*Por Gustavo Ramírez
El gobierno de Mauricio Macri no solo descompuso las estructuras del tejido social, sino que rompió la matriz comunicante de la familia a partir de la imposición corrosiva de la injusticia social. Cada decisión económica del Gobierno destruyó la organización familiar y quebró los vasos comunicantes de lo social.
Si no fuera por la labor de la Iglesia, de los Movimientos Sociales y de ciertas organizaciones sindicales, la explosión social hubiera dinamitado al gobierno hace tiempo. Las Organizaciones Libres del Pueblo han trabajado en la construcción de espacios dignos para mitigar la crisis. Allí radica la raíz de lo que el Papa Francisco llama Cultura del Encuentro.
Esto demuestra que existe un universo social que el campo político no puede soslayar. Los Movimientos Sociales ya no son actores emergentes, sino actores protagónicos en la reconstrucción de las bases comunitarias para la dignificación de la persona humana. En tal sentido, quizá hoy, sean quienes mejor expresan la representación de los pobres y de la clase trabajadora empobrecida.
La integración política, de los trabajadores de la economía popular, puede ser determinante para el armado de un programa que apunte a la reconfiguración de la Justicia Social en nuestro país. Las búsquedas innovadoras, dentro del mismo escenario, que el capitalismo demoliberal promueve no tiene como objetivo el combate de la pobreza a partir de la generación de movilidad social ascendente. Por el contrario, la promoción de la pobreza afianzó la cultura del descarte como alimento de la tradicional ecuación costo-beneficio.
Tal como afirmaba el periodista Bernard Maris “el Homo Economicus, ignora todo lo que otro pueda pensar”. Esa frontera paradigmática catapultó un pragmatismo ideológico que fluyó a través de las redes culturales en la estructuración del individualismo extremo. Sin otro no hay comunidad, sin comunidad no hay libertad.
Con asombrosa anticipación temporal, Perón, logró romper con estos paradigmas del futuro: “Ni la Justicia Social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensibles en una comunidad montada sobre seres intensificados, a menos que a modo de dolorosa solución el ideal se concrete en el mecanismo omnipotente del Estado. Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persecución de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no solo su presencia muda y temerosa”.
El valor real de comunidad está dado en la unidad de sentido que produce la integración de las partes en el todo social. Los Movimientos Populares comprendieron, hace tiempo, que aquello que el Papa del Fin del Mundo sintetizó al sostener que “la unidad es superior al conflicto”.
Es en ese terreno donde los reclamos por Tierra, Techo y Trabajo no son apilamientos conceptuales para adornar banderas en marchas multitudinarias. El sentido profundo de dicho pedido tiene anclaje en valor social de la dignidad de la persona humana: “Tierra, techo y trabajo significa luchar para que todo el mundo viva conforme a su dignidad y nadie quede descartado”, dice la palabra de Francisco.
La construcción que diariamente conforman los Poetas Sociales expresa la decisión política de asumir el rol protagónico en la historia por parte de los pobres. No es una producción utópica que carece de significante. Es una realidad afectiva que obtiene resultados trascendentes tanto en el ámbito económico como cultural. Una matriz identitaria que parte de la preservación de la familia como centralidad de la comunidad y que se construye en torno al trabajo como eje vertebrador del desarrollo social sustentable.
¿Porqué, entonces, si los Movimiento Sociales son actores centrales de la comunidad el discurso político nacional y popular no lo interpela? ¿Será tal vez porque el político actual solo obra como un intermediario entre la sociedad de consumo y la producción social del trabajo en la economía popular?
Por estas horas impera una narración que demanda dos tópicos elementales para a atravesar la crisis actual y que, curiosamente, comparten tanto el gobierno como el candidato Alberto Fernández, claro que ambos parten de valores distintos de significado: El tiempo y el sacrificio.
Ahora bien, ese sacrificio no se le demanda al capitalismo financiero o al “mercado”. Por el contrario, se les pide a los pobres, a los trabajadores empobrecidos. Allí hay una razón cultural que sobreentiende a los pobres como una clase subalterna. Es cierto que, en esos términos, Macri expresa un proyecto altamente depredador para los más vulnerables y Fernández contempla una contraparte absolutamente menos expulsiva. Pero en el trasfondo de la vertebración política, cultural y económica le pobre solo asume un rol de individuo pasivo.
Son los Movimiento Sociales lo que dan testimonio de un rol totalmente diferente de los pobres. Mientras cierta mirada política se centra en la importancia de una clase cómoda como la clase media, las organizaciones sociales han demostrado que los más humildes son profundamente creativos ante la necesidad.
La economía popular da cuenta de la existencia de una alternativa productiva que puede ser altamente valiosa para quebrar la imposición de la pobreza. Si bien dicha perspectiva no está exenta de dificultades ni tensiones, en ella vive una luz de esperanza para la reconstrucción de la razón productiva, aun en un presente pos-industrial.
“Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que proceden de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable”, ha expresado Perón en un alto sentido social, filosófico, cultural y político.
La conquista de la Justicia Social puede ser el grado más elevado de la dignidad. Por ello la persistencia de las Organizaciones Populares en camino de una unidad social amplificada que supere a la coyuntura. En tal sentido es de vital importancia la centralidad que ocupe el Movimiento de los Trabajadores.
“Sin esa solidez que te da la organización popular no podés dar ninguna pelea”, nos aclaró el Secretario General de la CTEP, Esteban “Gringo” Castro. El ahora dirigente popular no olvidó como su origen familiar marcó su camino, en ese sentido rescató de su memoria que “mi vieja, si hubiera militado en política, sería una política extraordinaria porque tenía una capacidad de unir increíble. La política la hacía ella, digamos, para que viviéramos también en comunidad en donde viviéramos”.
Sin comunidad no hay posibilidad de vida. La organización popular entonces es el Eros social que se contrapone al Tánatos neolibral. Por último y para comprender el significado profundo de las Organizaciones Populares en el presente, vale citar las palabras de Francisco, una vez más: “Nuestros proyectos liberadores más auténticos privilegiarán la unidad al conflicto, porque habrán advertido que el enemigo divide para reinar. Porque es un proyecto de Nación lo que está en juego, y no la acomodación de una clase”.
¿Tenemos esto tan en claro cómo parece?
*Director de AGN Prensa Sindical