Por Gustavo Ramírez
Los mismos medios progresistas que desatienden las problemáticas populares, que hostigan a la Confederación General del Trabajo con falsos testimonios, este sábado exhibieron sin pudor su determinación ideológica como vasallos del poder oligárquico al regodearse en adulaciones a la asunción del parásito británico como monarca de los ingleses. El progresismo liberal mantiene intacto su europeísmo ilustrado en nombre de una civilización que desprecia todo lo criollo.
Existe una aristocracia periodística, adosada a los principios rectores del liberalismo sajón, que opera en función de la dictadura del pensamiento hegemónico en nombre de principios y valores que se articulan en consonancia con medios reaccionarios. El anti-pueblo se hace presente en cada editorial como sinónimo de barbarie a través de la propaganda de sentidos que son propios del terreno de significantes del enemigo.
Los modelos de representación que se yerguen desde esos espacios son los que deforman el sentido de lo real concreto imponiendo un juego de manipulaciones cognitivas que dependen del colonialismo cultural. La contrahistoria, como llamó el periodista Claudio Díaz, se presenta como verdad insustituible cuando no es más que la subordinación constante al mandato del imperio oligárquico financiero.
El periodismo subvencionado por el democratismo estadounidense y por los demoliberales franceses, responde a la operación sistemática de desaparición de todo vestigio peronista de la realidad social. El incentivo está en ornar un proceso histórico con apreciaciones moralizantes al mismo tiempo que jamás se pone de relieve el lugar del periodista que emite el mensaje, en esta ambigüedad se pone de relieve quien es el amo y quien es el siervo y cual el objetivo de la función periodística desde ese plano.
Con mayor holgura puede observarse esta postura ideológica y determinación política cuando se abordan los temas geopolíticos. Los medios progresistas no hacen ningún esfuerzo en ocultar los mandamientos aleccionadores prefabricados en las usinas pro-occidentales. Son meros reproductores de informaciones orientadas a sostener los fundamentos programáticos de la alianza atlantista y unipolar, sobre todo cuando se trata de desentrañar el conflicto impulsado y sostenido por la OTAN en Ucrania. Los sueños húmedos de los agentes frustrados de la CIA.
Fermín Chávez, en La recuperación de la conciencia nacional, afirmó: “La cultura argentina es como un árbol con dos raíces de carne y savia diferentes, de crecimiento paralelo. Oficialmente, una sola de las dos raíces, con su tallos y ramas, ha podido dar flores de buena ley, reconocidas por el sistema. La otra raíz, de procedencia “bárbara”, sólo ha dado productos bastardos, diríamos, una suerte de escoria para arrojar como desperdicio”.
La virulencia de la imposición cultural iluminista, porteñocéntrica y europeísta, avasalla cualquier debate sobre el ejercicio del periodismo a medida que impone, como sentido común universal, la matriz ideológica que lo rige. Detrás del mantra de la libertad de expresión subsiste el diseño de la política cultural de la oligarquía que se reproduce hasta el hartazgo como verdad bíblica. Encima se arrogan la representación de “voces” populares con la soberbia de quien mira a los pobres por encima del hombro.
A través de sus publicaciones en Democracia, bajo el seudónimo de Descartes con el que firmaba las columna de Política y Estrategia, Perón con determinante lucidez explicó: “Una información, basada en una verdad aparente, satisface y halaga a veces al propio pensamiento, pero no ayuda a triunfar. El éxito se elabora y construye sobre la realidad y no sobre las falsas apariencias, por halagadoras que éstas sean”.
Gran parte del debate central sobre el predominio mediático quedó estancado en la disputa de producción de sentido con Clarín. Ese estadio quebró la constitución de una epistemología de la periferia que pudiera plasmarse en el armado de una gran red de comunicación popular real. Los agujeros negros en los que terminaron por caer los propios medios populares impidieron avanzar por fuera del esquema del diagrama de medios propulsado por el Estado por medio de la Ley de Medios. Lo que terminó por aislar aún más a cada medio de otros y lo único que se consolidó fue un esquema de reproducción informativa.
En la mediación de la “batalla cultural” como eslogan fallido de la mal mentada “militancia” mediática, se evitó dar discusiones de fondo que tienen que ver con el entramado cultural vigente como paradigma de la dominación. De esta manera, el progresismo encontró un nicho caliente para depositar su propio paradigma sobre base de falsos lineamientos democráticos que no alteraron las condiciones predominantes en campo periodístico. Ese paradigma contrapuso los valores rectores del liberalismo progresista en contra de los medios hegemónicos, cuando en realidad son componentes complementarios del sistema rector.
No hubo, ni hay discusión sobre la epistemología periodística. Mucho menos sobre su deontología. El esquema imperante no permite el reconocimiento de un periodismo de la periferia que da cuenta de nuevos principios y valores que emergen del cuño propio del pueblo. Menos aún se posibilita la instrumentación de la puesta en valor de un periodismo de liberación que se imbrique en los fundamentos esenciales de la Comunidad Organizada. Es decir, un oficio puesto al servicio de la realización social.
Se parte del supuesto equivocado que el periodismo popular está perdido y derrotado. Que lo único válido en la representación social es el periodista que se ve en el protagonismo monolítico de la pantalla chica o de las radios con más potencia. Este no es más que un significante vacío que permite sostener el estatus quo dentro del esquema mediático que concibe a la producción periodística como mercancía.
Por el contrario, existe un periodismo peronista que no ha podido ser erosionado, quebrado, o desaparecido. Emerge en lo cotidiano mirando al pueblo desde el pueblo, siendo parte de él y no del establishment mediático. Su razón de ser es el estar ahí y no el estar siendo por fuera de la realidad que habita. Es el periodismo que se pone en situación y se ubica. Ese periodismo trabaja para el Movimiento y para la reconstrucción de la Comunidad Organizada.
El periodista peronista no se forjó en los reductos oscuros de los claustros liberales. Salió del pueblo. De sus calles, de su barriadas. Y desde allí debe dar formar al oficio. Desestructurando el mandato social civilizatorio de un proyecto individualista, anti-popular, anti-obrero y anti-sindical. Los cuadros periodísticos del peronismo no pueden contentarse con cuidar las tumbas ideológicas en los basureros de la historia.
En el proyecto nacional, el periodismo popular peronista no puede ser obviado. No se trata de pelearse con Clarín, se trata de gestar la liberación del periodismo del yugo que impone la colonización pedagógica de la oligarquía. Si se pretende la reconstrucción de la Argentina Nueva, el periodismo peronista se debe nutrir de las bases doctrinarias del Movimiento Nacional y de su impronta revolucionaria saliendo de los esquemas sujetadores del periodismo mercantil.
“Monopolizar los servicios informativos, mantener diarios y agentes de provocación, penetrar en los países con servicios de espionaje infiltrados en las empresas comerciales no presupone ganarse la opinión pública, sino, por el contrario, producir la desconfianza y desatar el odio vernáculo tan pronto se descubra la superchería, que se descubre siempre”, afirmó Descartes (Perón).
Para liberar al periodismo hay que descolonizar el sistema de medios. Los periodistas maestrean de la semi-colonia no darán cuenta de este deber ético. El programa nacional que se elabore hacia adelante deberá contemplar esta perspectiva. El periodismo peronista es posible, no como esquema hegemónico sino como sustento liberador, democrático, puesto a la realización social dentro de la Comunidad Organizada.
Los periodistas peronista también debemos unirnos.
6/5/2023