Opinión

La conjura de los necios

Por Gustavo Ramírez

La Guerra contra la Inflación terminó por ser un bluff más del aparato comunicacional que circunda a Alberto Fernández. Las balas de salva no lograron amedrentar a los especuladores en ninguno de los espacios económicos en disputa, los precios de los alimentos volvieron a registrar alzas durante el último mes superiores, para algunos analistas, al 7,5 % registrados en febrero.

En el gobierno se preparan, incluso con cierta resignación, para afrontar índices inflacionarios que estarían rondando el 6 % en marzo. Dentro de la estructura del Frente de Todos las tensiones crecen, hay sectores que se asombran ante la falta de reacción del Presidente ante la realidad que parece tragarse las débiles señales de acción que emite Fernández.

Convencido que “este es camino” el mandatario argentino se cierra sobre su círculo íntimo y se blinda con escudos de madera frente a lo que considera ataques internos y externos. El problema es que cada decisión que se tarda en tomar repercute de manera negativa en ambos planos, más allá de la paranoia albertista, que por cierto tiene asidero pero, al mismo tiempo, es alimentada por la ausencia de determinación y carácter político para sostener con el cuerpo lo que se enuncia en los cansadores y repetidos discursos.

Fuentes del Frente de Todos, aseguran que esta actitud, o mejor dicho, la falta de la misma es “muy preocupante teniendo en cuenta que es presidente”. Alberto Fernández se pegó a una imagen de “tibieza” política e indeterminación ideológica que esmerila su gestión desde si mismo para afuera. Se olvida que él confirmó que este es su modo de llevar adelante su administración, aunque este estilo irrite a los que integran y militan en el Frente.

Sondeos sociales de la última semana la imagen presidencial se encuentra por debajo del 35 %, al mismo tiempo que la imagen positiva del Presidente ha tocado su piso con un 39 %. El deterioro del poder adquisitivo de las clases populares, e incluso de la clase media, arrastra el descenso en el optimismo político. El gobierno pierde confianza y credibilidad entre los propios lo que agudiza la crisis interna. La valoración de gestión, según evidencia algunas consultoras, es negativa, lo que para muchos, dentro de la coalición gobernante significa pérdida de capital electoral.

Por estas horas, funcionarios del Gabinete Nacional volverán a concertar un encuentro con representantes de la Confederación General del Trabajo y de la Unión Industrial Argentina para redundar en el diálogo, que a esta altura parece estéril, en función de poder establecer acuerdos entre precios y salarios. Lo infructuoso de estos encuentros, más allá de las “buenas voluntades” se enquista, precisamente, en la ausencia de políticas determinantes e integradoras que fortifiquen el poder de compra de la clase trabajadora y los sectores más humildes.

En nuestro país 17,1 millones de personas son pobres y 3,7 millones son indigentes. Las cifras son demasiado altas como dar como un hecho positivo el descenso mínimo en los índices de pobreza. Si bien los datos son positivos respecto a 2020 sostiene la base de pauperización social de 2019. Por lo tanto la situación, más allá del optimismo oficialista en cuanto a crecimiento y desarrollo de la macro economía, en las bases sociales es percibida como  grave.

El efecto de retracción de precios al 10 de marzo no se reflejó en la góndolas. A simple vista lo que se observa es que el Gobierno carece de autoridad para imponerse por encima de los poderes económicos dado se que encorseta en esquemas obsoletos y prefigura un diálogo demasiado extenso con los sectores políticos-económicos que condicionan la economía de entre casa.

Por otro lado, se insiste en autoimponerse límites, encontrando en el proceso de guerra, justificaciones para ordenar la economía local bajo los parámetros que delinea desde hace tiempos la economía local. Si bien el impacto del conflicto bélico tiene gravitación en términos globales es un momento propicio para desatar las ataduras y los condicionamientos políticos demarcados por el globalismo unipolar que pretende conducir Estados Unidos. China y Rusia abrieron un surco en un camino escarpado horadando el valor del dólar para el comercio general, lo cual representa un oportunidad de desprenderse de la dolarización de hecho.

Sujeto a los principios de la economía global el Gobierno no puede escapar de la sujeción. El Centro de Estudios Scalabrini Ortíz dio cuenta en un reciente informe que “las Pastas y Masas aumentaron un 13,1%, los Fideos Secos un 12,4%, las Harinas registran un aumento del 12,1% y los Panificados muestran un 10,1% de aumento en las últimas cuatro semanas”.

En las últimas horas, algunos funcionarios del gobierno nacional le sirvieron en bandeja la agenda a la oposición, exacerbando el discurso reaccionario y punitivista contra la protesta social que suele se simplificado, por la razón mediática, como “caos de tránsito”. Juan Zabaleta, Ministro de Desarrollo Social se mostró más simpático con las “plegarias” de la derecha que empático con aquellos que no llegan a  fin de mes. Independientemente del uso político que el Polo Obrero hace de situación política, algo que en definitiva es parte del sistema, hay un realidad que el funcionario no debería soslayar.

Estas apreciaciones fueron brutalmente explotadas por el alcalde de la Ciudad de Buenos Aires, que ya no niega sus ambiciones presidencialistas, y pone una vez más al gobierno nacional a su nivel. La ineptitud de Zabaleta para contener el despliegue de fuerzas sociales se tradujo en un alineamiento directo con las aspiraciones reaccionarias a partir de su práctica incandescente de demagogia discursiva.

Como si no bastara el panorama general, la ausencia de conducción política táctica y estratégica irradia confusión hacia abajo, dado que los mensajes de las partes desgranan la base de sustentación del capital político oficial e impera la inercia del desequilibrio al mismo tiempo que embarulla  toda posibilidad de acervo político. El Movimiento Nacional está circunscripto al reducto de las apariencias frentistas meramente electorales.

Una vez más, la vicepresidenta favoreció el internismo propiciando su máscara ególatra por encima de la unidad, sin prestar atención al mandato histórico de Perón y de Néstor Kirchner. Incluso ella escaló por arriba del Día de Veterano de Guerra y lo usó como trampolín para escalar la temperatura de la disputa interna. Malvinas podría haber servido como escenario de la unidad, sin embargo, la expresidenta eligió los elogios a si misma y en un discurso excedido volvió a erigirse como ícono mesiánico de la salvación nacional.

El pregón del Papa Francisco sostiene que la unidad es superior al conflicto, pero es algo que el cristinismo no logra considerar porque no está en su ADN. En ese sentido la unidad adquiere valor y dimensión, solamente si está delimitada por el mandato de la “Jefa”. El ejemplo más aleccionador al respecto no está en el 2019, cuando su voluntad fue torcida por la necesidad, sino en 2011 cuando se desaprovechó la oportunidad histórica de consolidar un Movimiento Popular integrado, por el contrario, se decidió romper con el Movimiento Obrero y se subordinó a la organizaciones de base a un comando centralizado que fue perdiendo potencia y consistencia más allá del personalismo.

Hoy, la reedición del 2015 está a la vuelta de esquina pero con condicionantes externos que añaden condimentos extras  a la pulsión autodestructiva. La segmentación del campo nacional vuelve a abrir interrogantes de cara al futuro pero en esencia porque no se atiende el presente de la debida manera. La unidad quedó estancada en el terreno infértil de la discusión superestructural saturada de diagnóstico y e incapaz de producir respuesta resolutivas. En ese sentido, ni Cristina, ni Massa expresan de manera pública al menos, cual es el programa que nos sacaría de este atolladero.

Aun cuando suene mal a algunos oídos acostumbrados a escuchar su propio canto, el futuro presidenciable del Frente de Todos está altamente condicionado por el devenir de la gestión de gobierno, de alguna manera está atado al fracaso o triunfo de Alberto Fernández. Ahora bien, Massa y Cristina son parte del gobierno por lo que situarlos afuera del mismo solo responde a una necesidad del hedonismo ideológico con el que se manejan algunos cortesanos. Por lo general esto se da de espaldas al pueblo.

El Frente de Todos, asumido como tal descompuso la identidad particular de su configuración que barruntaba en los principios doctrinarios del peronismo. Barrida esta afirmación por la primacía del pensamiento progresista “iluminado”, lo que queda es la desnudez de tres dirigentes que asumieron la representación de un cuerpo mucho más grande y con historia propia.

Cristina, Alberto y Massa no representan ya la síntesis de la identidad plebeya del peronismo, solo son la autopercepción moral y moralizante de una expresión exógena al movimiento original e identitario. Hoy, replegados sobre sus propias estructuras y atrincherados allí para especular en que condiciones convergen en el 2023, solo expresan el voluntarismo narcisista de su propio discurso.

Ya no se trata de encorsetar la mirada a través del prisma analítico preservado en los anaqueles de las improntas virtuales, fragmentado y desterritorializado. Lo real concreto es lo que ocurre en los barrios, en cada casa y desde allí se comienza a exigir respuestas concretas. Las disputas de palacio solo satisfacen el hambre voraz de los vampiros políticos devenidos en diablitos. La oligarquía se relame y se frota las manos, el hilo de baba cae de la comisura de sus labios. Ya ni siquiera está al acecho, sabe que así está ganando. Solo es cuestión de tiempo.

No alcanza con que la dirigencia política se auto-perciba peronista. Tiene que serlo, demostrarlo y casi no tiene tiempo para remediarlo. Evita decía que “los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan”.

 

 

 

5/4/2022

 

 

 

 

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