Deambulaba inquieta entre los gazebos que las organizaciones sindicales montaron en Plaza Constitución, frente a la Iglesia del Inmaculado Corazón de María. Enjuta y con la mirada perdida, aceleraba el paso al tiempo que denotaba una ansiedad infantil frente a la sorpresa y la novedad. ¿Qué estaba pasando? ¿Todo eso es para nosotros? Su presencia dejó de ser anónima por unas horas. Sintió que era parte de una comunidad y que no sobraba. Estaba ahí con su humanidad a cuestas, que por primera vez en mucho tiempo no le pesaba. Su rostro y su cara no representaban su edad real. La calle y la inclemencia de la temporalidad hacen lo suyo y toda huella queda grabada en el cuerpo.
Se mezclaba entre la gente. Pedía cigarrillos, trababa de asir una conversación. Quería ser parte. Estaba ahí y no era invisible como el resto de los días, como gran parte del transcurrir de su vida. “Ya comí, pero ahora quiero probar lo de acá”, respondió ante la requisitoria de un dirigente. “Coma, compañera, no hay problema”, le respondió el sindicalista. No resulta fácil saber cuándo una vida se parte. Quizá es más sencillo detectar los quiebres en la frontera de la historia, pero allí, entre los cruces que generan la academia y las conspiraciones políticas, las biografías se pierden y las personas son deshumanizadas hasta reducirse en fantasmas.
Así como Ella, este 9 de Julio hubo cientos, en Plaza Constitución. La gran mayoría no superaba los 35 años. Esa plaza, que supo ser símbolo del tránsito de trabajadores ocupados, formales, se convirtió con el devenir de las decisiones políticas en una cárcel de la miseria. La prueba es que solo en uno de los gazebos se repartieron 250 viandas que se agotaron en cuarenta minutos.
El hambre no tiene nombre, pero es de carne y hueso y aúlla a cualquier hora. Es un lobo desgarrado que se pega a la existencia hasta extinguirla. Al mismo tiempo, el abandono es hostil, violento, frío como el olvido. La anormalidad se naturaliza como parte de una falsa cultura. Se asimila al pobre con lo lumpen, se consagra la miseria como inevitabilidad de las bondades del sistema. Y se pierde de vista que detrás de las denominaciones hay seres humanos.
Es 9 de Julio. Día de la Independencia. No hace frío, el sol abriga a los mártires de la calle. Un tanto más allá de ese universo, la sociedad se agita con enredos políticos que parecen estar a años luz de distancia. Cuando caiga la noche y los ruidos de la ciudad sean absorbidos por la densa niebla del olvido, cada uno de ellos volverá a ocupar su espacio de fantasma ante la indiferencia de las noticias y de una gran parte de la sociedad. Nadie escuchará sus historias. Jugarán en sus cabezas con la sombra de la infancia perdida, mientras se acurrucan en un rincón del infierno para no sentir el frío conquistando al esqueleto.
Cuando se habla de Soberanía, se impone la interpretación forzada de la teoría social. Sin embargo, en el territorio se borran las fronteras de las categorías y cada uno está obligado a ocupar un lugar. No es tan fácil quebrar el mandato de los estereotipos, sublevar al sentido común. No obstante, hay algo natural que mueve la humanidad que aún permanece de pie junto a la hoguera de las vanidades: la solidaridad nos devuelve al origen del Verbo porque no podemos Ser en soledad. Es el salto de fe que sustenta la religiosidad de la consciencia histórica.
Cuando la mano se pone en la tierra, el terremoto cesa. El caos, que parece sublime, se torna parte del pasado reciente y la calma baja la temperatura de un corazón acelerado por la fiebre de la calamidad. Soberanía es solidaridad e independencia es sublevación. ¿Quién puede estar cómodo con ataduras? Sí, en cada lucha se dejan girones de vida; de eso se trata cuando se habla de política: de vida.
La jornada del 9 de Julio, impulsada por la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte y asumida por el Frente por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios Justos, puso de relieve, una vez más, que hacer justicia juntos es la razón ética que justifica la existencia de la organización popular. Es cierto, ese miércoles Ella y el resto de los compatriotas humildes que compartieron un pan no encontraron la solución a sus problemas. Pero por un breve lapso de razón recuperaron su humanidad, humanidad que les fue despojada a los golpes. Cada respuesta que ellos vertieron ante la mano solidaria extendida fue igual de contundente: Gracias. Tan solo eso puede justificar la organización de la jornada.
¿Qué es la Soberanía? Multiplicar los panes, compartir un plato de guiso, un cigarrillo, una botella de agua, un apretón de manos. Visibilizar la humanidad del pobre, liberarlo de la cárcel de la miseria. En esa plaza nadie estaba preocupado por los cargos en las listas, sobre todo porque las miradas intentaban encontrarse. Nadie quería huir y Ella esperaba que el día no se termine. Iba de un lado al otro como una nena que todo lo quiere abarcar con sus sueños.
Resulta llamativo que una gran parte de la población acepte tener a un fanático del mercado decidiendo por todos en nombre de una dependencia disfrazada de libertad, pero es aún más alarmante que de la misma manera se condene a quienes son fanáticos del pueblo. Los cazadores furtivos del régimen están al acecho, ocultos tras las pantomimas mediáticas. Sus víctimas están descamisadas, descalzas y peregrinan con fe hacia el futuro a pesar de todo. Ellos no quieren que levanten la cabeza. No pueden concebir que el pobre los mire a los ojos y adquieran conciencia de sí y para sí. Con gases, garrotes y balas de goma intentan proteger al déficit cero. No hay más nada. Porque en ese vacío no puede existir más que el rencor y el odio, el narcisismo y el complejo de inferioridad.
Para ellos, el ser humano es un bien de consumo que se puede usar y tirar. Francisco los describió con mayor precisión: “Ya no se trata de simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotables’, sino desechos, ‘sobrantes’”. El neocolonialismo y los condenados de la tierra.
Así y todo, no hay un pueblo de rodillas. Persiste la rebeldía de quienes no quieren subordinarse a las condiciones materiales de la colonia. La rebeldía del amor a la Patria. La rebeldía que no sube a la vereda porque lo ordene una diseñadora del caos. La rebeldía de los Cabecitas Negras que se niegan a sacar “las patas” de la fuente. La rebeldía de la Patria sublevada. La rebeldía del pan en la mesa. La rebeldía del abrazo fraterno. La rebeldía de la vida.
En Fratelli Tutti nos recuerda Francisco que “la verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana, a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar”.
Cuando los tiempos de paz se terminan, compartir un pan es un acto revolucionario. La verdadera historia no forja la conciencia nacional en la grandeza de actos sobrevalorados. La revolución justicialista se hace efectiva cuando el yunque de la opresión oligarca se funde al calor del fuego humano de la solidaridad. Las manos que toman al pan para darlo y para compartirlo son manos revolucionarias. Los pies que marchan a paso firme para repudiar toda política de entrega son pies revolucionarios. Toda nuestra humanidad puesta al servicio de la causa nacional es revolucionaria.
Ya no se camina en silencio ni con la cabeza gacha. Hace tiempo que eso dejó de suceder y existe una memoria histórica, que, aun inconsciente, no permite naturalizar el retroceso. Entonces, ¿qué es la Independencia? Bueno, tal vez pueda ser la sonrisa de una persona humilde un 9 de Julio.
No la vi cuando se fue. Aun así, mi percepción era que seguía dando vueltas por ahí. Igualmente creo que Ella se perdió entre la bruma de una tarde que dejó de ser una tarde cualquiera. Los títulos de los medios no la van a nombrar. No conocen su identidad ni paradero; ser pobre no es noticia. Usted, estimado lector, le puede poner el nombre que quiera: Esperanza, Justicia Social, Liberación Nacional, Solidaridad, Independencia. Si me permite, yo solo la voy a llamar Argentina.
Foto de tapa: prensa UTEP.
 
				 
															 Por Gustavo Ramírez
 Por Gustavo Ramírez 
 
                                                                     
                                                                     
                                                                     
                                                                     
                                                                             
                                                                             
                                                                             
                                                                            