*Por Gustavo Ramírez
Si bien en el Gobierno impera un optimismo moderado ante la situación económica, en los últimos días los conflictos sindicales han escalado en tensión, lo que impone un llamado de alerta para el campo sindical. Las situaciones más notorias involucran al sector de transporte. Portuarios y aeronáuticos, vienen gestando distintas protestas que se tocan en una punto: La pasividad de las carteras de Trabajo y Transporte para encontrar soluciones a los conflictos.
Es sabido que ambos funcionarios, Meoni y Moroni, vienen de masismo y que cuentan con el apoyo de Alberto Fernández también. Aun así, esto no impide que se manifiesten críticas al accionar de ambas carteras que parecen reaccionar en otra velocidad respecto a la generación de conflictos. El caso paradigmático es el de los trabajos aeronáuticos donde la intervención de ambos ministros fue a destiempo y mala, según denuncian los gremios.
No obstante, más allá del malestar, ninguno de los sectores en pugna piensa hoy en una ruptura. En el Movimiento Sindical saben que si al gobierno le va mal lo que viene es mucho peor y nadie quiere cargar con es costo de abonarle el terreno a la derecha. La situación es delicada pero los distintos referentes sindicales consideran que se puede discutir manteniendo el apoyo irrestricto al gobierno de Alberto Fernández.
“Este gobierno te atiende y te escucha”, nos decía no hace mucho un dirigente social. Desde los sindicatos confirman este hecho. Pero en el vaivén de la actualidad ese gesto ponderado y sumamente valorado no alcanza. “Es lo que hay” sostienen determinados agentes sindicales. En esa breve oración lo que se contiene es la perspectiva de que tal vez tengamos que ser nosotros lo que debamos bajar la expectativas entorno a lo que se espera de éste gobierno.
Este es un gobierno de transición y no de profundización. Los planes de gobierno de dicha transición se vieron alterados con la emergencia de la inesperada pandemia, que además generó una crisis civilizatoria en términos internacionales, lo cual de cierta manera alteró las reglas de juego. No es menos cierto que Alberto Fernández pasará a la posteridad como el presidente de la pandemia antes que nada y que su responsabilidad es muy grande. Sobre todo para un sujeto que no estaba muy convencido de aceptar un cargo tan caliente como el que se le propuso para derrotar en las urnas al macrismo.
Lejos de la proyección de nuestros deseos se gobierna como se puede en estas circunstancias. Claro que esto no quiere decir que no se contemple una mirada crítica, sobre todo porque la tragedia debe ayudar a crecer y la crisis, en tal sentido, representa una oportunidad. La crisis, como nunca antes, ha puesto en jaque al capital por lo que pensar la realidad desde las categorías liberales no parece ser lo más adecuado.
Históricamente, ante las crisis convencionales, los gobiernos occidentales han echado mano a recetas keynesianas, lo que no implica una solución a largo plazo como ha demostrado la historia. La centralidad del consumo como eje vertical del desarrollo productivo termina por ser funcional al capital en la medida que sostiene los desequilibrios sociales y humaniza al mercado. Una visión demasiado ideologizada de la solución. Aun así por ahora esa parece ser la receta que le sienta a los gobiernos progresistas. El maridaje ideológico que asiste a estas gestiones ancla su composición estructural dentro de los parámetros demo-liberales sustentados muchas veces por la corrección política.
El problema es que esta mirada desecha asumir la perspectiva efectiva del peronismo, al que no considera ni siquiera una teoría socio-cultural. Por ende la praxis coyuntural asume que la crisis no es un marco de desarrollo de las potencialidades de los posible concreto, sino una momento de retracción armoniosa con todos los actores sociales.
Desde allí cuesta dilucidar que el Gobierno tiene que ejercer el poder, es decir, se presenta al poder como un factor exógeno a la constitución de la gestión gubernamental, algo que los gobiernos progresistas reproducen con cierta amable facilidad. Tal vez sea más cómoda esta perspectiva que evita la confrontación abierta con los factores de poder que promueven el constante desequilibrio de fuerzas.
El año de gobierno ha pasado demasiado rápido. El gobierno trabaja haciendo equilibrio. Esto, no obstante, puede ser útil como táctica de coyuntura pero no como estrategia de gobierno a largo plazo. Alberto Fernández cuenta con una ventaja que tendrá que saber aprovechar: El Movimiento Obrero, los Movimientos Populares, por el momento no son un factor de presión sino aliados estratégicos.
Habrá que tener paciencia y estar muy atentos. Es obvio, una cosa es tragarse sapos y otra caminar para estar en el mismo lugar. Si esto es lo que hay se tendrá que construir poder para revertir esa resignación como efecto colateral de crisis y transitar la transición para desembocar en un gobierno de ofensiva. Es cierto también que en medio de esta marcha no se puede condenar a los sectores postergados a la mera supervivencia por lo cual pasos hacia adelante se tienen que dar, de contrario, el tropezón puede ser muy doloroso.
10/11/2020