Opinión

¿Todo será lo que ya fue?

Por Gustavo Ramírez

Dos años después, pandemia de COVID-19 y cierre del acuerdo de entendimiento con el Fondo Monetario Internacional de por medio, el Gobierno Nacional decidió avanzar para contener la inflación con el impulso de una serie de medidas que aún no están del todo claras. En este contexto, hay que sumarle la alteración política internacional a partir del conflicto Estados Unidos, Ucrania, OTAN con Rusia y las confrontaciones internas en el Frente de Todos.

En las últimas horas operados oficiales se encargaron de difundir encuestas de apoyo social a la iniciativa del Presidente Fernández de acordar con el FMI. Las mismas pueden leerse como una respuesta abierta a lo planteado por el “kirchnerismo cristinista” en el Congreso Nacional, en el marco de la votación del acuerdo. Las diferencias son acentuadas, más allá que algunos protagonistas pretendan bajarle los decibeles a la disputa interna. Por otro lado, pretenden mostrar el “triunfo” político de Fernández para consolidar una fortaleza que resulta diezmada por la propia inercia de la gestión.

En esa dirección el Presidente subió la vara la semana pasada al anunciar el inicio de la “guerra contra la inflación”. El último viernes, el mandatario gastó balas de salvas en una comunicado oficial que no tuvo el impacto deseado por el entorno presidencial. El mensaje de Fernández resultó inocuo por el momento en función de las expectativas que generó. No obstante, si bien el paquete de medidas no fue tal, sí expresó la decisión del gobierno de crear el  Fondo Estabilizador Temporal del Trigo y en consecuencia actualizar, de manera momentánea, la suba de retenciones para las exportaciones de harina y aceite de soja.

Este fondo, tanto como el impuesto, no dañan las ganancias de los productores, por lo que no altera de fondo la estructura de acumulación de riquezas. Sirve para subsidiar el excedente de costos que alegan los productores a la hora de condicionar los precios locales a los internacionales. Por otro lado, el Gobierno insiste en reforzar la producción para exportar con el objetivo de sostener la recaudación en dólares sin explicar como ello impacta de manera positiva en el  mercado interno.

Según el oficialismo en los próximos días se conocerán más medidas, para ello por el momento se establecen espacios de encuentros con diversos representantes de sectores sociales. En esa línea el Presidente le bajó los aires a la “guerra”. En Tucumán, el jueves pasado, señaló: “Hay un tiempo de la Argentina que de una vez y para siempre debemos inaugurar, que es el tiempo de trabajar unidos, de trabajar juntos, ya tuvimos demasiados años para distanciarnos, para pelearnos, para marcar diferencias, hay cuestiones donde ya no tiene sentido que sigamos marcando esas diferencias”. 

El estilo conciliador de Fernández crispa la interna en el gobierno, pero al mismo tiempo vuelve a golpearse con la realidad. Mientras la utopía conciliatoria nacional se recrea sobre falsas bases sociales, en un escenario de disputa política muy encendido, las organizaciones reaccionarias del “campo” amenazan y extorsionan al pueblo en su conjunto con la realización de medidas de acción directa contra el gobierno.

En esta coyuntura, en los negocios periféricos los trabajadores y trabajadoras, volvieron a ser testigos de la suba de precios durante el fin de semana. Esto demuestra que el Gobierno continúa sin dar cuenta lo que pasa en los territorios. Es que volvió a incurrir en la sobre-actuación del diagnóstico y en consecuencia retomó el camino sistémico para impulsar medidas de parches. Resulta difícil creer que el precio de los alimentos pueda detener, al menos, el alza, en una economía concentrada y dolarizada. En dicha materia no se avizora que el oficialismo pueda aprovechar la crisis internacional para desacoplar la economía nacional del mandato global.

Sin romper el sistema de acumulación, sin propiciar un escenario de distribución de la riqueza y con la ausencia de los sectores populares en las decisiones políticas y en los discursos, de acuerdo a los primeros datos que se manejan, el Gobierno volverá a implementar medidas para subsidiar lo oferta y resignar a las y los trabajadores a la supervivencia como clase subalterna. Este modelo seudo-desarrollista tiene corto aliento político sin el establecimiento del un programa de shock.

No obstante cabe esperar un paquete de medidas integrales que surjan del “consenso” entre los distintos sectores. El problema es que en la mesas de reuniones se sientan los mismo actores que manejan la especulación inflacionaria, lo cual deja traslucir que el Gobierno no tiene ninguna intención de ir a ninguna guerra. Claro, tampoco tiene demasiado tiempo para refinar su estilo de gestión.

Las fuentes consultadas discrepan en el análisis de la situación interna poder administrativo, sin embargo han coincidido en confirmar que la relación entre Alberto y Cristina está en “mute”. Esto quiere decir, aunque nadie lo confirme abiertamente, que está rota. Aún así, existen los optimistas que se aferran a la unidad necesaria para que esto no implosione,  por lo que consideran que las tensiones se pueden extremar pero que el Frente no se rompe.

El terreno donde se desarrolla la disputa es pantanoso. Las conducciones de los distintos espacios no son claras en sus comunicaciones por lo que crece la incertidumbre y la dispersión. Cada cual atiende su juego de manera particular por lo que al mismo tiempo cede terreno. El costo de las divisiones no logra dimensionarse, tampoco está determinado su alcance, pero si es seguro que en este juego de narcisismo ideológico todos pierden.

La naturaleza política de Alberto Fernández le impide caminar con pasos seguros a través de decisiones firmes. Es un operador sin ser un gran cuadro, sus contrincantes tienen la ventaja de haber estado metidos en el barro político de mostrar gestión con éxitos. Para los “albertistas” este no es un problema, no desdeñan acercamientos con sectores ajenos a la estructura de gobierno, de tal manera no ven con malos ojos articulaciones con un sector de referentes Radicales que se empiezan a distanciar de Juntos por el Cambio, aunque por ahora no rompen. Fernández tiene una relación fluida con Gerardo Morales y referentes de su espacio.

Cristina Fernández de Kirchner por otro lado parece recluida a trabajar desde las sombras, sin levantar el perfil. Esa fue su estrategia a lo largo de estos dos años, esta postura le permitió tomar distancia de las decisiones de Gobierno para ubicarse por fuera de él y mostrar que es el propio Alberto el que la excluye de la política oficial. Esto no quiere decir que no emita mensajes: los hizo con el video que muestra el ataque a su despacho en el Congreso y con la carta que emitieron los Senadores del Frente de Todos tras votar de manera negativa el acuerdo con el FMI. Su incidencia es determinante, claro.

Se avizoran realineamientos internos pero no se puede determinar aún de manera efectiva las derivaciones que estos pueden alcanzar. Hay un esfuerzo denodado en no mostrar las fisuras como rupturas, al mismo tiempo, los mensajes entre lado y lado denotan la fractura expuesta. En estas circunstancias para muchos operadores se cae el argumento disociado del “es esto o la derecha”, dado que asimilan al gobierno como continuidad de las políticas económicas liberales. Alberto no parece sentirse incómodo en esa ubicación aunque se esfuerce en parecer peronista.

“Es cuestión de tiempo”, aseguró una fuente. Es difícil que se llegue con una unidad sólida al 2023, incluso será complejo sostenerla en los próximos meses. Tal es así que para funcionarios cercanos a la Vicepresidenta el gobierno se terminó. En cambio, para los albertistas es una época de renacimiento, tanto que piensan en una posible reelección sostenida por el optimismo que le imprimen a las posibles medidas que impulsen el control de precios.

Está demás afirmar que la situación es compleja. Lo que descuida la coyuntura de superestructura es lo que ocurre por abajo: “La gente se queja todo el tiempo por los precios. Putean. Acá cada dos o tres días remarcan”, nos comentó una cajera de un supermercado chino ubicado en Crucecita, Avellaneda. La desilusión es palpable. Claro, el primer aviso se vio en las elecciones de medio término. El problema puede ser mayor su la desilusión se convierte en bronca.

 

 

 

21/3/2022

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