un peronismo sin Perón, hoy desean un peronismo sin sindicalismo y eso es puro liberalismo. El Movimiento Obrero vuelve a trazar la ruta del camino a seguir, quien no lo quiera ver es por que elige conscientemente no hacerlo. Está claro: hay una sola CGT y los sindicatos son de Perón. Por eso el Movimiento Sindical es hoy el guardián de la doctrina peronista, esa que se olvida cuando se convocan a Plazas bajo consignas progresistas que le dan vuelta la cara al pueblo usando fechas como el 17 de Octubre para celebrarse a si mismos.
El sindicalismo peronista, con sus contradicciones a cuestas, se mueve por el “nosotros” no por el “ella” o el “yo”. El Movimiento Obrero todos los días abraza ese nosotros. Muy pocos saben lo que significa estar frente a un gremio, lo que la mayoría de los dirigentes dejan en el camino para brindarse en todo al nosotros. Así como también lo hacen los actores de los Movimientos Sociales a los que despectivamente se les llama “planeros” o “piqueteros”. El reduccionismo del amo precariza el pensamiento si no se rompen las cadenas del sometimiento cultural.
La realidad nunca podrá ser entendida desde una pantalla o a través de la opinión de falsos comunicadores que le roban el perfume caro a su opresor para sentirse parte de una fiesta donde solo componen el papel de bufones. La realidad solo puede entenderse si se vive. Muchos de nosotros no alcanzamos a llegar a fin de mes pero sabemos que no estamos solos, que tenemos un compañero o una compañera que nos va a sostener y no nos va a dejar caer.
Ese valor inconmensurable no se consigue con anuncios, cargos en las listas o debates pestilentes en los medios empresariales, se consigue en el pueblo, en el trabajo, en el suelo, en el conventillo, en la historia. No hay lugares comunes en la expresión de la clase trabajadora, tampoco merece ser idealizada. Cada uno de nosotros, de nuestros viejos, de nuestros hijos, merece ser feliz y libre de verdad, y esa felicidad y esa libertad vive en el peronismo, porque Perón luchó junto a cada uno de nosotros, para hacerlo realidad y efectivo.
La movilización de este lunes silenció muchas ideas bastardas de iluminados que caminan por las calles de los barrios adulando su propia sombra como pregón irrefutable. Quien caminó las calles este lunes, que olió a pueblo, sintió al vida correr por sus venas, vio ojos encendidos en felicidad a pesar de la adversidad coyuntural y entendió que la fe y la esperanza nos son un discurso de postulados mesiánicos. Al mismo tiempo pudo escuchar el himno del corazón del pueblo trabajador: Estamos en la Patria porque somos ella en el amor que le tenemos.
El General estuvo ahí y Eva encabezó cada columna sindical y social. Ellos estuvieron con nosotros como mi abuelo, como tu hermano, como tu vieja, como la abuela, como el tío, como la hermana. Como mañana van a estar los hijos, las hijas. Ese nosotros gigante que nos abraza desde ese 17 de Octubre donde todo cambió para siempre.
Fue un día peronista, eso es todo y es más que suficiente, aunque muchos lo nieguen para cantarse a si mismos.
¡VIVA PERON, CARAJO!
Esta nota está dedicada a los trabajadores y trabajadoras que todos los días nos enseñan como se defiende la Patria.
En memoria del Mono Torretta.
18/10/2021