Por Gustavo Ramírez
La crisis de la pandemia ha interpelado con fuerza al Movimiento Sindical. Cada organización se fue acomodando a las circunstancias de acuerdo a las necesidades de sus bases y al impacto general de la situación en la actividad. No obstante, la preocupación se centra en la pos pandemia, en observar como quedarán algunas estructuras tras el paso del virus, aunque lo cierto es que ello gira en el marco de la especulación, dado que no hay un panorama claro hacia el futuro cercano.
La conmemoración de la asunción del Triunvirato, hace cuatro años, permitió a muchos vomitadores de tintas volver a cargar contra el Movimiento Obrero desde la superficie de la razón progresista. En realidad, lo que se pone en juego cuando esto ocurre es una matriz ideológica que tiene arraigo en concepciones importadas por el liberalismo a la hora de analizar la perspectiva del Movimiento Obrero en Argentina.
Tal es así, que el reguero de editoriales y tinta suele perderse en rodeos idealistas, moralina de utilería y sobreactuaciones pensadas para quedar bien con la tribuna. Es necesario poner en perspectiva histórica la actuación de los sindicatos en las crisis, pero aun más necesario es darse cuenta que, aun con las dificultades que impone la realidad, el Movimiento Sindical argentino continua como pilar de la estructuración social en defensa de los intereses de la clase trabajadora y de un modelo de país que se ponga de pie de abajo hacia arriba.
Quienes creen que la historia nacional comenzó en el 2003, en el 2015 se refugiaron en la comodidad que otorga la derrota y desde el fetichismo ideológico salieron a la caza de brujas. En ese contexto las movidas de la CGT siempre estuvieron bajo la lupa de un sector social que se impuso dentro del campo popular y se constituyó como juez moral de un proceso que no comprendieron en profundidad.
Desde el 2011, cuando el cristinismo decide romper con el Movimiento Obrero, el sindicalismo quedó suspendido bajo un manto de sospechas donde cualquier movida era vista como un vil acto de traición. La escasa reflexión y la ceguera ideológica re-editó disputas anacrónicas que no evidenciaban lo que ocurría con el proceso histórico que culminaría con la derrota anunciada en el 2015.
Las tensiones internas en la estructura sindical, más precisamente en la CGT, no son nuevas. La creación del Triunvirato fue, de cierta manera, leída por algunos mentados especialista como un manotazo de ahogado para salvaguardar la unidad. No obstante, lo que interpeló aquel momento histórico fue la ausencia de un liderazgo que pudiera integrar al conjunto de las partes sueltas que dejó en su camino el moyanismo. Un moyanismo desgastado por el propio paso del tiempo y por acciones que erosionaron la interna en la CGT.
En su momento afirmamos que el Triunvirato fue consecuencia de la derrota del moyanismo en esa interna. Articular desde allí no fue fácil y los resultados de ese agujero negro se vieron de inmediato. Aun así, la CGT pudo construir una resistencia al neoliberalismo desde su propia estructura. Esa resistencia, por momentos fragmentada, por momentos más consolidada, permitió frenar el canibalismo con el que el macrismo pretendió destruir los lazos sociales.
En ese proceso importó más la interna que lo que se gestó en la calle. Esa trampa, en la que muchos lamentablemente cayeron, fue por momentos, funcional a neoliberalismo que desde un principio cargó contra las estructuras sindicales. En esa instancias los sectores no peronistas del Movimiento Nacional confundieron al enemigo y arremetieron contra la CGT. Una mirada reaccionaria que abrió frentes de batallas que fueron aprovechados por el enemigo.
Sin conducción estratégica y reaccionando a medida que aguantaba los golpes, el ámbito interno de la CGT comenzó a desgastarse. Compartir la conducción en un Triunvirato no es fácil, mucho más en momentos de crisis. La salida de Pablo Moyano, como Secretario Gremial, en un principio, pareció generar una tormenta interna, más por el peso del apellido que por el efecto real del renunciamiento. Pero esa renuncia perjudicó más a los dirigentes que aun se mantenían fiel a los principios moyanistas, que a los Gordos, que de inmediato aprovecharon la volada y se acomodaron en la nueva estructura.
Prueba de ello es lo aislado que terminó quedando Juan Carlos Schmid, por ejemplo. Que sin embargo se las arregló como pudo para gestar protestas desde la FeMPINRA y desde la CATT, mientras desde allí presionó a aquellos que aun no se decidían a patear el tablero y abandonar el margen estrecho de la especulación. En ese contexto adquirió un protagonismo oscuro Roberto Fernández, titular de la UTA, que boicoteó abiertamente medidas de fuerza dictadas por la conducción de la Central.
En ese proceso hubo un integración que fue sirvió como gestación de acumulación de poder para el futuro: El establecimiento de una unidad, más allá de lo coyuntural, con los Movimientos Populares. Fue el propio Schmid el que articuló esa instancia y abrió una puerta que los sectores más tradicionales del sindicalismo cegetista ya no podían cerrar. Al mismo tiempo, Héctor Daer, se fue adecuando a las circunstancias y cerró filas internas para tratar de mantener hasta último momento la unidad, al menos de acción. Pero no fue suficiente, Schmid presentó la renuncia y la CGT siguió como pudo.
¿Por qué no se rompió del todo la CGT en ese tiempo? Porque el Movimiento Sindical, aun con sus tensiones y sus cargas internas es orgánico con su propia historia y con sus principios. Lo que primó fue la coherencia. Sobre todo porque, aunque todos la critiquen, sin la CGT están inmovilizados. Muchos de los gremios que reclamaban medidas más duras de la central durante el macrismo, fueron incapaces de gestar un paro por sí solos una medida de fuerza importante. Eso incluye a la CTA .
En ese contexto se ganaron muchas batallas. Pero la mirada ideologizada, de los que aceptan la colonización pedagógica sin chistar, no lo pudieron ver. Hay que recordar, por ejemplo, el juego mediático que establecieron, como operadores del progresismo liberal, medios como Página 12 y C5N, donde tras cada medida o marcha exitosa (siempre lo fueron) convocada por la CGT, llamaban a dirigentes trotskistas para “analizar” las jornadas de lucha.
De esa manera se intentó vaciar de contenido el proceso de resistencia y de lucha que se gestó en la calle y buscó erosionar al movimiento sindical argentino. La presión mediática por derecha y por izquierda fue el intento más notable de los grupos reaccionarios, para eliminar al sindicalismo peronista. Ese sindicalismo que mal o bien, busca disputar espacios de poder allí donde la política negocia en favor del sistema.
Al sindicalismo, los sectores progresistas, le suelen exigir aquello que no se le demanda a la política. Cabe recordar que mientras las organizaciones sindicales eran reprimidas en las calles, en las inmediaciones del Congreso, legisladores del campo popular abandonaban el recinto y le daban aire al oficialismo. En esas marchas, las más duras por las circunstancias, no estaban al frente los representantes políticos, sino los dirigentes sindicales.
La conducción de la CGT tiene mandato cumplido, prorrogado por un DNU presidencial., en el contexto de pandemia. Hoy la historia es otra. Si bien no existe un liderazgo fuerte y consolidado dentro de la Central, el hombre de peso es Daer. Alberto Fernández lo eligió como su interlocutor. Existen sectores que se asientan en una versión de unidad con la integración de la CTA, algo muy traído de los pelos y que no prosperará en el corto plazo, primero por decisiones políticas internas de la CGT y después por cuestiones legales. No dan los tiempos.
El sindicalismo argentino tiene mucho por debatir. Las cuentas no están saldadas. La disputa por la conducción de la CGT se desarrollará recién el año que viene, en este contexto eso es una eternidad. Aventurar una resolución suena tan soberbio como inútil. Lo que demanda la realidad, por ahora, es una construcción política para el modelo nacional con el Movimiento Obrero a la par. Habrá que ver, en definitiva, cual es el modelo que termina por representar Alberto Fernández, entonces podremos dilucidar cual es el rol del sindicalismo y su participación en él.
No obstante, no todo es lineal y los ciclos se agotan. Esperar no quiere decir ser pasivos. La CGT tiene desafíos impensados por delante, cierto sector de la dirigencia está obligado a pensar la realidad desde el 2020 y no desde el pasado del sindicalismo, esto no quiere decir borrar la historia, ni despojarse de la experiencia, por el contrario. La pandemia evidenció que se abre una nueva etapa y allí ciertas conducciones no pueden pensarse a si misma desde categorías tradicionales. Hoy más que nunca, parafraseando a Dugin, el sindicalismo es el futuro, pero necesita una profunda discusión interna lejos de los personalismos.
Mientras tanto vale decir que la experiencia histórica demuestra que sin el sindicalismo peronista no se puede forjar un destino nacional de liberación. La derrota de Macri no la gestaron tres políticos iluminados eso, en todo caso, es el desenlace de la lucha organizada en la calle por el Movimiento de Trabajadores y las organizaciones sindicales que lo constituyen. Lo demás, lo demás es liberalismo.
25/08/2020