Opinión

“Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle”

*Por Gustavo Ramírez

“El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre.”
Raúl Scalabrini Ortiz

 

La trascendencia de Evita está signada por sus acciones concretas a favor de los trabajadores y de los humildes. No hay mito en ello. Eva era un ser social que comprendió, a partir de su propia experiencia y nutriéndose de las enseñanzas políticas de Perón, que el sacrificio traspasa al acto de fe social y se convierte en misericordia. Una misericordia ontológica que se hace carne en ella misma, simplemente porque ella es parte de ese pueblo la que vio sufrir y padecer las miserias generadas por la explotación de la oligarquía.

Evita actuó como pensaba. Su pensamiento enrolado al de Perón contribuyó al desarrollo de las fuerzas sociales que dejaban atrás un largo período de postergaciones y privaciones. La política no fue una oportunidad especulativa, se transformó en un hecho revolucionario y en ese hecho revolucionario Eva fue una justiciera ética. La construcción de poder que afianzó en su escaso tiempo al frente de la conducción social del Movimiento Nacional le permitió doblegar y desplazar a los segmentos corporativos del capital destructivo para revalidar lo que la doctrina peronista sostenía: Empoderar a la clase trabajadora y revolucionar la realidad social, cultural y política de los pobres. Su bandera fue, antes que nada, la bandera de Perón.

La suya fue una experiencia sensible. Evita no eligió el rol mesiánico de la salvación de los pobres, como una herencia moral de la conciencia social. Sobre todo, porque ella padeció las injusticias del sistema en el estado pre peronista. Al ser parte del pueblo como una persona humana privilegió el sentido de la acción colectiva y puso a disposición su vida para revolucionar los paradigmas vigentes. De tal manera que acompañó el sentido de comunidad que promocionaba el peronismo basado en la centralidad de la dignidad de los más humildes, con un profundo sentido solidario. Por ello, tal vez, entendía a la beneficencia como un acto de ostentación y soberbia de las clases privilegiadas.

Su lealtad y amor a Perón eran al mismo tiempo lealtad y amor al pueblo trabajador. Al que vio caerse y levantarse una y otra vez mientras era constantemente humillado. Esa observación, producida en su infancia, agudizó su inteligencia. No era mera empatía con los otros, era la necesidad de cambiar la imposición liberal de la naturaleza de las cosas, la que la movió a propagar el espíritu revolucionario del peronismo.

Hace unos días el compañero Carlos Julia me decía que, a Evita, propios y extraños, no la querían porque decía la verdad. Otras de las esencias del peronismo: “Nada más valiente que las verdades que dijo Evita y eso a alguno le duele. ¿Tal vez no va con los tiempos? Sigo reivindicando esa valentía del peronismo”.

En su acción política, Evita, plasmó la verdad de los pobres, de la clase trabajadora. Ese actuar misericordioso, que se inscribe en la figura de la persona de carne y hueso y no en el mito, dio origen en un diálogo permanente entre ella, Perón y el pueblo. Tal como afirma el historiador Francisco Pestanha el que no entienda que el peronismo es un fenómeno histórico, político y cultural, tendrá dificultades para mamar su esencia y su trascendencia. Elevar a Evita a la categoría de mito es simplificarla y reducirla a una ficción, a mera narración. Es pretender prescindir de su inteligencia política para forjar el pensamiento nacional.

 Evita llevó al paroxismo aquello de actuar para hacer justicia juntos. Por eso obró desde temprano como delegada sindical y más tarde conformó el ala femenina del Movimiento. No en la vacuidad de la abstracción conceptual, sino más bien al hacer praxis su pensamiento, que era y es el pensamiento de Perón, del peronismo.

“Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber toda la verdad (…) Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas”, explicó Eva en Mi Mensaje.

Evita es la encarnadura de la lucha por la dignidad para los pobres, para los trabajadores. Cada sujeto social se personaliza y se encarna en ella, pero no solamente para dar testimonio y oler a oveja como sostiene el Papa Francisco.

En su camino evangelizador Eva nos alerta: “Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es necesario aplastarla donde quiera que brote si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos, si no queremos que vuelva a caer la noche sobre su victoria”.

Si visión estratégica tiene absoluta vigencia. Si bien la unidad actual puede llevar al campo popular a al triunfo electoral, aún falta convencimiento propio para encontrar las verdaderas soluciones de fondo: “Lo que sucede en nuestro pueblo es drama, auténtico y extraordinario drama por la posesión de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo bienestar que mi pueblo venía soñando desde el principio de su historia. (…) Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes”.

Su visión política no se restringe al ámbito local, el peronismo en general, desde su perspectiva continentalista, se adelantó en el tiempo y desde sus horas tempranos pensó en una Patria Grande para vencer al “atlantismo”: “Los imperialismos han sido y son la causa de las más grandes desgracias de una humanidad que se encarna en los pueblos. Esta es la hora de los pueblos, que es como decir la hora de la humanidad. Todos los enemigos de la humanidad tienen las horas contadas. ¡También los imperialismos!”.

Los clanes progresistas, enclavados en el núcleo del Movimiento Nacional, suelen actuar los márgenes de la corrección política. Estos elementos retardatarios olvidan la referencia a Perón y Evita, como obreros de un marco teórico y como exponentes de una filosofía de existencia que consagra la dignidad a la liberación de la persona humana, pero no aislados como individuos sino como agentes activos de la Comunidad Organizada. Este desplazamiento del pensamiento es el espejo de una ideología acostada en el viejo paradigma de la colonización cultural.

El tópico excluyente, expulsivo, se reitera en la estrategia reproductiva que el neoliberalismo desarrolló como dispositivo psicopolítico en el sistema educativo. Perón, Eva, los trabajadores y los pobres, no aparecen como sujetos históricos. No se hacen carne, son reducidos al mito, a la ficción social. De esa manera se los descompone en fantasma de un pasado romantizado. Se soslaya cualquier perspectiva racional, intelectual, lo cual reduce al peronismo a una caja de música donde se guardan los recuerdos de un tiempo lejano y hasta distópico.

Pero si leemos a Evita nos vamos a dar cuenta que el peronismo no es pasado. Es futuro y el futuro es, de cierta manera también el presente. El pensamiento peronista en la expresión de su Eva cobra potencia en la actualidad, una actualidad ampliamente ignorada:” Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad”.

Evita deposita su fe social y política en la expansión de la comunidad organizada, en la fuerza anti-imperialista que representa el peronismo desde la tercera Posición y ubica en el centro de la escena al trabajo. Como vemos, Eva pone, a través de su pensamiento vivo y actual, en la centralidad de la política social del peronismo dos ejes trascendentales, que en la actualidad cobran vigencia en la agenda del Movimiento Obrero, los Movimientos Sociales y en la del Papa Francisco: El trabajo y la dignidad de la persona humana.

“El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es la gran virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad”.

Evita deja expuesto que no hay futuro sin peronismo. No se trata de recrear un pasado feliz como una utopía signada por la nostalgia ante los avatares del presente. Ese pensamiento es demasiado rústico y simplista. El peronismo es proyecto concretado. Perón y Evita demostraron que la felicidad del pueblo, la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política son posibles. Esto lo tienen presentes las Organizaciones Libres del Pueblo. Sin embrago, los clanes progresistas, los que han propiciado la derrota cultural y se han refugiado en la comodidad de la derrota permanente y piensan que el Estado de Bienestar es propiedad intelectual de la Europa blanca, reniegan ante el hecho de la vigencia del pensamiento peronista. Proyectan sus contradicciones internas como patología irresuelta, buscan nuevos liderazgos acordes a su ideología selectiva como factores de equilibrios idealizados. Depositan su esperanza en la educación y no el trabajo, buscan contención el ese liderazgo mesiánico y se rinden con facilidad ante la seducción política del capital atlantista. Pero además esos clanes no creen en la unidad, no tienen fe. Su perspectiva moral los lleva a identificarse con la Europa rubia y atildada, más que con los descamisados.

El triunfo electoral no garantizará la derrota del neoliberalismo y mucho menos de la oligarquía. Evita evangeliza en la acción, esa acción esta direccionada a liberar del yugo explotador del descarte a los pobres, a la clase trabajadora. Es fácil. Tanto que para muchos es complejo. Es por ella que Ella nos conduce, junto a Perón, a hacer justicia juntos, y al igual que Francisco nos persuade para que no nos dejemos robar la dignidad. Sin peronismo no hay esperanza, no hay libertad, no hay futuro para la clase trabajadora, para los humildes de la Patria. Ese es el legado de Evita, su trascendencia como persona, como líder del pueblo humilde y trabajador.

 

Director periodístico de AGN Prensa Sindical

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