Ozzy vuelve a casa

Por Gustavo Ramírez 

Éramos muy pibes y jugábamos a intentar atrapar al tiempo. Por entonces no había tanto ruido, así que podíamos escuchar con mayor frecuencia y más naturalidad. Los sonidos se percibían de otra manera y uno parecía más receptivo a encontrarse con universos que contaban con expresión propia.

Una muesca en la cerradura de la existencia y todo se detonaba. Por allí podían entrar fantasmas que agitaban las horas mansas, pero también resonancias que perturbarían los pensamientos para siempre. No hacía falta mucho para trastocar sentidos. En una tarde cualquiera de invierno, en una habitación llena de humo, cerca del Puerto de Mar del Plata, alguien echó a rodar un cassette y, por un instante, el tiempo se detuvo. ¿Lo habíamos atrapado? En realidad, a partir de ese momento se nos estaba escurriendo entre los dedos, pero poco importaba.

Paranoid, de los Black Sabbatt, sonaba distinto a todo en un mundo que empezaba a cambiar. El disco abre con la guitarra de Tomy Iommi resonando sobre un escenario dramático que no logramos dimensionar hasta que las sirenas nos daban el contexto. Después de un impase, la voz de Ozzy armonizaba al resto de la banda y la dimensión del heavy metal se aventuraba hacia un territorio no demasiado explotado.

Ese sonido crudo e impuro necesitaba una voz que le imprimiera un toque distintivo. Y allí aparecía él. Simplemente Ozzy Osbourne. Todo encajaba. Funcionaba de extraña manera. Eran los ochenta y, con diez años encima, el disco sonaba novedoso y nuevo.

Este 22 de julio lo vuelvo a escuchar. Nada parece haber cambiado. Cada acorde está en su lugar y, entre tanto ruido esquizofrénico, su sonido está intacto. Lo extraño es que hace apenas unas horas nos enteramos de que Ozzy se fue. Después de tanto trajín y de lidiar con el párkinson, dijo basta.

No hay oportunidad de vencer al tiempo. Es inútil tratar de pelear contra su maquinaria. Es notorio cómo en los pequeños detalles de la historia personal existe un eco furtivo de la banda sonora que nos fue acompañando a cada paso. El Sabbatt de Ozzy está ahí, como el dinosaurio del cuento de Monterroso. Y la vida anda entre sus letras y compases.

El mundo como representación y voluntad no es tan grande. Más bien es un microorganismo que se encripta en la cabeza y nos lleva de las narices a donde queramos ir. Todo no resulta ser una totalidad. Ahora es momento de los obituarios, de las narraciones periodísticas que se centrarán en el hombre, en su vida excéntrica y sus desvíos dionisíacos. Esa totalidad se construirá en base a retazos de una existencia predispuesta para el público consumidor de chismes y de rutilante amarillismo. El carnaval voraz se pondrá en marcha y su engranaje vaciará de significado la expresión del intérprete y olvidará al artista.

“Mi nombre no significa nada, mi fortuna es menos
Mi futuro está envuelto en un oscuro desierto
La luz del sol está muy lejos, las nubes permanecen
Todo lo que poseía, ahora se ha ido”

La respuesta que dejó Ozzy para este momento. Eso puede ser todo, pero iremos a buscar más, olvidaremos que es un buen día para volver a escucharlo cantar. Para tomar la mano de su voz y sumergirnos en la densidad del tiempo y recorrer los pasillos de la memoria para encontrarnos con nuestro pasado y su banda de sonido.

Se nos fue un pedazo de música y parte de nosotros también partió. Sin demasiada pompa. Es inevitable. En un mundo que no recobra el sentido y se empecina en castrarse a sí mismo desde abismos narcisistas, la cordura nos alcanza desde manifestaciones artísticas que no perecen. Es que la expresión humana no tiene fecha de vencimiento.
En tiempos del imperio del algoritmo todo resulta efímero, incluso la muerte.

Pero la banalización de la vida no puede arrebatarnos el sutil encanto de humanidad que nos permite emocionarnos con una canción. Ya no corremos para atrapar al tiempo. Nos movemos de lado a lado sin desmoronarnos y, en medio de la crisis, seguimos cantando las viejas canciones porque ellas, de cierta manera, nos fueron formando.

Ozzy nos imanta. Y nos pone en situación. No importan tanto el heavy metal ni el rock and roll. Importa que él estuviera ahí, cantando para nosotros cuando lo necesitábamos y eso es suficiente para no dejar que su música se pierda en el basurero de la historia. Se nos acusará de ser hombres ordinarios, de viejos sentimentales, y no importa, es solo rock and roll y nos gusta.

Antes de cerrar la nota me escribió un amigo: “Te chupa un huevo el metal hasta que ves a un gordo metalero barbudo y chivado despidiendo emocionado a Ozzy Osbourne, a Lemmy o a Iorio y se te caen los calzones”.  De eso se trata.

Ahora Ozzy está volviendo a casa.

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