Opinión

El tiempo de la precariedad.

*Por Juan Manuel Martínez Chas

El capitalismo tecnocrático y globalizador tiene como estructura principal, para la subordinación de la fuerza de trabajo y sus organizaciones sindicales, la precariedad.

La precariedad, que implica altos niveles de pobreza, desigualdad y desequilibrios sociales, la desestructuración de toda organización colectiva y, por tanto, la desaparición del tiempo  como medida para la realización del hombre que trabaja, es la estrategia fundamental de las herramientas hegemónicas de las que se vale el capitalismo global.

La nueva estructura del capital, los cambios en la externalización de la empresa, la tercerización y otros elementos que tienen que ver con el nuevo consenso mundial de las finanzas, con la desagregación y deslocalización de las empresas multinacionales, a través de pequeños emprendimientos que convierten al trabajador en un ser individual, son elementos principales que han coadyuvado a la actual situación de sumergimiento de la sociedad del trabajo.

La informalidad, como estrategia de poder y desactivación del colectivo de trabajadores, la falta de democratización de la empresa, de las personas, de tal manera rompiendo el concepto de ciudadanía y democracia al interior de los establecimientos, de todos los centros de trabajo, han logrado una situación de pobreza estructural que requiere un replanteo, no solo de los paradigmas culturales, que se basan en la reconstrucción colectiva como eje del crecimiento de la democracia, sino de la propia relación de la globalización y el intercambio de los países desde parámetros humanistas que tengan en cuenta la periferia, como señala el Papa Francisco.

La apropiación del tiempo es otra de las herramientas que, hace largo tiempo, el capitalismo financiero viene utilizando como factor para responsabilizar al sector trabajador de su fracaso en sus condiciones de vida y, por tanto, en la imposibilidad de toda clase de disfrute, eliminando toda  estructura que enlace y fortalezca su conciencia de clase y su formación cultural.

Es labor del sindicalismo volver a integrar lo que la empresa moderna y el capitalismo global han desintegrado.

Es tarea del Movimiento Sindical rescatar para sí, y para los trabajadores y trabajadoras, el tiempo. Fruto de la construcción del disfrute y de la elevación cultural y moral de los trabajadores.

Se deben, en ese sentido, ensayar nuevas estrategias de democratización de la empresa a través de la representación sindical.

Ir en busca de los migrantes, de los precarios, que son la base estructural del gran terremoto social que vive el mundo, a través de la depreciación del ser humano.

Reconstruir la dignidad. Apostar a la comunicación y a la comunidad desde una perspectiva que priorice las relaciones democráticas y se encamine hacia una democracia social y priorice los procesos de económica social y solidaria o de la economía popular.

Como hemos dicho la organización sindical, el sindicato, con los movimientos sociales tienen que potenciarse, solidificarse de manera más tangible, hacia objetivos comunes que impliquen un cambio de cultura de los consumidores.

Es necesario repensar los esquemas de participación y distribución del ingreso que tiendan a achicar las desigualdades, pero, por otra parte, que impliquen que los nuevos avances tecnológicos sean, necesariamente, democratizados en pos de las necesidades del Movimiento de los Trabajadores.

Ese gran Movimiento de los Trabajadores tiene que  tener como norte la inclusión, la integración a través del sindicato, para lograr que la precariedad se transforme en la formalización más amplia y democrática posible.

Ello implica, además, recobrar para sí los tiempos, las culturas, los espacios, los lugares de esparcimiento y de comunicación, que supieron alcanzar esa mística solidaria y trascendente que caracterizó al Movimiento Obrero desde sus inicios.

Es lógico entonces que el Capitalismo de la Finanzas resista al sindicato como herramienta sociopolítica que plantea su rol social, pero fundamentalmente, que promueve su visión de la sociedad desde una postura estratégica, que hace de la centralidad del trabajo un factor fundamental. El Sindicato es no solo el que planteo un mundo social de subsistencia, sino un eje vertebrador de una comunidad que integra y arrasa con sus parámetros de desregulación de la vida.

En ese nuevo contexto, la centralidad del trabajo tiene que  ser el hecho social fundamental para los hombres y mujeres, que luchan por una Justicia Social realmente trascendente.

En ese marco la vigencia de los Derechos Humanos fundamentales, que fueron concebidos luego de la Segunda Guerra Mundial y que remontan sus antecedentes hacia finales del siglo XIX, son las vías imprescindibles antes la cuales se puede  domesticar al Dios Mercado.

A esos derechos debemos, a través de los Movimientos Populares, encomendar su vuelta a la comunidad para remarcar el quehacer del hombre y la mujer como fruto de la tierra y como resultado de una construcción solidaria que busca desde lo pequeño, desde abajo hacia arriba, en un esquema piramidal, una sociedad que sea digna, justa y soberana.

Allí, entonces, se promueve la dignidad de la persona que busque en el otro una estructura social y política de comunidad, que sea capaz de arrasar con los valores culturales que nos trajeron a esta situación de pobreza.

Se tiene que pensar y actuar para la construcción de un destino que sea semilla y fruto de un mundo donde la felicidad este signada a partir del valor del trabajo y del tiempo para alcanzar la unidad, la trascendencia de los trabajadores como los sujetos históricos que están llamados a ser protagonistas ineludibles de los tiempos venideros.

 

*Abogado Laboralista. Docente. Doctor en Derecho del Trabajo (UNTREF). Master en Empleo, Relaciones Laborales y Dialogo Social (UCLM) Asesor Legal de Sindicatos.
Fotografías: Archivo OIT.
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