Opinión

Es hoy, aquí

Por Gustavo Ramírez

El fantasma de lo posible está ahí. Y da pavor. Cualquier discurso termina por quedar obsoleto cuando se trata de racionalizar lo que no ocurrió. Eso mismo, nos ubica en una dimensión escalofriante y dantesca. Si la bala hubiera salido. Se extienden los puntos suspensivos. Los pensamientos se detienen. Los ojos se clavan en el fondo de una nada demasiado locuaz como para no ser atendida. Y sin embargo no ocurrió. Estamos vivos. Ella está viva.

Durante sus casi tres años de gestión Alberto Fernández se abrazó a la ficción del consenso con la oposición ubicándose en un rol que prescindió del mandato popular. En la memoria colectiva los años macristas remitieron a escenarios donde los puntos de inflexión se inscribieron a sangre y fuego. Para el presidente lo necesario y oportuno fue signar su marcapaso político en la estridencia de acuerdos que nunca llegarían. Simplemente porque la oposición no se nutre de la paz social, mucho menos de la democracia.

Hace una semana, desde esta misma columna, advertimos sobre algo que volvía a repetirse como tragedia: La farsa republicana había quedado cercada por la convicción represiva del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, no como simplificación, sino como ontología ideológica de Juntos por el Cambio. La génesis constitutiva del partido macrista está inscripta en sangre.

Parte de la competencia política de esa arca de olor rancio se conformó con agentes de la disrupción política acólitos de la civilización que se impone por la dinámica de los mercados con muerte. Sin eufemismo y sin metáforas. Muchos de las y los integrantes de Juntos por el Cambio son responsables, por acción u omisión, de las muertes del 2001.

El primer acto de gobierno del macrismo fue reprimir a trabajadoras y trabajadores de la educación en las inmediaciones del Congreso. El orden con sangre entra, fue la consigna. La hoguera, donde los cambiemitas, pretendieron a quemar  el espíritu del peronismo fueron ahogadas por la lucha popular. Aún así, se obstinan en propiciar su desaparición. Y esa palabra no es asignada por el azar. El republicanismo que dicen representar está afirmado sobre el principio rector de la Unión Democrática, la Revolución Fusiladora y la Dictadura Cívico Militar. Solo para hacer rastrear una síntesis de su verdadera representatividad.

Por estas, cuando el estupor de lo que vimos no ceja. Ellos siguen paraditos en su mismo portal donde son mascotas útiles del sistema. No repudian el atentado. Actúan como si lo hicieran. Basta con que alucinen que todo fue un armado propio. Acostumbrados a gestar atentados de falsa bandera, se regodean en su propio chiquero y declaran que tal vez esto, el “atentado” estuvo armado.

Después de todo, Nelson Castro, en nombre de un periodismo que dejó de ser periodismo para convertirse en la bosta de la sociedad, dijo en tono pueril pero al mismo tiempo con dejo psicótico, que Cristina era mala. Mala. En contraposición ellos, los estetas de los fariseos, los idolatras de Judas (el arquetipo Patricia Bullrich), son los buenos. ¿Buenos?.

Lejos de estos bolsones cargados de mierda uno puede imaginarse a Cristina llorando toda la madrugada del viernes. Después de tomar conciencia de lo que pasó. Afuera, bajo el manto de la noche densa y cerrada, millones extendiendo sus manos para consolarla. No es que el amor venza al odio. Esa máscara narrativa no es impermeable al dolor, a la desolación. La historia, la que no se cuenta, es esa que dice que los muertos siempre están del mismo lado.

Este jueves, cerrar los ojos y querer conciliar el sueño daba miedo. La imagen esta ahí. Pero el resultado era otro. Puede ser que por un poco de morbo, pero también por mucho de terror. Al mismo tiempo, cuando nos consolábamos entre nosotros, la religiosidad popular compuso poemas que entrelazaron la fuerza que conjuga lo humano con los mítico. Néstor y Diego la protegieron. Más de una y uno miró la estampita de Evita y la besó.

En esas horas, hubo largos silencios. Ojos vidriosos. El país más oscuro había regresado con una fuerza inusitada. Todos nos sentimos vulnerables. Al poco tiempo las perspectivas cambiaron. El peregrinar a la casa de la vicepresidenta se volvió a intensificar. Nos quedamos despiertos, sí. Estábamos donde teníamos que estar. El nudo en la garganta se desató. Salir y gritar se convirtió en una necesidad básica.

Sol y tinieblas. El pueblo volvió a la calle. Se cuida a si mismo. Sin policía. Sin rectores del peso de los días. Con las palmas de las manos abiertas al cielo. Aún cuando muchos de los nuestros continúan poniendo la sangre en tierra. A pesar de  que el gobierno no comprende que usar eufemismos discursivos no encubre al ajuste. Todavía cuando falta comida en un comedor comunitario. Todos estábamos ahí, de una forma u otra.

El cartel que sostenía el hombre era claro: La hora del pueblo es aquí y ahora. ¿Si este no es el punto de inflexión cuál lo es? ¿Hasta dónde podemos considerar la corrección política si la mentira se erige como estirpe de la muerte y esta nos asecha desde el presente de la historia? Los rostros de los asesinos regresan. Pero la norma no es normalizar las cosas muertas. Eso el pueblo lo sabe. Por eso es aquí y ahora. No hay necesidad de tolerar lo intolerable. Ya no.

La bala no salió. Esa oración es la síntesis del presente. Pero su potencia histórica nos perfora. Damos vueltas dentro de un laberinto redondo. Y es demencial. Es demasiado demencial como para estar quietos. Sobre todo porque desde el jueves los fantasmas se corporizaron de manera brutal y desgarradora. Hablar de paz social en este escenario parece un estúpido oxímoron. Tan pueril como morboso. Porque la bala no salió. Por eso es aquí y ahora.

La memoria colectiva nos interpela desde el basurero de la historia. En el país oscuro, el del realismo capitalista, los muertos son nuestros compañeros. Nuestros amigos. Nuestros hijos. Nuestros padres. Desaparecidos o torturados. Estaban de nuestro lado. ¿Grieta? Hay un sistema que nos quiere ver bailando con sombras en cuartos húmedos en los sótanos de la memoria.

Todos los días nos disparan. En ese país imposible le dan a Cristina, a Isabel, al General, a Evita. A Felipe Vallese.  A los mártires de los bombardeos del ’55.  A los 30 mil desaparecidos. A nosotros. Al 40 % de pobres. Al 60 % de pibes y pibas pobres. A Pocho Lepratti. A Santiago Maldonado. A los 44 tripulantes del Ara San Juan. A Lucas González.  Ese es el país de ellos. Oh, sí. Hay un nosotros y un ellos porque hay una Patria y están los anti-patria. No jodamos. Todos los días nos quieren matar. Y lo demuestran. Entonces, ¿qué es la paz social?

La bala no salió. No quiere decir que no salga mañana. ¿Entonces? Todos los interrogantes están abiertos. Y otra vez volvemos al mismo punto de partida. El maldito Mito de Sísifo del pueblo. ¿Son creíbles las lágrimas de Judas? ¿Dónde mierda estamos parados? La bala no salió y al mismo tiempo sale en todo momento.

La bala no salió. Sin embargo, qué loco, es la oposición de Juntos por el Cambio la que se victimiza. Ah, la República y su salud mental. No pueden con su genio. Así que aún en medio de este drama juegan su propio juego. Tiran nafta al fuego. No saben hacer otra cosa. Menos cuando se ven perdidos. Pero después del último jueves esto no se puede naturalizar. No hay lugar para hacerlo.

¿Qué se hace? Evita nos enseñó el camino: “Cuando en los último tiempos algunos oficiales de las fuerzas armadas quisieron “terminar” con Perón, tuvieron que enfrentarse con el pueblo que rodeó a su Líder, oponiendo a los traidores el pecho descubierto, la fuerza infinita del corazón”.

La anti-patria no desea la paz social. Fomenta la guerra. De espalda a la voluntad de los humildes. Tal vez haya llegado la hora, aquí en este instante de hacer tronar el escarmiento. No hay margen. Las fronteras se han borrado. La bala no salió, es cierto, pero es como si lo hubiera hecho. Sí, da escalofríos.

La democracia liberal está rota. El proyecto civilizatorio atlantista dio claras muestras de estar agotado. Claro. Nada de esto significa que está derrotado. El neoliberalismo y el sometimiento oligárquico tampoco. No obstante, la persistencia del pueblo con arraigo patriótico contrasta permanentemente con la proposición necropolítica de la oposición cambiemita.

La multitudinaria movilización de este viernes pone de relieve un cansancio masivo. No se puede vivir de espaldas a semejante expresión ni a ese mensaje. Allí, a pesar de lo que manifieste cínicamente esa coalición oscurantista de Juntos por el Cambio, servil a la anti-patria, el pueblo también discute política. Esa política no tiene arraigo en la desaparición, en la tortura, ni en la muerte. Se afirma y confirma en la Justicia Social y en la Comunidad Organizada, como  proyecto de realización integral conjunta y  de vida.

Es hoy, aquí, la hora del pueblo. Así reza el cartel. Es el mensaje que viene de lo profundo de la historia. De la entraña popular. De la Argentina profunda que no se rinde cuando la muerte avanza. De la Patria que es afirmada por el pueblo movilizado, en alerta y en acción. Ese pueblo humilde de convicciones inquebrantables. El de la esperanza revolucionaria.

 

 

 

3/8/2022

 

 

 

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