Por Gustavo Ramírez
Por estas horas no son pocos, dentro del Frente de Todos, los que ven en Sergio Massa el enmascaramiento de las contradicciones internas. El peso político con el que inició su gestión en la cartera de Economía parece licuarse ante los magros resultados para combatir la inflación. No obstante, su círculo mantiene intactas las esperanzas y trabaja en la elaboración de un programa electoral que contribuya a la plataforma del Frente.
Massa se subió la vara solo, envalentonado con el viento a favor que sopló bajos sus pies luego de la eyección de Martín Guzmán. Sin embargo, sus expectativas inflacionarias cayeron en saco roto ante una realidad que suele ser más cruel de lo que pronostican los agoreros del optimismo pueril. La persistencia en aplicar recetas tan conocidas como inútiles para estas coyunturas se han devorado parte del volumen político del Ministro. Lejos parece estar ese mentado 3 % de inflación para abril. Si no encuentra una salida que atienda a las demandas populares sus aspiraciones presidenciales comenzarán a devaluarse con premura.
Resulta llamativo que en el gobierno no hayan previsto el fracaso de la política de Precios Justos. Sobre todo porque las articulaciones con las grandes cadenas de supermercados son endebles si no existe un fuerte disciplinamiento por parte del Estado. En el Frente de Todos se ha confundido intencionalmente, piensan algunos dirigentes peronistas hoy excluidos de la coalición, Estado presente con Estado interventor.
El ejemplo de ello es la manera con la que se resolvió el tema EDESUR. La intervención administrativa resultó una salida elegante para apagar el incendio pero no para dar solución de fondo a una problemática que se arrastra desde hace años. Una vez más, el Gobierno, eligió el mal menor como dique de contención que le permite evitar la confrontación política abierta con el capital concentrado. De esta manera, se corrió de eje la agenda mediática, se cuidó al capital de la empresa y se calmó el ruido en las calles. Mientras tanto, los cortes de luz persisten y lo usuarios padecen a EDESUR.
Por otro lado, para el kirchnerismo la única opción posible para sortear la crisis interna y externa es Cristina. Sin embargo, el juego de matices que se esgrime en nombre de un pragmatismo a la vez monocromático, redundó en evidenciar la lejanía que existe entre el deseo electoral y la realidad territorial urgente. Gran parte de la militancia cristinista se aferra a los números y prescinde de tocar la calle caliente. Al mismo tiempo, horada la figura presidencial y sostiene la gestión de Massa. En tanto, cuando expone públicamente, la ex mandataria refuta a los propios que parecen desencuadrados.
La figura que pugna por conducir esa especie de radicalización interna sin programa ni rumbo es la del Diputado Nacional Máximo Kirchner. Desde un tiempo a esta parte asumió el rol de traductor de masas con postulados que asumen más la encarnación del seguidismo abstracto que el de la construcción política. Cada intervención suya parece querer asumir la representación del desencanto que parte de la base experimenta con el gobierno, pero su enfoque tropieza con su propia torpeza discursiva y con las contradicciones que el propio kirchnerismo gestó en la administración de gobierno.
Mientras Cristina se asienta en la exegesis de la praxis política, Máximo se aferra a las apostillas ideológicas. No obstante, en el entramado del juego político las propias fuerzas internas del Frente de Todos parecen no darse cuenta de un hecho que sumado al descontento con la gestión, la faltad de resultados y resoluciones en favor de los intereses de las clases populares, arman un coctel peligroso. Lo que ocurrió después del 1° de septiembre de 2022 dilapidó el volumen político del Frente de Todos.
Los días previos al atentado contra la Vicepresidenta, el Frente parecía haber recuperado el vigor político a partir de la movilización popular. Por esos días, la oposición quedaba arrinconada en el lúgubre reducto de la impostura violenta. Larreta veía tambalear su candidatura desconcertado por la irreverencia popular y aferrado a la represión como respuesta. Nunca como en otro momento de este período la oposición estaba tan expuesta y abierta.
Después de ese jueves dramático, el Frente de Todos no quiso, no supo o no pudo capitalizar la situación. El atentado puso en jaque al sistema. El paradigma de la democracia liberal se resquebrajó, pero ni el gobierno ni las fuerzas del kirchnerismo dieron cuenta de ello. El repliegue fue demasiado abrupto y denotó una vez más el miedo que el progresismo le tiene a la disputa de poder y las bases movilizadas.
No sólo Cristina quedó demasiado sola en un momento sumamente traumático, también quedaron desprotegidos los sectores populares. El campo político en sus conjunto privilegió su estirpe civilizatoria, barrio la basura bajo la alfombra, naturalizó el hecho terrible y siguió como si nada. ¿Es posible continuar el curso normalizado de la política nacional luego de semejante anomalía?
El fragor del pragmatismo auspicia la respuesta afirmativa, pero en el fondo se sabe que el sistema política esta viciado y resquebrajado. El Frente de Todos decidió proteger a la democracia liberal antes que uno de sus cuadros más importantes. La decisión puede costar demasiado caro a los sectores populares como todas las malas decisiones que se tomaron hasta el momento.
Sin conducción no hay programa, sin programa no hay encuadramiento, sin encuadramiento no hay ejecución política, sin ejecución política no hay organización, sin organización no hay territorialidad, sin territorialidad no hay votos, sin votos no hay Frente. Esto, sumado lo ante dicho denota una profunda ausencia de vocación peronista dentro de la coalición de gobierno. El peronismo parece más una autopercepción que una realidad concreta.
Entre tanto, Alberto Fernández ejerce de Presidente aunque la estructura que lo edificó lo ignore. Su periplo lleva cuatro años. Como canta el Flaco Spinetta en el Capitán Beto : “Su equipo es tan precario como su destino”. Sería el punto y aparte como toda descripción del momento actual. Al presidente no le queda otra que canalizar sus aspiraciones de continuidad a través de la candidatura del siempre listo Daniel Scioli lo que al mismo tiempo lo distancia un poco más de Sergio Massa. Lamentablemente, Alberto, no cuenta con ningún anillo que lo inmunice de los peligros.
La esperanza de la coalición de gobierno está en mantener la provincia de Buenos Aires. Axel Kicillof ajusta por estas horas los comandos de su nave. Su gestión tienen aprobación en las regiones más populares del distrito y eso, por el momento, lo consolida para buscar la reelección que posiblemente logre, aun de manera ajustada. No obstante, como silogismo de la mala memoria Máximo Kirchner también se atrevió a desafiarlo reclamándole más cargos para sus titanes.
Fuera del ruido hay otras construcciones. Tal vez con menor potencia. Corren de atrás, muy atrás. Pero están. Guillermo Moreno comienza a erigirse como un imán que atrae a fuerzas peronistas que no encuentran lugar dentro del Frente de Todos. Hay organizaciones sindicales de la zona Sur del AMBA que acordaron apoyar a Axel en la provincia y acompañar al titular de Principios y Valores. Lo que le resta, según los consultados, es su permanente sobreactuación.
El destino del Frente de Todos sigue atado al curso de los acontecimientos políticos y económicos, pero ellos dependen de su propio manejo de la situación. Los meses que se avecinan son claves como complejos. Sobre todo porque la inestabilidad mundial inscribe mayor dramatismo en el panorama general. La niebla de incertidumbre no se disipa, es probable que ello ni siquiera ocurra en el mediano plazo. Todo está envuelto en un gran signo de interrogación.
25/3/2023