Por Gustavo Ramírez
Loops
El mundo no cambió en el 2020 sino mucho antes y no fue producto de una pandemia que asoló a la humanidad. Millones de personas a nivel internacional viven expuestas al control social no ya en manos de Gobiernos, sino también de empresas dedicadas a la producción cibernética. El juego geopolítico no sólo se dirime en el T.E.G territorial, hay un nuevo espacio donde la disputa de poder se plasma con mayor virulencia y con tremendos costos sociales, económicos y culturales para las personas.
No obstante, los gobiernos liberales ven en el avance tecnológico una oportunidad para el desarrollo de la igualdad social y la democratización del conocimiento, en ese ámbito se suele relacionar de manera confusa a la tecnología digital con redes sociales. Una confusión pre-elaborada que instala a las redes sociales como factor de libertad, sostenida por la ideología de la apariencia y de lo virtual. En realidad no existe tal libertad en la medida que son las empresas trasnacionales las que nos dicen a lo que podemos acceder y a lo que no. Incluso tienen una fuerte ascendencia sobre determinados gobiernos.
Para desandar este camino vale decir que un informe de la Organización de la Naciones Unidas dio cuenta que solo el 53,6 % de la población mundial tiene acceso a internet. Esto no impide que gran parte de la población quede destinada al sometimiento del mandato tecnológico. En Argentina la implementación de la educación a distancia desnudó falencias importantes de acceso a la inteligencia artificial y a la conectividad. Según datos oficiales: 37 de cada 100 hogares no tienen acceso a internet fijo, uno de cada cinco chicos en edad escolar carecen de conexión a internet.
Esta “brecha digital” no obtura el desarrollo de la tecnología en la macro estructura y que con ellas se abran nuevas puertas hacia espacios de disputa de poder. Tampoco impide que los grandes monstruos tecnológicos incrementen sus arcas, después de todo la gran lucha internacional parece estar dada, en esta materia por el dominio del negocio. Domina el negocio y dominarás el mundo. Veamos sino lo que es capaz una empresa como Apple que puede generar, según un informe de Busines Insider, 6.5 millones de dólares cada cuatro horas.
En esa brecha cabe incluir a los trabajadores de plataformas que se encuentran empleados de manera precaria. Algunos analistas ven aquí una variable posmoderna de la esclavitud, lo cierto es que en este marco, el capitalismo de plataforma acompaña el crecimiento y la expansión del paradigma del Empresario del Yo en la medida que también se rompe el tejido laboral.
El juego de la lágrimas
Lejos de la mirada social y humanizada, respecto al análisis del uso tecnológico, existe un universo que parece imperceptible a la mirada de lo cotidiano y que toman estado público en pequeñas dosis de información.
En 2008 el gobierno de Estados Unidos, junto a su par de Israel, lanzaron un programa de ataque cibernético conocido como operación Juegos Olímpicos, para atacar el programa de desarrollo nuclear de Irán, al que la gestión Bush veía como una amenaza. Este ataque dio origen al virus conocido como Stuxnet. Con ello se dio comienzo a una nueva era de guerra (¿fría?) mundial mantenida en silencio para el gran público.
Este ejemplo es suficiente para ilustrar lo vulnerable que somos, dado que el troyano mencionado puede generar la desactivación del sistema energético de un país. Nadie en Argentina, agudizó la imaginación para preguntarse cuál fue el origen del apagón generalizado producido bajo el gobierno de Mauricio Macri, el 16 de junio de 2019. Hubo una versión oficial y todos quedamos satisfechos con la misma sin hacer ninguna pregunta.
Pero hay más. Durante el proceso electoral del 2016, los demócratas denunciaron la injerencia Rusa en la campaña para imponer el triunfo de Trump a través del hackeo de sus bases de datos, luego que WikiLeaks publicara datos sobre la interna del partido que beneficiaban, de manera oscura, a Hilary Clinton.
Entre 2019 y 2020 Trump se mostró obsesionado con impedir que China adquiera tecnología 5 G. Llegó tarde, más allá que su inquietud no respondía a cuestiones de vulnerabilidad digital al que se exponía el país, sino a intereses comerciales.
Con la pandemia en la espalda el gobierno nacional impulsó, bajo el pomposo rótulo de “bancarización”, la digitalización de todas las operaciones bancarias a través de la aplicación del IFE. Por medio de esta resolución millones de datos personales quedaron en manos de las entidades financieras que a su vez responden de manera activa a los intereses de las empresas cibernéticas. Si existen programas que pueden infectar el sistema general de un país ¿por qué exponer a la población a semejante riesgo en nombre de un desarrollo que termina por beneficiar a las corporaciones financieras ? ¿Por qué no pensar, a la vez, que esta “digitalización” no será usada para engrosar los desdeñables operativos de inteligencia y vulnerar aun más a la población en general?
En este “nuevo orden” la exposición de los usuarios ya no pasa por la recopilación de datos, sino que cada uno de nosotros puede convertirse en un objetivo si no se amolda al convencionalismo social impuesto por el modelo. Recordemos que Patricia Bullrich en 2017 señaló a un supuesto hacker por usurpar su cuenta de twitter y que se desplegó un enorme operativo cibernético de inteligencia para dar con el paradero de Emanuel Vélez Cheratto, acusado por la ex Ministra.
Cómo nos impactará esta nueva forma de control total y guerra cibernética ya iniciada es algo que no se puede predecir. Lo cierto es que es control está instalado entre nosotros y totalmente naturalizado: Por ejemplo damos como un hecho de seguridad que las calles estén contaminadas de cámaras que se encuentran conectadas a una red de identificación personal, sin cuestionar cuales son los límites entre lo público y lo privado. Por otro lado, distintos gobiernos sostienen el discurso del optimismo tecnológico como factor de inclusión social o democratización del conocimiento cuando en realidad no nos dicen que la “matrix” solo nos permite ver lo que ella desea que veamos y que allí mandan las empresas que sirven a distintos gobiernos.
En los últimos meses del año viejo, la transnacional Facebook, que lidera Mark Zuckerberg, dueño también de la aplicación WhatsApp, canceló las cuentas de distintos presidentes y organizaciones políticas bajo el rótulo de “el uso correcto de Facebook en las elecciones en el mundo entero, vigilando la desinformación y la interferencia extranjera, ayudando a educar a los ciudadanos y a la sociedad civil”
Las relaciones políticas de Zuckerberg llegan a las altas esferas a nivel internacional y el peso de su empresa es importante para agentes como Barak Obama y Hillary Clinton. Facebook cuenta 2.500 millones de usuarios, una cifra nada despreciables para aquellos que se desesperan por conseguir votos imposibles.
El Imperio contraataca
Pero al margen de la redes sociales y sus influencias para traficar datos, países como Estados Unidos, Irán, Corea del Norte, China, Rusia, Francia e Inglaterra, entre otros, han demostrado que cuentan con una ejército cibernético dispuesto a entrar en acción cuando sea necesario.
¿Somos conscientes a los qué estamos expuestos? ¿Tenemos real dimensión de que nuestro destino no está en nuestra manos y de qué vivimos una era dónde cualquiera de nosotros pude ser borrado del mapa a través de la aplicación de una programa que no invente un biografía virtual?
Todo esto parece exagerado y producto de teorías conspirativas dignas de novelas de ciencia ficción ideadas por Willian Guibson pero es parte del mundo en el que vivimos. Allí se instaló un nuevo orden mundial que tiene plena incidencia sobre nuestra cotidianeidad aunque parezca vivir de espaldas a nosotros. El colonialismo tecnológico existe y no es un hecho del futuro, se gestó en el pasado reciente y nos interpela de manera furtiva en la actualidad como elemento político.
Entonces ¿por qué como país, como Nación, nos sentimos al margen de estas cuestiones que hacen a la dependencia del universo global? ¿ Por qué seguimos midiendo el impacto tecnológico solo desde la perspectiva económica cuando es un hecho eminentemente político? ¿ Por qué, entonces, cuando hablamos de tecnología no hablamos de soberanía?
Perón dijo: “en lo político, liberación significa tener una nación con suficiente capacidad de decisión propia en lugar de una nación que conserva las formas exteriores de poder, pero no su esencia. La nación no se simula. Existe o no existe”. Es evidente que si esta conceptualización la trasladamos al ámbito tecnológico-político vemos que corremos con enormes desventajas como pueblo.
22/1/2020