Opinión

Nos sobran los motivos

*Por Gustavo Ramírez

No es trillado decir que la pandemia ha expuesto al modelo liberal de manera pornográfica. Los procesos de generación de desigualdad estructural son producto de un devenir histórico donde el único privilegiado ha sido el capital. La desarticulación del Estado por un lado y la inclinación vertical económica hacia los mercados financieros, por otro, han permitido que la irrupción del virus de COVID-19, profundice la cartografía del desastre arrastrada desde hace años, sobre todo en regiones pobres como Latinoamérica.

El Papa Francisco ha sido preciso al describir el presente con franca sabiduría: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.

La desconfiguración sistemática de los aparatos productivos y la implementación de modelos que practican el canibalismo comercial, condujeron, en nombre de ficciones ideológicas consagradas en el altar de los Imperios, al sangrado social en la medida que la aplicación de políticas de endeudamiento y especulación financiera fueron materializando un sistema de descarte y muerte.

No es la pandemia, idiota, podría ser el eslogan con el cual cultivar los pensamientos del presente. En todo caso, la realidad verdadera da cuenta del agotamiento del proceso neoliberal-oligárquico que comenzó, si estamos obligados a esbozar un curso temporal, con la aplicación fantasiosa del plan Marshall.

Tampoco hace falta irse tan lejos. En Argentina, los últimos cuatro años resultaron la síntesis del proceso reaccionario iniciado en 1955, donde la oligarquía y los estamentos sociales de alta alcurnia –cipayos – retomaron el sendero abierto por los Rivadavia, los Mitre y los Sarmiento.

La mentada libertad de comercio es el germen de la producción de pobreza a instancias de la riqueza de unos pocos. No son los sectores acaudalados los que han gestado el desarrollo de la Patria, por el contrario, ellos solo fomentaron su propio bienestar con el saqueo de nuestro patrimonio.

John Willian Cooke lo describió con precisión: “Una invasión extraña nos trajo baratijas de símil oro y fórmulas mágicas. Rieles, muelles, barcos, empresas, bolsas, se entremezclaban en un desparramo de teorías y concepciones que nos iban a llevar a un progreso y a una civilización jamás alcanzada. No nos dimos cuenta de que, una vez más, nos daban collares de vidrio por nuestro auténtico oro. Ni los rieles sirvieron a nuestra producción, ni los muelles fueron ocupados por nuestros barcos”.

Acto seguido, el delegado de Perón, agregaba que “los bancos, las empresas y las bolsas, por su parte, se creaban, se alzaban y se levantaban con nuestra riqueza. Por debajo de los centenares de millones que formaban las cifras del intercambio, circulaba secretamente el torrente de las balanzas de pago. Se nos hacía conocer ruidosamente las primeras, como representación de una economía vigorosa y se nos ocultaban celosamente las segundas, que constituirían el cáncer de nuestra riqueza”.

Esta descripción histórica, que suele pasar desapercibida por los mercenarios mediáticos de la oligarquía, se repitió disfrazada de pos modernidad durante la gestión del empresario Mauricio Macri.  Siguiendo la ruta del enriquecimiento personal, la administración de los CEOS permitió que, en el presente, el 70 % del capital blanqueado por los sectores que ostentan las mayores riquezas, esté fuera del país.

Los ricos argentinos tienen una patológica inclinación por asemejarse más que nada a inversores financieros que a empresarios que piensan en la protección de la producción nacional. Desde el golpe del ’55 (podríamos remontarnos aun a tiempos de la Revolución de Mayo, pero vamos a situarnos en este lapso de tiempo, para precisar mejor la contemporaneidad del proyecto de desguace nacional) la receta fue la misma, salvo en los períodos de gobierno peronistas. La distribución de la riqueza quedó atrapada en las redes tendidas por los especuladores tradicionales,  que aplicaron reiteradamente las mismas fórmulas para empobrecer a los trabajadores y enriquecer a los suyos: Bicicleta financiera, estatización de deuda privada, privatización de empresas públicas, quitas impositivas a la riqueza, como bien precisó en un artículo reciente, el Profesor en Economía de la Universidad de Quilmes, Gustavo García Zanotti.

Mientras nuestro pueblo padece las injusticias de la peste económica, en el marco de la crisis sanitaria, según el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina, los más ricos de nuestro país, tienen 500 mil millones de dólares, lo que equivale al 80 % del PBI, escondidos en el exterior. Para la AFIP solo hay 72 mil millones, afuera, mientras que para el INDEC la cifra es de 266 mil millones de dólares, es decir el 41 % del PBI. Lo que demuestra al desmesura de la situación, la oscilación de los datos dan cuenta de lo inaprensible que es esta fuga de capitales. Es decir este enriquecimiento lindante con lo ilícito.

¿Quiénes son realmente los marginales en éste país? ¿Quiénes son los que viven fuera de la ley mientras un gran número de personas vive en las peores condiciones? Si se repasan estos números  ¿se entiende porqué presionan para levantar el aislamiento social obligatorio al tiempo que vamos llegando al pico de contagio, justo en el preciso momento que los sectores más vulnerables están más expuestos? Para ellos nunca fue la vida, ni cuando crearon los Comandos Civiles, ni cuando bombardearon al pueblo indefenso, ni cuando apoyaron a la Dictadura, ni cuando perseguían al Movimiento Obrero en democracia, ni ahora que el mundo está al borde de un nuevo abismo. Siempre fue la economía en defensa del capital.

Aún hay más, porque mientras cuentan sus dólares desde la pantalla de su PC y observan como su miserabilidad cotiza en bolsa, viven de los subsidios que emite el Estado. Estos chupa sangre del pueblo, como los Techint, los LATAM, los Maersk, los Clarín, solo para citar a algunos, representan ese poder económico y político que ejerció la hegemonía ideológica y política a costilla de muertes de compatriotas, durante décadas. Y hoy no quieren resignar nada ante un Estado que, en estos términos, se muestra ambiguo y timorato para enfrentarlos.

Ahora bien, dicho esto, ¿es necesario salir a buscar respuestas, mirando hacia el exterior, para encontrar soluciones a esta conocida crisis? ¿Porqué para el Presidente los ejemplos a seguir son países cómo Finlandia, Noruega o Suecia y no la argentina peronista? ¿A caso esos países, enquistados en el corazón de la Europa avasallante otrora y hoy en agonía, no son también parte del problema? ¿Por qué no se pone en valor lo nuestro, el ejemplo sobresaliente del país que fue posible?

Veamos. Leamos a Perón: “A poco de andar nos percatamos que las organizaciones internacionales imperialistas tenían organizados todos los medios para descapitalizarnos mediante los famosos servicios financieros que ocasionaban anualmente la deuda externa, los servicios públicos, la comercialización agraria, los transportes marítimos y aéreos, los seguros y reaseguros, etc., y, aparte de ello, gravitaban ruinosamente las evasiones visibles e invisibles de capital. De esta manera, de poco valía trabajar si el producto de ese trabajo iba a parar a manos de nuestros explotadores. Era preciso recurrir a dos medidas indispensables para evitar esa descapitalización:

  • Nacionalizar los servicios en manos extranjeras que imponían servicios financieros en divisas.
  • Crear una organización de control financieros que impidiera la evasión de capitales”

Sin dudas la situación económica es compleja pero ya la conocemos. La pandemia sigue demostrando que los grandes capitales prefieren su supervivencia antes que la vida de las personas. Tenemos una leve ventaja sobre el resto: nuestra historia, la capacidad organizativa delos sectores populares, de las Organizaciones Libres del Pueblo y sobre todo, tenemos a Perón. Pero si no escuchamos nuestra historia, a nuestros trabajadores, a nuestros pobres, corremos el riesgo de caer, una vez más, en las viejas trampas -disfrazadas de ideología políticamente correcta – que nos ha llevado al empobrecimiento del país.

Para nosotros, organizar es adoctrinar, porque la doctrina es el único caudillo que resiste a la acción destructiva del tiempo, y nosotros trabajamos para el porvenir”.  Nos sobran los motivos, entonces, para volver a Perón.

 

21/05/2020

 

 

*Director periodístico de AGN Prensa Sindical

21/05/2020

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