Javier y Karina: el idilio patológico que choca contra la realidad

Por Gustavo Ramírez 

La semana pasada resultó un punto de inflexión para el gobierno que gestiona bajo el mandato colonial. Demasiados flancos abiertos agrietan la narrativa libertaria y exponen las debilidades de una administración que se redujo a la mínima expresión del menemismo acelerado. A la derrota política de los últimos días, Milei le tuvo que adosar el peso muerto de su hermana, involucrada en resonantes casos de corrupción.

La oligarquía argentina aún persiste en sobrevalorar el período que abarca 1850-1930. La sucesión de décadas infames propuso un proyecto civilizatorio con profundas raíces anti-nacionales, que se sostuvo en base a traiciones, violencia y corrupción. En ese contexto, la depredación anglo-estadounidense propició el escenario fatal de la desintegración y el atraso de las fuerzas productivas argentinas en favor de sus propios intereses.

Milei se propuso reditar ese período con el atropello de la irracionalidad ideológica y la sobrevaloración de sus limitados atributos como kamikaze mediático. Su inoperancia política y su ignorancia económica quedaron al desnudo en los últimos días. A eso hay que adosarle la arrogancia del bruto que no es capaz de ver más allá de su entorno y dar por supuesto que tiene un cargo asegurado porque un segmento oligárquico todavía los sostiene. El libertario se lanzó anticipadamente a la pileta electoral, motivado por encuestas interesadas, pero no se quiso dar cuenta de que no había  agua para amortiguar su salto.

La sobrevalorada y sobreactuada insurgencia del libertario perdió peso específico ante lo inevitable. El agujero negro del estrafalario modelo económico quebró su capital simbólico a la misma velocidad con la que el mentado equipo financiero lo implementó. Se decidió no reparar en el hecho de que la impronta liberal, tanto reaccionaria como progresista, está en crisis en todo el mundo y que el capitalismo se perfila en una multipolaridad que no tiene como prioridad la base del capital concentrado y financiero.

Milei aceptó como condición de sobrevida la dependencia, pero no logró medir las dimensiones de la perspectiva histórica. Su ignorancia y su obediencia debida lo acorralaron y ahora está preso de una oratoria pueril que alucina una realidad incomprensible. El camuflaje virtual tampoco sirve de mucho en este contexto.

El liberalismo hace de la violencia y la corrupción sus principales armas para propiciar el retraso sistémico, al mismo tiempo que instala, a través de la estructura pedagógica, una moralina anti-popular que sirve para bombardear la filosofía esencial del humanismo justicialista. El pregón individualista, la performance unitaria y el reduccionismo materialista cubren las huellas del manto sagrado de los negocios espurios que se suscitan, comúnmente, a espaldas del pueblo, del electorado.

Milei y su hermana fagocitan la transferencia de riquezas de manera vertical: de la clase trabajadora a los segmentos parasitarios. Desclazados y sin sustento ético y moral, los hermanos vivieron en este período el sumun de su idilio patológico. Sin embargo, la debacle, como era predecible, aconteció de manera abrupta y denotó la fragilidad de los idiotas útiles. No hay nada más precario que un gil que se cree vivo.

Los cachetazos políticos que tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores le pegó la última semana al libertario y a su equipo de oradores precoces encendieron, en el seno del gobierno, más enojo que alarma. La estructura autocrática y la enfermedad del yoísmo le impiden a Milei dimensionar la anchura del síntoma.

En la calle, un sector importante y sólido del Movimiento Obrero, encabezado por los sindicatos del transporte, le hizo frente a las políticas libertarias y a la represión. La conciencia histórica de los trabajadores organizados le hace posible no caer en la trampa del miedo. Lejos del imaginario progresista, los dirigentes sindicales del sector, tal como lo hicieron algunos durante la Dictadura y la era menemista, no se escondieron detrás de sus bases y se le plantaron a la “yuta”. No se trata de guapeza, se trata de cumplir con el mandato doctrinario del justicialismo. Milei no puede contra eso; su gobierno tampoco.

En el inicio de esta semana, los mercados y sus manos invisibles volvieron a cachetear a los libertarios. El sistema financiero solo beneficia a unos pocos, y la oligarquía quiere toda la torta. No hay lugar para repartirla, y menos con “sirviente”, que es en todo momento prescindible. Por eso Milei finge demencia. Si acepta la realidad, tiene que confirmar que su gestión se desbarranca.

Durante el fin de semana, la peatonal de Lanús parece engalanarse. No son tiempos donde abunde el disfrute. La gente, poca por cierto, recorre el espacio comercial sin la posibilidad de consumir. Los negocios están vacíos. La desazón se nota en la cara de las y los empleados de los comercios. A pesar de las ofertas, las posibilidades de pagos, el consumo no repunta. El costo y la presión recaen sobre los trabajadores y sus fuentes laborales: si no hay ventas, no hay negocio; si no hay negocio, no hay empleo. En economía, las cuentas no son complejas. Dos más dos da cuatro.

Encuadrados en le necedad propios y extraños no parecen advertir el cansancio que se apodera de la sociedad. De hecho, más allá de los medios, no hay clima de campaña electoral. ¿Hay poco para decir? ¿No hay nada que prometer? La crisis de la democracia liberal denota el crecimiento del descreimiento. Poco importa que existan analistas que auguren que los «mercado» se van a tranquilizar con un dólar a 1.500 pesos después de las elecciones. Para una gran porción de las personas allí no está el problema. Sin embargo, no toda sociedad está enfrascada en el escepticismo. De lo contrario las manifestaciones populares no serían determinantes como lo fueron en este proceso.

Sin prestar atención a la realidad, este lunes Milei participó del acto inaugural del nuevo edificio de la Corporación América. Allí, trató de lucir coherente, estabilizado, racional. No obstante, Milei volvió a ser Milei. A su modo fue auto referencial, aunque quiso parecer irónico: «En algún momento mencioné una frase de Sun Tzu que dice que al político demagogo no le importa prender fuego al país y gobernar sobre las cenizas, porque lo que les importa es tener el poder. No les importa los argentinos de bien, y está claro que no les importa, porque ellos son los argentinos del mal, que son los vividores y los que han destrozado este país».

Milei vive  en una dimensión paralela y que cuanto más habla más ratifica, no en términos de su gestión sino en relación a las sospechas que desempolva su retórica. El libertario se jacta de su ignorancia, aun cuando la realidad amenaza con llevárselo puesto.

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