Golpe en Guinea-Bissau: una moneda en el aire.

*Por Guadi Calvo 

El grave contexto de inestabilidad que sacude prácticamente a todo el continente parece no tener más espacio para nuevos conflictos. Desde la acuciante presencia del terrorismo en vastas áreas del Sahel, el Golfo de Guinea, Nigeria, Mozambique, el cuerno de África y que sigue latente en el Sinaí egipcio. Sumándoles las guerras civiles de Sudán, la del este de la República Democrática del Congo y, todavía pendiente de resolución, la que mantiene el bando de Trípoli con las fuerzas del general Khalifa Hafther en Libia.

La inestabilidad política de Sudán del Sur, de República Centroafricana, Kenia, Madagascar y Chad; el recrudecimiento de las tensiones entre Eritrea y Etiopía. Las protestas en Túnez y Marruecos, este último país que, además, deberá resolver la cuestión por la usurpación de territorios pertenecientes a la República Árabe Saharaui Democrática. También al continente le pesan los conflictos imperecederos que Argelia mantiene tanto con el reino alauita como con Mali. Agregándole los millones de desplazados, migrantes, poderosas bandas criminales, cárteles de droga y traficantes ilegales de todo: desde cigarrillos a armas, desde personas a combustibles, desde oro y piedras preciosas a fauna, dibujan un collage que parece trazado en fuego.

Por todo esto, el golpe de Estado en Guinea-Bissau del miércoles veintiséis de noviembre pone, una vez más, al continente en tensión, ya que no es extraño que produzca un efecto contagio. Por lo que la historia de los golpes militares en África ha sido llamativamente profusa desde el proceso independentista de los años sesenta. De ellos, algunos pocos se produjeron intentando cambiar la matriz de dependencia que la mayoría de las naciones del continente mantienen más allá del repliegue formal de las metrópolis coloniales.

De esos pocos intentos, los que más se han destacado, por la resonancia internacional que han tenido, son los casos de Libia en 1969, que lideró el coronel Gaddafi y cuyo asesinato, en 2011, ha dejado consecuencias que, a casi quince años del crimen, todavía su pueblo sigue pagando.

Otro de los procesos más notorios y que, no por casualidad, también ha tenido un final trágico ha sido el movimiento revolucionario encabezado por el capitán Thomas Sankara en la actual Burkina Faso en 1983, y cuyo asesinato, en 1987, ha llevado a ese país a un ciclo de inestabilidad política que finalmente desembocó, en 2022, en un golpe de un grupo de jóvenes oficiales encabezados por el capitán Ibrahim Traoré, que no solo trajo el ideario del capitán Sankara, sino que, además, su personalidad lo está catapultando a un liderazgo continental.

Finalmente, nada quedó más que el ejemplo de aquellos dos movimientos verdaderamente revolucionarios y anticolonialistas, que habían sido acompañados por un puñado de golpes de militares de características marxistas que se produjeron en el contexto de la Guerra Fría (Somalia (1969), Etiopía (1974), el Congo Brazzaville (1969) y Benín (1972)).

Mientras que el resto de aquellas asonadas militares, más de doscientos desde la retirada de las potencias coloniales, las que se iniciaron con el derrocamiento y asesinato del presidente de Togo, Sylvanus Olympio, en 1963, no fueron más que luchas por el poder de las elites locales articuladas por gobiernos y empresas occidentales.

Ya entrado el siglo XXI, esos mecanismos de sustitución de gobiernos vía alzamientos militares continuaron inalterables desde el que se ejecutó en la República Centroafricana en 2003 al de Sudán (2019), periodo en que se produjeron otros seis: Mauritania (2005), Guinea-Conakri (2008), Madagascar (2009), Níger (2010), Malí (2012) y República Centroafricana (2013).

Estas dinámicas utilizadas hasta el hartazgo por el tridente de las élites locales, gobiernos extranjeros (Washington, Londres y París, casi con exclusividad) y multinacionales del saqueo, que reportan a estas capitales o, inversamente, ¿quién lo sabe?, terminaron en Mali en 2020.

Desde entonces, este tipo de movimientos nacionalistas y populares, hartados por la corrupción crónica, la intervención extranjera y un nuevo jugador: la falta de una respuesta acorde a los avances de las khatibas tributarias del Daesh y a al-Qaeda, se multiplicaron.

Primero la oficialidad joven de Mali, tras un primer intento en 2020 y rectificado en 2021; al que, en 2022, se sumaron los militares de Burkina Faso y, en 2023, el ejército de Níger, desemboque en un proceso inédito, como si las voces de Gaddafi, Sankara y el coronel Gamal Abdel Nasser se hubieran amplificado en el Sahel contemporáneo, llevando a estas tres naciones a conformar la Confederación de Estados del Sahel (CES), una alianza política militar que se ha convertido en un proyecto extremadamente peligroso para las potencias coloniales y sus servidores locales, como la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), dispuesta a funcionar como el ariete regional, tal cual lo hacen los muyahidines del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes o del Estado Islámico para el Gran Sahara. Estas tres últimas entidades articuladas políticamente por Occidente y financiadas por las monarquías del golfo Pérsico.

La “peligrosidad” que los países miembros del CES parecen tener para el statu quo continental hace que cada golpe de Estado, como el de Guinea-Conakri en 2021, protagonizado por otro joven oficial, el comandante de fuerzas especiales Mamady Doumbouya, que, si bien no se ha unido a la CES, ha mantenido una postura digna frente a Francia.

El último había sido el de Gabón en 2023, que módicamente terminó con la dinastía Bongo, que gobernaba el país desde 1967. Primero fue Omar Bongo, quien murió en 2009, sucedido por su hijo Alí, que en agosto fue derrocado por su primo, el general Brice Oligui Nguema, sobrino de Omar, jefe de la Guardia Republicana a cargo de la seguridad presidencial (Ver: Golpe en Gabón, un asunto de familia). Este último golpe, que no ha sido más que un cambio de titularidad, no ha tenido mayores diferencias.

Esperando que caiga la moneda

Las Fuerzas Armadas de Guinea-Bissau han tomado el control del país el pasado miércoles veintiséis, después de detener al presidente Umaro Sissoco Embaló y anular el proceso electoral del domingo, en el que Ambuló aspira a la relección.

La asonada se produjo apenas un día después de que la Comisión Electoral Nacional (CEN) diera a conocer los primeros cómputos, que se presentaban extremadamente parejos hasta el miércoles entre el presidente y su principal opositor, Fernando Dias. Más allá de que ambos ya se habían atribuido la victoria, por lo que, teniendo en cuenta los antecedentes de esta clase de rivalidades, se presagiaba un escenario extremadamente convulso.

Tras el golpe, el Ejército dispuso el cierre del espacio aéreo y todos los pasos de frontera, mientras que por medio de un comunicado los mandos militares informaban que se tomarían a su cargo “los asuntos del Estado hasta nuevo aviso”.

Tras el golpe, el Ejército dispuso el cierre del espacio aéreo y todos los pasos de frontera, mientras que, por medio de un comunicado, los mandos militares informaban que se tomarían a su cargo “los asuntos del Estado hasta nuevo aviso”.

Algunas horas después se informó que sería el general Horta N’Ta quien asumiría como presidente por el periodo de un año. Mientras que el opositor, Fernando Dias, acusaba al presidente derrocado de haber estimulado el golpe para no reconocer su derrota.

El golpe se inició a media mañana del miércoles, cuando soldados encapuchados comenzaron a tomar las calles y se comenzaron a producir intensos tiroteos en cercanías del Palacio Presidencial y de la sede de la Comisión Electoral Nacional, en la ciudad de Bissau, la capital del país, lo que obligó a muchos transeúntes a buscar refugio.

Guinea-Bissau, un país de África Occidental, excolonia portuguesa, es uno de los países más pequeños del continente. Ubicado entre Senegal y Guinea-Conakri, se encuentra entre los países africanos con mayor inestabilidad, habiendo sufrido, desde su independencia en 1974, alrededor de una decena de intentos de golpe de Estado, el último de ellos en 2020.

Fue ese vacío de poder el que permitió a Embaló, exmilitar y parte del establishment que ya había ocupado cargos de extrema relevancia en el Estado, llegar al poder tras tejer una alianza política, aunque nunca había sido reconocido por el Poder Judicial.

Este desorden en lo político también se replica en el ámbito militar, donde una imbricada trama de intereses políticos, rivalidades y tensiones ha marcado, a lo largo de su historia, al país y ha acelerado los procesos políticos que generalmente derivan en golpes.

Más tarde se conoció que, además de la detención de Embaló, también habían sido apresados los opositores Fernando Dias y Domingos Simões Pereira, ex Primer Ministro y líder del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde. Ambos fueron trasladados a una base aérea situada en las afueras de la capital, en un operativo ejecutado con absoluto hermetismo por los mandos del Ejército.

Guinea-Bissau, catalogado como el quinto país más pobre del mundo, carece de un sistema penitenciario y posee una estructura policial prácticamente inexistente. Desde hace décadas funciona como un Estado fallido y, al mismo tiempo, como una pieza central para los cárteles internacionales de droga. Su posición estratégica lo convirtió en un nodo clave del tráfico de cocaína que parte desde Latinoamérica rumbo a Europa.

Este escenario de precariedad institucional coincidió con el crecimiento de los movimientos revolucionarios en los países que integran la Confederación de Estados del Sahel. En ese contexto, Estados Unidos y Francia siguieron con atención el golpe, enfocados únicamente en que el desenlace responda a sus intereses geopolíticos. Para esas potencias, la moneda que quedó en el aire en Bissau debía caer del lado adecuado, aun cuando la población del país continúa sumida en una crisis perpetua y sin señales de estabilidad real.

 

 

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 

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