*Por Jorge Rachid
“Quien nomina, domina”, vieja reflexión que nos permite introducirnos en uno de los temas más espinosos de la denominada batalla cultural, que encontramos en el lenguaje corriente de la política, sin profundizar su significado, que generalmente remite a cuestiones puntuales del acontecer diario.
Cuando hablamos de cultura dominante neoliberal de los últimos 45 años, no hacemos referencia a un término ideológico sino a un conjunto de posiciones de poder, que van determinando lenguajes y conductas, que a su vez desplazan identidades previas y naturalizan esquemas sociales, que después son trasladados automáticamente, colonizando y borrando memorias.
“Si el medio es el mensaje, el comunicador popular es el verdadero relato social”, nos desarrolla Luis Lázaro en su libro la Geopolítica de la palabra. Entonces los medios se convierten en los campos de disputa del relato y en nuestro caso la hegemonía monopólica de instrumentos de comunicación emerge pétrea, lo cual implica, a nivel masivo que atraviesa todas las capas sociales, la implantación de un relato único.
La terminología utilizada a diario, la confección de tapas murales repetidas hasta el cansancio por los medios propios del hegemonismo y reproducidos por quienes lo confrontan, con consignas camufladas de información que se instalan en el inconsciente colectivo, sumadas a la mentira, la distorsión informativa y el ocultamiento, hacen que sólo aparezcan en el firmamento palabras, que hacen a esa intencionalidad política colonizadora, que insisto no es sólo cultural, también económica e institucional.
Cuando se llama a “defender la República” por ejemplo como idea rectora, fija e inmutable, sin dudas merecería el análisis profundo de que se entiende por tal concepto, porque la concepción republicana de equilibrio de poderes, se ha fracturado por el posicionamiento de los factores de poder en el seno del Estado y de la presión internacional, para responder al paradigma economicista neoliberal, construyendo en décadas un Estado Colonial. Es la determinación del Consenso de Washington, dando por finalizada la etapa de los golpes militares de los años 60, hacia la democracia limitada al Mercado de los 90.
Entonces ante la falta de opciones transformadoras vitales en democracia por sujeción a un esquema cerrado de soberanía cercenada, se derrumba el republicanismo proclamado por el cipayismo colonizado y emerge el pueblo con la consigna de Patria como elementos que conforman lo contrario a lo “políticamente correcto”, porque recupera palabras enterradas como Liberación Nacional, desde donde se comienza a reconstruir el imaginario de la Patria Grande y se vuelve a colocar el cuidado del medio ambiente como eje solidario de reformulación social, jerarquizando la relación de los seres humanos con la naturaleza.
Ésta Madre Tierra, ha sido agraviada por la acumulación infinita, sin techo ni límites humanos, de un sistema capitalista financiero que ha enterrado los sueños de generaciones, al llevarlos desde el relato y desde la palabra, hacia la lógica del consumismo voraz y del individualismo egoísta, en esa búsqueda de mercantilismo y felicidad boba, construida como objetivo estratégico de lograr la diáspora social, que fragmenta y diluye memorias.
Reconstruir la memoria colectiva del pueblo, conlleva a recuperar la palabra perdida, desde los conceptos familiares transmitidos de generación en generación, hasta los sociales solidarios que constituyeron la identidad cultural del siglo XX, desde el irigoyenismo al peronismo.
Todo puede discutirse en democracia, sin ningún obstáculo temporal o de oportunidad, dado que es justamente el marco democrático el único que permite el despliegue de la palabra. Sin embargo cuando algún compatriota quiere plantear por ejemplo la reforma agraria, ya las voces hegemónicas atacan la sola idea, sin intentar siquiera saber su contenido, su reflexión ni sus objetivos.
No interesa, ni se escucha, sólo se determina que eso no se discute, como tampoco la nueva Constitución o los servicios públicos. Es democracia entonces que determinados temas no puedan discutirse? Al margen del espacio político de plantearlos o no, para el tiempo actual. Plantearlos siempre como caminos estratégicos de construcción de un modelo social y productivo solidario y soberano, sin demandas actuales pero como objetivo, construye el marco esperanzador de la Comunidad Organizada hacia fines de emancipación soberana. Si no se pueden expresar, entonces la democracia ha sido intrusada, por el relato del colonizador y el eje institucional República se desmorona.
No es casual que una de las medidas más simbólicas que definió al anterior gobierno neoliberal haya sido la exclusión en los billetes, de los próceres o no tanto, de nuestra historia, pero que es nuestra, que nos da identidad y fija la memoria, que siempre los procesos colonizadores quieren borrar. Es cuando definen el lenguaje nuevo, la terminología que acaba cambiando hábitos, que seducen con una nueva modernidad, que sólo es una vieja dominación de los pueblos, sobre supuestas centralidades que nos hacen aparecer como “periféricos”.
Eligen entonces enemigos creados en el imaginario común, como los mapuches o los trabajadores organizados sindicalmente, desclasando a los excluidos y quitando derechos sociales adquiridos, pero hablan de República y se llenan de expresiones como el respeto a las instituciones, como la Justicia que ha sido avasallada y corrompida al servicio de los intereses concentrados.
La República funciona para los integrados, para aquellos que aceptan jugar las reglas preestablecidas por 50 años de dominación neoliberal. Mover un solo ladrillo de ese edificio desata una guerra nuclear, contra quienes lo intenten, porque se les desmorona una construcción de una República, al servicio de los intereses concentrados y hegemónicos.
Heder Cámara el obispo brasileño decía: “si hablo de la pobreza, los fieles se conmueven, pero si planteo eliminarla, me acusan de comunista”. Casi peronista porque ampliar derechos significa terminar con la pobreza, no subsidiarla, mucho menos aún el acostumbramiento a la convivencia indiferente con el dolor social profundo incólume, ante los ojos de sus compatriotas. Indigentes, vagos, negros, desclasados son terminología de aceptación naturalizada en un bombardeo mediático que incorpora un racismo social cotidiano, que lleva a la violencia entre pares.
Cortar calles para hacer visible una protesta social es “inadmisible”, pero cortar una ruta para presionar al gobierno y debilitarlo es saludado como la revolución de “los decentes”.
Es entonces cuando los sectores trabajadores integrados, comienzan a repetir las palabras de los opresores, en parte por miedo a quedar fuera de esa integración y convertirse en la marginalidad que ven y en parte porque al afianzarse el individualismo también comienza a jugar, la defensa del lugar conseguido.
El colonizador entonces ha logrado fisurar la solidaridad social activa a través del combate mediático sistemático contra todos los sistemas solidarios, en especial salud y educación que llevaron años de construcción social, de organizaciones libres del pueblo, que nunca pudieron quebrar ni vencer y que por esa razón siempre el peronismo constituyó el “hecho maldito del país burgués”.
Ese país burgués en palabras de J.W.Cooke, intenta ser naturalizado como el país como una totalidad y quienes para el colonizador no integramos el mismo, somos la barbarie del siglo XlX de Mitre y Sarmiento, para quienes la civilización era todo lo que venía del exterior, al revés de los griegos que calificaban de bárbaros a todos los extranjeros. Somos definitivamente los criollos “vagos y mal entretenidos”.
Entonces la palabra es la herramienta a recuperar en la lucha cotidiana por la soberanía, nuestro lenguaje que constituye capital político propio, alejado de la agenda del enemigo que manipula y construye sentido de sumisión. Es la geopolítica de la cultura que en nuestro caso viste ropaje americano, mestizo, moreno, criollo profundo, imbricado en síntesis con las corrientes inmigratorias que dieron perfil de identidad y memoria de lucha a la Liberación de la Patria Grande de nuestros Padres Fundadores, cuyos sueños integrados fueron arrebatados por la armada anglosajona, que nos fragmentó en el siglo XlX y consolidó en el siglo XX, como su “patio trasero”.
Dejar de ser perro nos decía Jauretche, aunque muchos compatriotas se entusiasman con el cambio de collar, porque siempre es más fácil de transitar y menos costoso socialmente. Pero el peronismo como síntesis de unidad del movimiento nacional de Patria Matria Grande constituye el motor necesario de la recuperación de sueños y utopías, que llenan de esperanzas las mochilas de los hombres y mujeres de nuestra Patria, para abandonar definitivamente el ropaje colonizador y decir Neoliberalismo nunca más, en una lucha constante por la Justicia Social y Soberanía Política que damos diariamente.
*Médico Sanitarista. Asesor sanitario del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
5/7/2021