Por Gustavo Ramírez
Una vez más, una amplio sector social se congregó en las calles para demostrar su apoyo al Gobierno Nacional. El Día de la Restauración de la Democracia y los Derechos Humanos sirvió como escenario para volver a consagrar en el altar de la memoria, que no se olvida aquello que tanto sacrificio costó conquistar.
El clima festivo, que no todos logran comprender, tiene arraigo en la esperanza en que la situación económica y social mejore. En ese sentido, si bien los índices económicos albergan expectativas respecto a la recuperación de la economía en términos globales, aún la reactivación, tras el período más duro de la pandemia, lejos está de traducirse en mejoras sustanciales para los más humildes. Sobre todo porque los datos demuestran que el país alcanzó los niveles de actividad del 2018 y en ese período no estábamos para nada bien.
No obstante, la fe popular es inquebrantable. Por eso llama la atención que este tipo de actos muestre un contraste discursivo entre el voluntarismo ideológico de los oradores y los clamores que suben desde el fondo de la Plaza popular. Es que en este escenario se volvió a poner en el centro de la escena la necesidad política del campo “político” y no el padecimiento que la clase trabajadora arrastra desde hace más de seis años.
Sin dudas, el lucimiento de la vicepresidenta al trazar el lineamiento histórico de lo que implica el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional implica una reflexión importante, sobre el presente y el futuro. No es menor que, en tal sentido, se evidencie quienes son los responsables de semejante atrocidad política. Sin embargo, ¿no es algo que el Pueblo constata día a día en su propio devenir? ¿No está, de alguna manera, el campo político pecando de redundante, al mismo tiempo que de pedantería ideológica?
Las interpretaciones suelen ser, por lo general, injustas con los oradores. Es cierto que no se puede discutir la capacidad oratoria de quienes han asumido, en un momento histórico, el liderazgo en la región. Pero dejarse ganar por el optimismo irreflexivo puede conducir a una sordera duradera contraproducente para el presente. El sobre diagnóstico subestima el entendimiento popular y no se despoja de la centralidad personal, en tanto que ahonda en la ponderación auto-referencial.
Por otro lado, las exposiciones de Cristina Fernández de Kirchner y de Alberto Fernández, no bucearon más allá de la tensión dialógica, en una disputa interna que habla más de la incapacidad de aunar criterios básicos de acuerdo, que de la conciencia política sobre el sufrimiento creciente de los más humildes del país. Cierto, todo termina en aplausos cerrados y una gran porción queda satisfecha porque los oídos se llenan con las palabras que querían escuchar. No obstante, ¿ qué lugar ocupa la acción?
El campo político, del ámbito nacional y popular, parece no anoticiarse de lo que ocurre abajo y se vuelve a mira el ombligo como fundamento de la razón embrionaria que lo condensa. Entonces no hay interpelación para los de abajo y la discusión solo parece ser planteada en la superestructura por la superestructura. En todo caso, se le dice a los más humildes que hay que seguir esperando. Es verdad, del otro lado hay un mal peor, pero ¿eso nos tiene que condenar a sostener una estructura que sigue limando el poder económico de los más pobres?
En esa lógica, más allá de las potencias del discurso, lo que se trata de imponer es la resignación como lógica de la actual coyuntura. Los más pobres seguirán en el mismo ostracismo se arregle o no con el fondo, porque aún no existen políticas estructurales que permitan un verdadero alivio para ellos. Al mismo tiempo, los discursos voluntariosos solo los contempla como mera expresión de una categoría analítica. Lo cual necesariamente los ubica como una clase subordinada y no como estructura determinante de la condición de gobierno.
Desde allí se ponderó a la democracia liberal, hornada por el manto de la justificación ideológica del “sistema imperfecto o perfectible”, sin dilucidar que en la construcción histórica el peronismo fue atacado, perseguido, bombardeado, torturado y desaparecido, por tender a la conformación de una democracia social donde “el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.
Es increíble como impera la desmemoria. Aunque no podemos ser ingenuos. En un país con 44 % de pobreza y una desocupación de dos dígitos, donde la desocupación ronda los dígitos, ya no es factible interpelar a los de “abajo”. Las coreografías del optimismo blanco no alcanzan para poner en valor las demandas sociales populares.
El “proyecto nacional” está amarrado al acuerdo con el FMI, esa es la decisión política, por más que se enfatice que “la Argentina del ajuste se terminó”. Los pobres saben que su condición seguirá vulnerada hasta tanto no se proyecte un modelo realmente liberador. Esto no quiere decir que no hay que pagar la deuda. Quiere decir que la prioridad de pago es con los más necesitados.
Para quién hurga en los tachos de basura para encontrar una sobra de comida no importa quien tiene razón, si Cristina o Alberto. Para los pibes que se crían en situación de calle poco vale si en el país hay dólares o no. Eso es que lo que se debe entender y atender de una vez. La deuda es con los millones de pobres que el sistema generó.
Las ollas populares que las organizaciones sindicales preparan cada semana, los comedores populares que las militantes sociales abren en sus propias casas para darle un vaso con leche a los pibes del barrio, los flacos bolsillos que no llegan a fin de mes, son testimonios de una realidad que no baila sobre los escenarios.
No podemos adaptarnos a la comodidad de la resignación. Volver al aplauso fácil os puede dejar desnudos frente al olvido. Es que desde esta mirada el peronismo no es discurso. Es acción, y el pueblo habita esa acción. No se trata de invalidar las celebraciones. Por el contrario. Esas celebraciones serán mucho más reales cuando de ellas sean protagonistas los verdaderos artífices de la democracia. Los hombres y mujeres de trabajo.
13/12/2021