Opinión

Nosotros somos Pablo

Para Guille 

Fue lo más parecido a estar en el frente de batalla. Los gases llovían furtivos y las balas de goma repicaban demasiado cerca. No había barras bravas ni personas incentivadas por la vocación del desmán. Solo había agentes de las fuerzas del caos sembrando sangre por las calles de una Buenos Aires gris e indiferente.

¿Qué es la vida para el liberalismo? ¿Cómo un personaje nefasto y cubierto por la sangre del pueblo como Patricia Bullrich puede estar nuevamente al frente del manejo de las fuerzas de «seguridad»? Preguntas sueltas que surgen de la bronca y también, por momentos, de la impotencia. Quienes estuvimos el miércoles en Plaza de los Dos Congresos vimos cómo la cobardía se camufló en los uniformes de la impunidad.

Fue Pablo Grillo y con él fuimos nosotros. Su sangre regó las calles porteñas cuando intentó retratar el escenario de la violencia. Su juventud se abrazó a su historia y a su convicción de vida. Pero quedó tendido, abrazado a su cámara que entonces pareció una totalidad ineluctable. El grito ahogado de la desesperación se tornó en un aullido aturdidor de la masa que salió a socorrerlo. Mientras los carros hidrantes no detenían su marcha y amenazaban con agudizar el desastre.

Nuestra vida vale una bala para el gobierno liberal. La ecuación civilizatoria se reduce a un mero cálculo matemático. En ese esquema, los uniformados se convierten en idiotas útiles, sujetos al paradigma de la obediencia debida que los convierte en máquinas de muerte y en esclavos de su ambición de violencia.

Su hilo de vida es la vida de millones de pobres que, sin tener un mango para llegar a fin de mes, juntan un par de cosas para mandarlas a Bahía Blanca. Es el hilo de la compañera que todos los días sale a buscar un paquete de fideos para darle de comer a los pibes de los comedores de la villa. Es ese hilo de existencia de los delegados de base que sostienen a los compañeros golpeados por los despidos o por la precarización laboral. Los curas villeros que dan todo sin pedir nada a cambio. Pablo es un nosotros humano y real que toca a nuestra puerta para que despertemos de una vez por todas.

Estuvimos ahí, a metros de distancia. Sin conocernos. Esquivando los gases y buscando la imagen precisa que devele una verdad que va a ser ocultada por la propaganda del régimen. En ese fragor, perdimos conciencia del alrededor, pero vimos la angustia en el rostro de los compañeros heridos por las balas de goma. Escuchamos la bronca y la indignación brotar de las gargantas de las compañeras que retrocedían ante el avance policial, pero que no se querían ir.

¿Quiénes somos nosotros? Los que siempre estamos, los que no damos nada por perdido aunque el clima aciago de la deshumanización empuje al nihilismo político. Somos lo que muchas veces se niega, pero se siente; lo que no se ve, pero se percibe. La piedra en el zapato. Los ojos de la tierra, el fragor del trabajo, el techo de los amenazados. Somos los contados y tergiversados, los condenados, los humildes, los descamisados, los Pablo.

Es curioso, pero estas movilizaciones son, al mismo tiempo que un mensaje en sí mismo —político y humano—, una celebración. El encuentro. El abrazo. La mano tendida. La alegría de reconocernos en la solidaridad, en la hermandad de la resistencia, de la lucha. La celebración indomable que nos hace permanecer de pie ante los gases, las balas, la persecución, la tortura y la muerte. El encuentro de la vida.

No, no conozco a Pablo Grillo, pero sé que es mi hermano. Que está junto a mí cada vez que salgo a hacer una cobertura, como tantos de nosotros. Sí, no somos una mera singularidad materializada en una imagen o en una nota; somos una comunidad que acompaña lado a lado, y está y es, situada en la tierra que hermana a la Patria que se vive.

Los gases, las balas de goma, caían muy cerca. En ese momento se piensa poco. Y cuando se lo hace, parecen reflejos de la existencia: los hijos, los padres, los hermanos, la pareja, los resistentes que no están. El futuro se asoma sobre una mata de humo tóxico. Entonces ve cómo dirigentes con años de lucha avanzan y van y ponen el pecho. La unidad es superior al conflicto. Y la fe se torna bandera, y uno se siente invencible.

El pueblo no es una categoría intelectualizada. Es humanidad. Tan simple y tan complejo como eso. Quien no vive y siente en él y con él difícilmente pueda saber de qué se trata. Ese espíritu, la historia lo demuestra, no se doblega. Es tan indomable como incorregible, y es más valiente que un policía o un gendarme que solo se siente fuerte y poderoso cuando le pega a una jubilada o a un jubilado.

Hay un nosotros que se expresa en uno y en tantos. Eso inquieta al enemigo, lo descontrola, lo torna violento. Hay hermanos que se expresan en silencio con gratitud y honra. Hay patriotas que ennoblecen todo rol solidario. Pero también hay cobardes que empuñan miserabilidades para servir al Diablo.

Esta nota no tiene ambiciones de ser pulcra, mucho menos perfecta. Es un escrito desprolijo. Lo que viene a la cabeza se escribe. Es un aullido de bronca e impotencia. Pero es un abrazo a todo aquel que se quiera encontrar de este lado. Sí, hay lados: está el lado de la muerte representado por las Bullrich, y está la vida, aferrada a los Pablo.

Estuvimos ahí y mañana vamos a volver a estar: por los humildes, por la Patria, por la verdad, por la vida, por el nosotros y por nuestros hermanos.

 

 

 

13/5/2025

Subir