*Por Guadi Calvo
Oscar Wilde, alguna vez dijo: “Lo que el fuego no destruye, lo fortalece”, y si alguna estructura ha sido sometida al fuego, fue el Talibán afgano, que durante veinte años resistió, al intento de Estados Unidos por aniquilarlos. Para lo que utilizó todo el armamento, no nuclear, del que dispone, y eso es hablar de mucho fuego.
El resultado de aquella larga guerra, los conocemos bien, la derrota, una vez más, del “imperio”, seguida por una deshonrosa huida, solo comparable a la de Saigón (hoy ciudad Ho Chi Minh), cuarenta y cuatro años antes.
El fin de la presencia norteamericana en Afganistán, dejó dos evidencias, tan contundentes como la misma victoria afgana. La primera: el fracaso en toda la línea de la invasión, que dejó un país tan devastado, como el que encontraron en 2001, gobernado por el mullah Omar, y la segunda: la unidad monolítica, con la que emergió el movimiento, Talibán, fraguado al calor del fuego norteamericano.
Dicha unidad, que ha sobrepasado los años de fuego, continuó incólume, a lo largo de los más de dieciocho meses transcurridos de la toma de Kabul. Tiempo en que, en el Estado Islámico de Afganistán, no ha modificado en nada, más allá de alguna apertura a los capitales chinos, que intentan extender su estrategia respecto al Camino de la Seda.
En el resto de sus líneas de gobierno, no se han producido aggiornamento ninguno, manteniendo su cerril resistencia a escapar de las estrictas normas del wahabismo, tal como en su momento, Mohamed Omar, el Amir al-Mu’minin, (Emir de los Creyentes) estableciera en 1994.
Y muy particularmente, respecto a la función y derechos de la mujer, en una perversa versión casi distópica, del nuevo Estado Islámico de Afganistán, versión 2.0.
Durante los primeros meses del nuevo gobierno, algunas imprecisiones, quizás intencionadas, en procura de tiempo, respecto a la posibilidad de que las mujeres pudieran tener acceso a la educación o no, lo que, en verdad, según algunas versiones, se haya impuesto en una intensa discusión interna, y mucho más secreta, sobre ese tema. Como resultado se habría impuesto el sector del actual líder, el mullah Hibatullah Akhundzada.
Ungido en 2016, como emir del grupo después de la muerte del mullah Akhtar Mansour, quien reemplazó a Omar, tras blanquear su muerte en 2015, la que se había producido dos años antes.
Bajo la férrea conducción de Akhundzada, fue que el talibán encontró el norte en la guerra contra los invasores occidentales y los colaboracionistas locales. Desde entonces ya prácticamente no hubo retrocesos, convirtiendo cada primavera en un verdadero martirio para sus enemigos, ya que las fuerzas del Talibán se reagrupaban al fin del invierno, abandonado, centenares de aldeas, donde el grueso de sus muyahidines, se refugiaban durante los durísimos inviernos afganos, para lanzar las operaciones de primavera, cada año más arriesgadas y complejas, que terminaron con la caída de Kabul aquel histórico 21 de agosto de 2021.
Desde entonces, el actual Amir al-Mu’minin, como si sufriera terror escénico, prefirió refugiarse hacia el interior de la organización, siendo cada vez menos sus apariciones públicas y sus salidas de la mítica ciudad Kandahar, un verdadero lugar sagrado por los talibanes, ya que esa ciudad del sur del país y menos de cien kilómetros de la frontera con Pakistán, es el punto cero la organización, por ser el lugar de su fundación, revistiéndole de connotaciones sagradas.
No solo son pocas sus apariciones públicas, sino el mullah Akhundzada es cada vez más esquivo al encuentro con funcionarios extranjeros, convirtiéndose en un líder solitario y cada vez más misterioso, solo accesible para su círculo áulico, formado casi exclusivamente por sheikh suníes de la etnia pashtún.
Donde de manera constante se tejen nuevas alianzas, entre los distintos comandantes y señores de la guerra, fortaleciendo su poder frente a comandantes militares y ministros como el mullah Abdul Ghani Baradar, Mohamed Yaqoub, hijo mayor del mullah Omar, o el mismísimo Sirajuddin Haqqani, que además de ministro del Interior, es el jefe de la Red Haqqani, una organización armada prácticamente independiente de los talibanes, con poder de fuego propio fundada en 1980, en plena guerra, contra los soviéticos, por su padre, el maulvi (doctor en leyes coránicas) Jalaluddin Haqqani.
De aquellos cabildeos, surgió la decisión final, del mullah Akhundzada, poner fin a la “diabólica” presencia de la mujer en la sociedad afgana, limitándose al harem, de sus hogares. Las que, hasta diciembre del 2021, se les había permitido continuar sus estudios. Lo que ahora tiene vedado, más allá de sexto grado, al igual que a la mayoría de los trabajos, por lo que, para las viudas, sin un familiar hombre que las proteja, su vida se convierte en un verdadero calvario, cuyo único destino es mendigar o la prostitución encubierta, ya que ese oficio es harām (prohibido, impuro) por la Sharia, exponiéndose a una de las muertes más atroces que se conoce, la lapidación.
Esta reimpresión de la sharia, es lo que ha provocado una fuerte ola de repudio internacional, contra un gobierno cada vez, más aislado, que, además jaqueado por una monumental crisis económica, que conlleva un agravamiento de la situación humanitaria de vastos sectores de la población, además de sumarse las acciones del Daesh Khorasan, un clavo en las sandalias de los mullah.
Por este cúmulo de factores, es que produjo un remezón importante hacia adentro de la organización, tras el discurso del pasado 12 de febrero, del poderosísimo Sirajuddin Haqqani, en el cierre de un seminario religioso en una madrassa de la provincia oriental de Khost, de donde es oriundo.
Fisuras emergentes
Muchos analistas consideraron crítico hacia el líder supremo del movimiento, las referencias hechas por Haqqani en Khost, al que sin nombrarlo, dijo que lleva una “vida de recluso”.
“Monopolizar el poder y dañar la reputación del sistema en su totalidad no nos beneficia”, fue otro de los dardos del Ministro del Interior contra el mullah Akhundzada, cerrado con lo que se podría considerar una amenaza: “La situación no se puede tolerar”.
Haqqani, además, agregó que: “se ha colocado la mayor responsabilidad sobre nuestros hombros y se requiere paciencia y buena conducta y obligaciones para con el pueblo”. A quienes se les debe “aliviar las heridas, y actuar de manera que la gente no los odie a ellos y la religión.”
Tampoco Haqqani, mencionó nada respecto a la cuestión de educación de las mujeres, quizás porque él mismo en diversas oportunidades se había mostrado a favor, incluso respecto a la educación superior y universitaria. Pero, no se privó de hablar de la monopolización del poder en una clara alusión al ermitaño mullah.
Tras la andanada de cargos por parte del hasta ahora Ministro del Interior, al día siguiente el vocero oficial del talibán, Zabihullah Mujahid, en ese caso directamente la voz del mullah Akhundzada, rechaza “cualquier crítica”, sin nombrar a Haqqani. “Nuestra ética islámica nos obliga a no criticar o vilipendiar públicamente al emir, al ministro o a un funcionario del gobierno”, en una declaración transmitida por la televisión oficial y dirigida especialmente a las bases de la organización, agregando: “Debes acercarte a él (el emir) y transmitir tus críticas de forma privada y segura, para que nadie más las escuche”.
También el viceministro de Justicia, Abdul Ghani Faiq, intervino en el entredicho advirtiendo, durante un acto oficial, que los funcionarios no deben atacar al gobierno.
Sumándose a las críticas contra la dirección del Estado Islámico de Afganistán, el día quince del mes pasado el influyente ministro de Defensa, Mohammad Yaqoub, llamó al gobierno a “no ser arrogante y a responder a las peticiones legítimas de la nación”.
Haqqani, que se encuentra entre los hombres más buscados, por planear actos terroristas contra ciudadanos estadounidenses, particularmente en Kabul en el último año de guerra, parece haber tomado un camino sin retorno en la lucha interna del nuevo poder afgano, que, durante mucho tiempo, más allá de los informes acerca de divisiones, nunca había sido tan evidentes.
Y al tiempo que peligrosa, dada la condición autónoma del Grupo Haqqani, por su capacidad militar, su poder de fuego, su estructura financiera y política, lo que podría permitirle, con la colaboración de alguna potencia extranjera, abrir una brecha en la monolítica estructura como el resplandor de un rayo en la noche talibana.
*Escritor, Periodista, Analista Internacional: especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
8/3/2023