Por Gustavo Ramírez
El sofocante calor de la última semana sólo se compara con el asfixiante dispositivo de disciplinamiento y represión que montó el gobierno cambiemita en el período 2015-2019, sobre las organizaciones sindicales. Claro que esto no es nuevo, reproduce los esquemas planteados por la élite oligárquica luego de la violenta y criminal destitución de Juan Domingo Perón en 1955, en función de preservar los intereses de una dirigencia política adicta a la injusta distribución de la riqueza, proclive al saqueo de los recursos del pueblo y fanática del imperio financiero.
Que Marcelo Villegas expresara, tal cual Micky Vainilla, en una reunión de agentes reaccionarios su deseo íntimo de crear una Gestapo para enfrentar a las organizaciones sindicales no es producto de un desliz o descuido de incontinencia verbal, sino que responde al programa de gobierno que desplegaron los neoliberales en dicho período. Tampoco es casual la analogía trazada por el súbdito de María Eugenia Vidal, la simpatía de la oligarquía por el nazismo no es nueva, se puede rastrear a los largo de la historia nacional con ejemplos muy palpables.
Cambiemos entonces y Juntos por el Cambio ahora, se monta sobre el traje liberal para salir a ponderar un sistema democrático constituido sobre los ejes de una diatriba segregacionista que se desliza sobre la pista de hielo delgado que construyó la élite oligarca a los largos de los años a través de postulados erigidos sobre arenas movedizas. Uno de ellos fue esgrimido por Reynaldo Pastor, representante del Partido Demócrata, que en su estrafalaria dimensión ideológica conservadora, demandaba durante la década del cuarenta “democracia para los demócratas”.
El piso fundante de esa conceptualización emerge con Sarmiento en su Facundo y se expanden a los largo del tiempo adquiriendo diversa valoraciones, pero lo que subyace, aún en la superficie, de manera pornográfica es el programa civilizatoria que entiende que las clases populares no son dignas para conducir los destinos del país, este debe estar en manos de los hombres y mujeres probas de las élites.
Con esos criterios básicos nació la Unión Democrática de la mano del radical José Tamborini, quien pretendió enfrentarse con Perón con el apoyo del embajador Braden. Como el pueblo lo aleccionó a través de las urnas apoyó económicamente en 1951 al General Benjamín Menéndez en el levantamiento contra el líder popular . Posteriormente hará lo mismo para solventar el Bombardeo a Plaza de Mayo, en septiembre de 1955, donde 308 personas perdieron la vida y 700 fueron heridas.
Cabe recordar que la Unión Democrática fue integrada por radicales, conservadores, comunistas, sociales y liberales de todo credo y calaña, con los mismos argumentos inverosímiles que hoy esgrime la coalición reaccionaria. Para todos estos sectores, podemos sumar al trotskismo – paradójicamente hoy más stalisnista que los propios stalisnistas – el sindicalismo peronista es la “barbarie” y como tal un actor que impide todo avance hacia el progreso. Hay que remarcar que ostensiblemente para ellos, en mayor o menor medida, progreso significa subordinación de la clase trabajadora y precarización social.
Así como antaño, las élites construyeron un arquetipo estereotipado de figuras ontológicas del campo popular, en principio con el gaucho, luego con el compadrito, después con el “cabecita negra”, más tarde con los piqueteros y con los movimientos sociales, descriptos como “choriplaneros”, la figura del sindicalismo argentino es subida a esa representación y le adosan todos los condimentos que recreaban, de manera peyorativa, sobre las figuras emergentes del pueblo, reducidas en un solo término: La barbarie.
El sindicalismo peronista, junto a los Movimientos Populares, fueron quienes resistieron y detuvieron el avance del plan de la oligarquía durante los años macrista. No es casual, tampoco, que en ese contexto el seudo ingeniero perfilara su gestión por medio de un andamiaje sostenido a través de los servicios de inteligencia, tal cual lo hicieron las dictaduras cívicos militares desde del ’55 en adelante.
Claro, ni en esto pueden ser originales. La política real del macrismo es cubierta en la superficie por un discurso que encendidamente defiende un sentido de República anquilosado, expulsivo y rigurosamente selectivo. Ellos son la clase elegida. Se erigen sobre la nación como los fundadores del nuevo Reich.
Su imagen se construye en base a la propaganda, con una salvedad: su Goebbels hoy son los medios hegemónicos. También tienen su Wehrmacht encarnada por el “ejército de fanáticos judiciales” de Comodoro Py y por supuesto, cuentan con su Waffen SS, encaramadas entre el servicio de inteligencia y la policía de la Ciudad.
En este nuevo Reich financiero el peronismo, obviamente, no tienen que existir. ¿Dónde está representado con efectiva y poderosa fuerza el peronismo originario? En el sindicalismo. Si el objetivo es retomar el viejo programa oligarca civilizatorio contra la “barbarie peronista”, les es necesario atacar sin tapujos al sindicalismo.
A esta altura es imprescindible comprender la dimensión de los acontecimientos y que estas acciones no deben quedar impunes. No pueden ni deben minimizarse y mucho menos subestimar en apreciaciones reduccionistas. Tampoco se pueden combatir con el juego del consenso. La oligarquía no es afecta a ningún acuerdo. Su ideología es totalitaria y reaccionaria, eso le impide fundamentar consenso alguno, mucho menos con sectores populares.
No es una experiencia de la cual el Movimiento Nacional se tenga que nutrir. La oligarquía no será derrotada solamente con las urnas. Tal vez sea la hora de construir una democracia verdaderamente social que nos desligue de la comodidad patológica de la corrección política que ostenta el progresismo tóxico. Hay que comprender que son ellos y nosotros. El “ellos” representa estrictamente al nuevo Reich financiero y este a la muerte. ¿Hay que adivinar quién va a poner los cadáveres si ellos se imponen?.
20/1/2021