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Francisco: Alegría y amor del pueblo

*Por Gustavo Ramírez

 

17 de diciembre de 2019. Es el cumpleaños de Francisco. El Papa que llegó del fin del mundo. Al leer esta última oración uno puede sonreír con ironía. En realidad Bergoglio siempre estuvo ahí. Simplemente  muchos preferimos no verlo.

El pensamiento de Francisco es profundo, humilde, simple, popular. Uno podría asemejarlo con la ética que profesa el peronismo en su concepción filosófica social. Esa ética ontológica que pone de relieve la importancia de la persona humana, su valor y su realización en comunidad. Su trascendencia se da a través de la potencia de su pensamiento y de esa Iglesia en salida. Junto a los pobres, junto a los sufrientes, a los descartados. Pero ante todo porque su evangelización nos muestra un Dios semejante a nosotros. Palpable en cada gesto, acción y determinación del pueblo humilde, trabajador.

¿Puede la política reconfortar al espíritu? Si. Hoy, después de mucho tiempo, vale comprender que la misión de Cristo en la tierra ha sido política. Su opción fue, además, una opción social por los pobres. Por el hombre de trabajo. Por el sujeto de su historia, que podríamos afirmar fue,  al menos para nosotros, un descamisado. Desde allí entonces es posible argumentar que la evangelización que promueve Francisco es revolucionaria y como tal celebra la alegría en la cultura del encuentro. No hay encuentro sin fe, no hay fe sin razón política, social y cultural.

 

El teólogo Juan Carlos Scannone resaltó una virtud esencial en el Papa:

“Cuando, en el festival de Rímini 2013, el Padre «Pepe» (José) Di Paola, cura villero argentino, se refirió a la pastoral del papa Francisco como arzobispo, en las villas miseria de Buenos Aires, se reconoció a sí mismo y a sus compañeros como “hijo de la Teología del Pueblo, difundida por el Padre Gera”, añadiendo: “en la Argentina tenemos dos personas muy importantes con quienes nos formamos en la Teología del Pueblo: los Padres Lucio Gera y Rafael Tello”. De ese modo mostró el vínculo, al menos indirecto, entre la pastoral del entonces Cardenal Bergoglio, su actual amor preferencial por los pobres, y dicha teología”.

Tal vez la fe sea creer en nosotros mismos, en nuestra comunidad, en nuestros compañeros y en nuestras compañeras. Esa quizá, entonces, sea también  nuestra teología. Pero Francisco va más allá. Él entendió en profundidad que la salvación del hombre se halla en la celebración del encuentro con los pobres, en la organizaciones barriales, sociales, sindicales. Antes que nada Francisco cree en nosotros y en nuestras potencialidades. De allí que su posición sea radical: de la periferia al centro, donde nos integramos en la figura geométrica del poliedro. Todos tenemos, de ese modo,  nuestra propia misión.

Hay una breve historia que pinta a Francisco de cuerpo entero,  entre tantas otras que dan cuenta de obra. Cuenta el periodista Austen Ivereigh en su libro El Gran Reformador:

“Para su primer viaje apostólico fuera de Roma, el primer Papa nacido de migrantes en el Nuevo Mundo optó por una pequeña isla italiana a cuyas bellísimas playas habían llegado a lo largo de los años miles de cadáveres abotagados, traídos por las corrientes. Francisco había leídos en los periódicos poco después de su elección, consumada el 13 de marzo de 2013, que más de veinticinco mil noteafricanos habían perdido la vida de ese modo –muchos más de los seis mil que habían muerto en los desiertos de Estados Unidos tras cruzar la frontera mexicana. ¿Quién lo supo? Escandalizado al pensar que fueran tan pocos quienes estuvieran al corriente de ellos y a quienes pareciera importarles, decidió hacer de Lampedusa – a 113 kilómetros de las costas africanas – su primera visita papal a la periferia de Europa”.

En su misa, en  ese mismo momento Francisco denunció lo que ocurría como “cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito del otro”. Ante semejante enseñanza cómo podemos permanecer en la indiferencia. ¿Cómo, por ejemplo, un periodista puede someterse a la mercantilización de su empatía y obviar el dolor que padecen millones de personas en el mundo? Es una pregunta que nos interpela en esta profesión desde la ética del pueblo. Si no nos sentimos parte de él, entonces, no puede ser respondida.

Durante estos cuatro años, en la calle, en cada manifestación encabezada y realizada por los trabajadores sindicalizados y por los compañeros de la economía popular, uno pudo apreciar que la fe del pueblo estaba por encima de discusiones impuestas por el oportunismo. La fe es esperanza, la esperanza es convicción y la convicción es poder y el poder solo puede ser poder si es misericordioso. Allí reside lo esencial de la revolución popular que no es una revolución en permanente levantamiento, sino en constante solidaridad y comunión con el más necesitado. Ese acto revolucionario, bajo la égida del neoliberalismo argentino, lo consumaron las Organizaciones Libres del Pueblo bajo el mandato de su propia fe y sin esperar la participación de roles mesiánicos.

El jueves 9 de julio de 2015 en el mensaje pronunciado en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, en Bolivia,  Francisco puntualizó:

“Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama una idea: se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades…rostros, rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en la periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que luchan por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”.

Después de este párrafo deberíamos guardar un silencio reflexivo. Pero no. Francisco nos invita a luchar con alegría. Después de todo como escribió Miguel Hernández: “es tu risa la espada más victoriosa”. Ella también, ahora lo comprendo, es el arma más poderosa del pueblo.

¿Sabemos quién es Francisco? Francisco es uno de nosotros. Nuestra ética, que es la ética del pueblo, nos conmina a no dejarlo solo. A rezar por él.

Salud compañero.

 

 

*Director periodístico de AGN Prensa Sindical

17/12/2019

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