*Por Gustavo Ramírez
Es posible que en el Frente de Todos se crea más en la posibilidad de desarrollar un capitalismo progresista que en la concepción de economía social vertida en la historia por el peronismo. La valoración de los principios económicos sostenidos hasta el momento parten de un posicionamiento de permanente subordinación política y dejan de lado cualquier iniciativa que impulse la independencia económica.
La crisis le ha permitido al gobierno estructurar su gestión sosteniendo la vigencia de la rentabilidad del capital, mientras que al mismo tiempo para sostener el endeble equilibrio social se conformó a los sectores populares con políticas asistencialistas aferradas al subsidio. Se podría alegar que en “tiempos de guerra impera una economía de guerra”. Lo cierto es que ello produce y sostiene el desfasaje de transferencia de riquezas de abajo hacia arriba.
En el último período el crecimiento no alcanzó para sostener el equilibrio. Por el contrario, parece ser que se alimenta, a través de la aplicación de estrategias económicas, a asimetría entre capital y trabajo. El molde utilizado, asentado en la aplicación de políticas económica keynesianas, no servido para invertir el proceso de descomposición social estructural que atraviesa el país.
Las mejoras en los índices de empleabilidad sin acompañamiento de política de precios y de control de rentabilidad de las grandes empresas, evidencian las limitaciones del programa, que además dependen de los condicionamientos impuestos por el Fondo Monetario Internacional a partir de la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri. Cabe señalar al respecto que a pesar del mandato popular, que exigía un castigo para semejante afrenta, el gobierno de Alberto Fernández, decidió hacer frente a el endeudamiento desoyendo dicho mandato.
El economista Joseph Stliglitz sostiene que “para lograr un mejor funcionamiento de la economía y la sociedad, con ciudadanos que se sientan prósperos y seguros, el Gobierno debe gastar dinero -para mejorar, por ejemplo, los subsidios de desempleo y financiar la investigación básica- y establecer regulaciones con el fin de evitar que la gente se perjudique entre sí. Por ende, las economías capitalistas siempre han supuesto una mezcla de mercados privados y sector públicos; la pregunta no es si optar por uno u otro, sino cómo combinar los dos con mayores ventajas”.
Lo promovido por el premio nobel no es fácil de alcanzar sin la apuesta política de manejar los mercados y ponerle condiciones a las empresas transnacionalizadas. En una economía dependiente, donde el Estado ha perdido el control de la producción, sin mercado interno y con el comercio exterior supeditado al manejo de las multinacionales, los desequilibrios estructuran gran parte de la política económica y condicionan la distribución del desarrollo y el crecimiento. Lo que convierte al keynesianismo en un modelo algo inútil para confrontar con la matriz de sometimiento.
Datos del Centro de estudios dedicado a la Economía Política confirman que “al mes de agosto de 2022, se recuperaron 412 mil puestos de trabajo desde el mínimo producido por la pandemia del COVID-19 (jul2020). Sin embargo, si tenemos en cuenta los 275 mil puestos que se perdieron entre abril 2018 y diciembre 2019, aún faltarían recuperar 58 mil puestos para alcanzar los niveles de empleo previos al gobierno de Cambiemos”.
Es cierto que el impacto de la crisis sanitaria, sumado al tsunami neoliberal descompuso toda potencialidad económica y que obligó al gobierno, deuda incluida, a reconfigurar su estrategia económica. Sin embargo, los esfuerzos hechos por el Ejecutivo resultan ser insuficientes para cambiar las condiciones coyunturales. Los datos sueltos se pueden presentar como síntesis de la buena voluntad política pero no como reordenamiento de la matriz dominante.
El CEPA, también evidenció que “los salarios crecieron 6,7% nominal en septiembre 2022, superando la inflación del mes (6,2%). Por otro lado, la comparación del total salarial vs. septiembre 2021 registra una caída del 2,4% en términos reales y pierden poder de compra (-3,9%) vs. fines de 2019”.
Como se ve la impronta progresista de sostener el equilibrio entre mercados no implica una reconfiguración del entramado distributivo en términos reales. La materialización de esta política se compruebe en el desfasaje entre capital y trabajo, donde la masa asalariada pierde ya no solamente en poder adquisitivo, sino en condiciones de existencia en función de la calidad de vida.
El reordenamiento que pretende concretar el ministro de Economía, Sergio Massa, apunta a sostener de igual manera las condiciones macro de la economía y a esperar que ese orden financiero se traduzca en derrame, por más que desde su cartera sostengan que no son partidarios de dicha política. El orden fiscal, y el seguimiento de los mandatos del FMI, no hacen más que reforzar el paradigma de injusticia social que condujo al país a este estado de situación.
La expectativa del gobierno en mantener la producción para la exportación redunda en mayores beneficios económicos para quienes ostentan con la acumulación de capital. Por otro lado, el gobierno no parece dar pie con bola en materia de política de precios. En principio porque no se dimensiona que sin política de precios no es posible sostener una política salarial. En ellos es preponderante el rediseño de la planificación estatal como vector disciplinador de los grandes grupos concentrados.
Desde el Frente de Todos afirman que para llevar adelante dicha política es necesario tener una cuota de poder que de credibilidad. Lo cual suena a excusa más que racionalidad efectiva. Desde la coalición se insiste en ubicar al poder fuera de sí, dejándole un margen demasiado exiguo de acción al gobierno. En primera instancia la debilidad de gestión se potencia desde adentro del armado político. Esto se pone de manifiesto en la articulación de las carteras de gobierno. No asombra entonces, que a principios de año existieran ministros que abandonaran todo posibilidad de gestionar aduciendo que el gobierno ya no tenía capacidad de reacción.
Claro que esto no fue así y la maniobra respondía a la interna palaciega, al mismo tiempo que servía para justificar la inacción de ciertos ministerios y ministros que se hicieron adictos a la foto de la prescindencia y al bajo perfil para cuidar su lote. El problema, en todo caso, fue y es político antes que solamente económico. En segunda instancia, al Frente de Todos le falta imaginación para expandir su política de supervivencia. Satisfacer la demanda de los mercados externos y ceder ante las presiones de los acreedores no es una respuesta que sume adhesiones de los sectores populares.
En ese sentido es menester comprender que el desarrollismo, en todo caso el keynesianismo, no surgió como una respuesta al neoliberalismo. Por otro lado, el momento de su auge se produjo como reforma dirigida a confrontar con el comunismo. La estructura productiva donde se pudo desarrollar ya casi no existe, sobre todo en países periféricos donde el sistema productivo industrial no responde a los mandatados del pueblo, es decir a las necesidades del conjunto, sino que dicha producción industrial queda atravesada por los acuerdos bilaterales entre potencias de punta. Es el paradigma que rige a la semicolonia.
Ahora, con esta cartografía sobre la mesa el interrogante es por qué tanto Alberto Fernández, como Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa, como cabezas del armado del Frente de Todos, optaron por valerse del desarrollismo y no del peronismo para afrontar la crisis. Los antecedentes históricos, incluso cercanos en el tiempo, han demostrado que tal opción siempre fue de corto aliento y que derivó en la profundización de la agonía, precisamente porque el capitalismo progresista no asume cambios de fondo.
El giro del peronismo la demo-liberalismo obstruyó la intervención de las fuerzas populares en el diseño de una política de liberación nacional. El andamiaje electoral del 2019 no tenía como premisa esto. El objetivo solamente fue táctico. Demasiado cómodo después de todo. Sacar del gobierno a Macri no significó cambiar las condiciones materiales de sujeción política.
La propuesta progresista, a lo igual que 2011 fue gestionar la “inclusión por consumo”. Ello desplazó al trabajo de la escena social como vertebrador de los principios cooperativos, solidarios y comunitarios. Es decir, no se sostuvo a la cultura de la integración como base potenciadora de la movilidad social ascendente de manera estructural. La inclusión por consumo no implica la transformación de la base del paradigma neoliberal que condiciona la existencia de los sectores populares a la mera adquisición de dinero para subsistir.
Este progresismo no quería, al fin de cuentas que los sectores populares fueran gestores del gobierno sino quería simplemente gobernarlos. De esta manera, las fuerzas populares terminaron siendo absorbidas por la coalición o bien como grupo de choque o bien como nexos de subordinación política al mandato del gobierno. El Frente de Todos al ser un mero instrumento electoral no sirvió para liberar las fuerzas populares, contenidas en las organizaciones libres del pueblo, para desplegar un diseño descolonizador ante la existencia real del neoliberalismo.
Igual que durante el 2001, el campo político no leyó a la crisis como un oportunidad con potencialidad revolucionaria. Cabe señalar que desde un principio se concibió al gobierno de Fernández como un instancia de transición. Aún así, la lectura ante la gravedad de la crisis fue programar un modelo de socorro para regresar a la normalidad. La normalidad en este caso es el estatus quo del mercado y del capital. Es decir, una vez más que socorrió al capital por encima de las necesidades populares.
Un gobierno nacional y popular, donde las fuerzas nacionales y populares están ausentes, más que un gobierno es un oxímoron . Esto se manifiesta inclusive cuando se admiten teorías políticas que abrevan en la centralidad pedagógica europea y se desdeña al propio Perón como forjador del pensamiento nacional. Ni siquiera el marco teórico del la gestión nacional y popular, es nacional y popular.
Del mismo modo el reordenamiento de la política económica pregonado por Sergio Massa tampoco contempló la posibilidad de volver al principio de la “comunidad organizada”. Se aferró a lo viejo conocido por el sistema como método de persistente supervivencia. Prevaleció los superestructural por encima de las necesidades populares. El estatuto neocolonial no fue quebrantado. Solo sufrió un apercibimiento moral desde el plano discursivo. Algo en lo cual también se repite Cristina Fernández de Kirchner.
El peronismo fue colocado en el plano de los objetos obsoletos. Pero no por el enemigo sino por aquellos que se auto perciben peronistas y saquean sus principios amoldándolos a la coyuntura del microclima. Del mismo modo se descarta el presente. Se saltan etapas y se ubica a la coalición de cara al 2023. Allí, el futuro parece estar más en los nombres que un programa de gobierno. Se arman montajes que se visten de “operativo clamor” pero no se construye política. Es que al desperonizar al Frente de Todos también se los despolitiza. Tampoco se construye unidad.
Al mismo tiempo, mientras parce ser que algunos quieren despegarse de otros, el tiempo corre. Nadie se quiere hacer cargo de la brasa ardiente. Tampoco hay quien preste atención al pueblo, que no habita solo el micro estadios, que mantiene la paciencia en base a sus convicciones. Precisamente por ellos todavía hay tiempo de volver, pero claro, ese regreso debe ser a Perón y no a un nuevo experimento progresista.
Perón afirmó que “para hacer maquiavelismo, lo primero que hay que poseer es un Maquiavelo. De los sublime a los ridículo hay un solo paso. Lo sublime es no darlo”. Es momento entonces de que en el Frente de Todos exista la convicción de darle bola a Perón.
14/11/2022