Opinión

En el fondo el Fondo nunca pierde

Por Gustavo Ramírez

La deuda externa es un yunque con el cual el gobierno cargó durante todo este tiempo. Lo peor es que esta carga le viene dada por una gestión que hizo todo lo posible para recuperar los viejos apotegmas que rigieron la matriz económica Argentina en diversos procesos históricos. Lo llamativo fue, que durante todo este tiempo, la Administración Fernández no quiso desprenderse del lastre y lo cargó con resignación política, como si fuera su propio vía crucis.

Tras el anuncio de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que le permitió obtener al país facilidades extendidas de financiación por dos años y medio, las redes sociales hicieron ebullición en una megalómana efervescencia que distorsionó cualquier eventual análisis.  La histeria ideológica resquebrajó el argumento inicial sin dar por superada la discusión y mucho menos, sin salir del útero mediático para ampliar el espectro de la mirada.

Lo menos malo, es malo. La ecuación puede encontrar, si se quiere, aristas discursivas pero la celebración de un pacto viciado y condicionante, aún cuando contenga en sí mismo cierta racionalidad para estirar la agonía, no deja de ser alarmante. En el juego político la propaganda juega un rol importante para que la medida surta efecto, para ello se disparan todos los resortes de la comunicación sostenidos por los dispositivos sensoriales apuntalados sobre estereotipos donde de última y al fin y al cabo el mensaje funciona.

No es menor que el gobierno insista en que no habrá ajuste. Claro está, no habrá ajuste al menos en términos tradicionales, pero si se observa que durante el  2022 se “proyecta un déficit fiscal primario de 2,5% del PBI; para 2023, 1,9%; y para 2024, 0,9%”, se podrá apreciar que algo se tendrá que ajustar. Puede que esto no demande, en este período, reformas ortodoxas, sin embargo, la imposición del FMI implica menos gasto del Estado con orden de cuentas, no para beneficio de los sectores populares, sino para que garantizar la concreción de los pagos.

La situación de Argentina no es sólida, más bien es de debilidad. Tampoco se sostiene en base a la defensa de la soberanía. Si partimos de que en Atlántico Sur, Gran Bretaña ocupa el 52 % del territorio marítimo en la Zona Económica Exclusiva o si asumimos que cerca de 500 empresas extranjeras facturan la mitad del PBI y manejan el 78 % del mercado, entenderemos que la independencia económica denota una posición de subyugamiento  presentada con los adornos de un árbol navideño.

En dos años de gobierno, con el yunque de la deuda atado al cuello, como gesto heroico que sirve de justificación ante la propia incapacidad de avanzar políticamente, y con la pandemia como telón de fondo que encubrió de manera sistemática el mantenimiento del status quo, el gobierno generó las condiciones objetivas para sostener su plan keynesiano de transición. Lejos de Perón y de Néstor Kirchner, las expectativas económicas del gobierno se cifraron en el crecimiento productivo y en la endeble teoría del derrame.

El Ejecutivo espera, cándidamente por momentos, que la producción y el desarrollo, se traduzcan en riqueza a repartir por medio de la masa salarial y en ocasiones por la asistencia social, como efecto de las fuerzas que, considera, traccionan hacia el progreso económico. Sin embargo, la realidad se distingue por una mayor concentración de la riqueza en menos manos, salarios precarizados producto de la inflación y pobres cada vez más empobrecidos dado que el desarrollo por sí mismo  y la producción en sí no implican necesariamente movilidad social ascendente.

El sostén de la dinámica productiva para favorecer la dimensión exportadora ata al mercado interno a una dependencia global que no alcanza para satisfacer a las demandas internas urgentes. La ausencia de políticas de sustitución de importaciones estancó el desarrollo potencial del mercado interno y lo sujetó, también, a las disposición de la demanda coyuntural.

No existe caudal de capital nacional para el desarrollo de la producción nacional, simplemente porque la receta aplicada desconoce la perspectiva económica peronista, a la que el gobierno desprecia con vehemencia, y se aferra a estructuras tradicionales que le permiten vociferar sin poner en riesgo la acumulación de riqueza de los capitales concentrados.

El acuerdo con el FMI a largo plazo terminará por dañar el crecimiento y el desarrollo. Como vimos se produce para vender al exterior, el remanente de productos que quedan para el consumo del mercado interno tiene valores de exportación lo que necesariamente hace que estén vedados para los sectores populares, que en estos dos años se tuvieron que conforman con el asistencialismo sistematizado como moneda de cambio. Pero al mismo tiempo, la venta de dichos productos tiene como objetivo la generación de divisa extranjera que no está destinada a la transformación estructural del país, sino a la acumulación de reservas para pagar deuda.

Está bien que los distintos sectores que acompañaron a esta coalición gobernante salgan a apoyar este acuerdo. Es parte del juego político. Del otro lado está el enemigo, aunque habrá que ver si en los meses próximos este enemigo es tan enemigo. Los dos años que quedan por delante son cuesta arriba y hoy, precisamente, el Gobierno ratificó que no se alejará un ápice de lo trazado hasta el memento. Es decir, las políticas económicas estarán destinadas a fortalecer los capitales empresariales y recién con la bonanza que estos permitan si queda algo de la torta se repartirá. La ecuación es la misma, aunque la “autopercepción” sea que no es una maniobra tradicional.

La situación es precaria. Argentina es un país debilitado, lo han debilitado las políticas neoliberales y la ingerencia demo-liberal de un gobierno sin carácter, que tiende a no molestar a nadie desde el ímpeto desmedido de la corrección política. Con 40 % de pobres la conmiseración en la premisa de lo menos malo no alcanza. Alberto Fernández tiene dos años por delante para desprenderse del mote de tibio que recorre los pasillos neuróticos de la política. Un dato de lo endeble que es el presente se refleja en el hecho de que 3 de cada 4 puestos de trabajo recuperados son precarios. Allí está la calve de lo que se viene.

“La historia juzgará quién hizo qué, quién creó un problema y quién lo resolvió. Los invito a mirar hacia adelante, sin olvidar el pasado”, dijo este viernes Alberto Fernández. En el marco de la “civilidad” del capitalismo financiero ni la justicia ni la historia juzgan a los depredadores económicos. Alberto se aferra al republicanismo francés que solía mirar por encima del hombro a la “plebe”.

Hacia adelante el panorama asoma sombrío por el momento. El hombre y la mujer común, los laburantes, los más pobres, se siguen preguntando como hacen para llegar a fin de mes. Basta con visitar algunos centros comerciales y ver que los negocios están vacíos para bajar la intensidad de la efervescencia adolescente que impera en el campo militante. Basta con ver que los comedores populares siguen alimentando a miles y miles de compatriotas, para saber que no hay nada que festejar. En el fondo el Fondo nunca pierde y si ellos no pierden el pueblo no gana.

 

 

 

28/1/2022

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