Opinión

Los elegidos de Nunca Jamás

Por Gustavo Ramírez

No sorprende. El plan sistemático del macrismo para avanzar contra el sindicalismo argentino fue un hecho que se evidenció a cada paso de la gestión. Desde el minuto cero, el gobierno cambiemita declaró como enemigo al Movimiento Obrero Organizado y montó para ello un dispositivo persecutorio y represivo que quedó evidenciado en las protestas masivas realizadas en 2017 y 2018.

No hay que olvidar que medios progresistas, que hoy se regodean en la apariencia nacional y popular, como C5N, fueron funcionales a esa campaña, alentando el hostigamiento contra la conducción de la Confederación General del Trabajo, de la misma manera que hoy contribuyen a la desperonización del campo nacional en nombre de falsas representaciones ideológicas.

El dispositivo macrista no es nuevo. Fiel al racimo de ideas reaccionarias impulsadas por el thatcherismo, tanto el Gobierno de Macri, como el de Vidal, recrearon los preceptos más retardatarios de la historia argentina, con el objetivo de hacer retroceder a la clase trabajadora para poder plasmar el modelo neocolonialista no solamente en el país, sino también en la región.

Esto demuestra algo que la militancia, hija del calor húmedo de la fiebre mística del 2003, no evidencia con efectividad: El sindicalismo argentino fue históricamente el dique de contención contra las políticas neoliberales, amén de ser el impulsor de la gesta de liberación nacional desde su reorganización social en 1943. Ni siquiera la Dictadura Cívico Militar, con alta complicidad de elementos políticos del radicalismo, pudo quebrantar los principios rectores del Movimiento Obrero nacional.

En las cañerías de la historia, la infantería de escribas del país nihilista, se encargó de construir un relato  destituyente, dentro del universo  de la democracia, del valor esencial y ético de la resistencia de la clase trabajadora. Así, el “triunfo democrático” fue producto de la naturaleza política más que de la resistencia y la organización social traccionada por el Movimiento Sindical.

De hecho, el relato del regreso “de la democracia” expulsó a la clase trabajadora como sujeto histórico para ponderar la estirpe política de Ricardo Alfonsín, quien durante su gobierno continuó la política persecutoria de Videla y compañía contra el sindicalismo. Las miradas perfiladas en el sentido común conquistaron corazones agrietados, colonizados por la raíz anti-popular del neoliberalismo, y encontró refugió en el muro de los lamentos de la ideología progresista.

La evidencia histórica pone de manifiesto que sin la organización sindical el país habría caído con fuerza muchos años antes. La descorazonada avalancha de romanticismo épico, que circunda a la militancia posmoderna, prescinde de elementos constitutivos de la ontología social del campo popular, de la misma manera que los combate. Así se prende de las tetas de disputas anacrónicas que no permiten el avance real de las fuerzas populares.

Un hecho costoso, e incluso trágico por su dimensión política y su contaminación ideológica, fue el seudo “empoderamiento de la Juventud” por parte de ese cristinismo infantilizado que vive en las solapas de libros de autores europeos más que en los barrios populares. El escenario de permanente ejercicio de la violencia simbólica contra el sindicalismo argentino, encuentra eco en las vertientes teóricas que pregonan “un peronismo sin Perón”, enquistado en la aventura intelectual de “evistismo”.

La mirada liberal no es solo patrimonio de la oposición. No obstante, queda al desnudo, con la puesta en la luz de los videos que registran las reuniones del exministro de Trabajo de Vidal, Marcelo Villegas, que el plan sistemático que de “exterminio” social del macrismo, no era fantasía de un puñado de gestores de la paranoia. Desde esta columna, de manera, incansable se dejó constancia de  cual era la estrategia macrista y como el progresismo, “entrado” en el Movimiento Nacional, jugaba un juego peligroso al ir en contra de la CGT antes que en contra del amo.

Habrá quienes hoy se desagarren las vestiduras y la tinta fluirá en las páginas virtuales como la cerveza en la mesa navideña. Pero ello no alcanzará, casi nunca alcanza, si no se estructura un programa de auténtica liberación nacional que se construya de abajo hacia arriba. No sirve con escuchar, en despedidas de fin de año, a los editorialistas de los placebos mundanos de la clase media. Hay que escuchar y estar con los de abajo. En eso, el sindicalismo también tiene ventajas tácticas y estratégicas.

El neoliberalilsmo es un proyecto “civilizatorio”, ya no es posible continuar creyendo en la quimera electoral para derrotarlo. Se necesitan políticas estructurales para dejarlo fuera de juego. Se necesita confrontarlos y descomponer todo el sistema de entramado de poder que se construyó durante años en Argentina y en la región. No es una empresa que se realizará, claro está, de la noche a la mañana, pero en algún momento hay que empezar.

Los trabajadores son la Patria y las organizaciones sindicales son las guardianas indiscutibles e imperecederas de la defensa irrestricta de las fronteras de esa Patria. Si los neoliberales las atacan es porque saben que solo borrándolas del mapa pueden alcanzar el triunfo absoluto, si ello ocurriera el país volvería al estadio preperonista que tanto anhelan. Sin clase trabajadora dentro de la estructura de gobierno, sin organizaciones sindicales en la mesa de decisiones, es decir, sin peronismo, la Patria está en real peligro.

 

 

 

 

27/12/2021

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