*Por Guadi Calvo
En el marco del genocidio que los sionistas están perpetrando, con el auspicio de los Estados Unidos, contra Palestina y Líbano, Irán ha demostrado que tiene mucho que decir. Mientras, se espera la demorada respuesta judía a los ataques del pasado primero de octubre que Teherán lanzó contra Israel, los que parecen haber sido mucho más graves que los que el régimen israelí pretende reconocer.
El mundo contiene la respiración, guardando la gran pelea de fondo, que podría significar o bien el cenit o bien el comienzo de la decadencia sionista en Medio Oriente. Una incógnita que finalmente se rebelará, no importa la cantidad de muertos y daños que esta ecuación producirá antes de rebelarse. Y a la espera, también, de cómo reaccionará el nuevo gobierno que se instalará en la Casablanca a partir del veinte de enero, según quien se imponga en las elecciones del próximo cinco de noviembre.
Kamala Harris, vicepresidente Joe Biden, que nada hizo para detener estas masacres, o Donald Trump, que, según lo ha demostrado en su presidencia 2017-2021, todavía podría dar más asistencia al régimen sionista para que continúe y profundice sus crímenes y se lance a una guerra abierta contra Irán. De triunfar Kamala, las posibilidades podrían ser otras, aunque nada es seguro. Mientras esto se resuelve, las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI) continúan la carnicería en los tres frentes abiertos hasta ahora: Gaza, Cisjordania y Líbano.
Al tiempo que Estados Unidos, más allá de seguir apoyando con recursos militares, económicos y brindando cobertura mediática y diplomática, aplaude los logros de su principal aliado en Medio Oriente.
No es para menos; solo en un par de semanas asesinaron a dos peligrosos enemigos de Washington y Tel-Aviv: nada menos que al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, en un piso del sur del Líbano el pasado 27 de septiembre y, ahora, el pasado día 16, con la misma facilidad, Israel ha logrado ejecutar al líder militar de Hamas, Yahya Sinwar, quien quizás se esté llevando a la tumba el secreto de las negociaciones con el gobierno del Primer Ministro Benjamín Netanyahu, que les permitió realizar la Operación Tormenta de al-Qasa, del siete de octubre de 2023.
La muerte del comandante Sinwar, tan similar a la de su hermano Nasrallah, sin duda es un golpe anímico demoledor para Hamas, aunque, al igual que Hezbollah, todavía falta tiempo para saber cuánto afecta su capacidad de combate. Aunque a la larga o a la corta, comenzará a menguar, porque la dimensión de la escalada sionista que, desde hace más de un año, ha iniciado no muestra señales de agotamiento y es un hecho que, por lo menos en esta primera etapa, la desaparición de Gaza y Cisjordania y la conquista total del Líbano no van a detenerse hasta haber asegurado sus objetivos.
Al precio de vidas civiles que se necesite, incluso el centenar de rehenes, que de seguir vivos logran su liberación, es una cuestión secundaria, porque tengamos bien en claro que la vida de ellos nunca le importó a nadie, mucho menos a Netanyahu, que los ha utilizado para que, en procura de su rescate, se permita el horror que el mundo le ha tolerado.
Tampoco nadie sabe la profundidad con que los servicios secretos sionistas lograron penetrar en las estructuras de Hezbollah y Hamas, como también lo ha hecho en la del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), que le ha dado la suficiente información para ubicar a sus principales líderes y ejecutarlos, además de conocer el lugar de sus arsenales, líneas de abastecimiento y comunicaciones. Aunque en el caso de la CGRI, el daño, aparentemente, ha sido menor.
En este punto, es inevitable realizar una digresión: la capacidad, que a esta altura nadie puede sorprender, y ha demostrado en infinidad de oportunidades, la inteligencia sionista, para realizar infiltraciones, como en estos tres últimos casos, sumado a la intervención de los Bípers y los Waki Tokis, que en septiembre pasado hizo detonar a su gusto y necesidad, generando docenas de muertos y miles de heridos entre militantes de Hezbollah, exime cualquier otra prueba, de las que hay muchísimas, de que la operación del siete de octubre ha sido pautada entre Hamas y el gobierno judío.
Con un único fin, por parte de Netanyahu, sacarlo de la crítica situación político-judicial en que se encontró hasta el seis de octubre del 2023, que lo llevaba indefectiblemente fuera del poder y muy posiblemente a prisión; a cambio, ahora ha sido catapultado al olimpo sionista. Lo que le permite ni pensar en la idea del alto el fuego, tregua y mucho menos negociar la paz, escudándose en las amenazas del ala “derecha” de su gabinete, que ha amenazado con dimitir y retirarse de la coalición de gobierno, de aceptar un alto el fuego o algo similar.
Guerras proxy contra Irán
Según algunos medios norteamericanos, con terminales en alguna agencia de inteligencia y/o el Pentágono, Israel habría acordado los objetivos a atacar en Irán como respuesta al ataque del pasado primero de octubre. Las dudas que todavía se discuten serían los blancos que utilizará Tel-Aviv, para que se vean lo suficientemente duros, que sirvan como disuasivo, pero que no alcancen para escalar a un conflicto con los persas de más envergadura.
Por lo tanto, intentarían alcanzar plantas de fabricación de misiles y drones y diferentes depósitos donde se guardan grandes cantidades de municiones y equipo, evitando ataques a las instalaciones petroleras, los que sin duda repercutirían no solo en la economía iraní, sino que podrían llegar a desequilibrar la economía global. Aunque, mientras se decidan esos objetivos, incluso después de que esos ataques se hayan realizado, podrían, como en otras tantas ocasiones, seguir utilizando las diferencias étnicas, tribales y religiosas de Irán.
El MOSSAD y la CIA, en varias oportunidades, han financiado a las tribus árabes sunitas de la provincia de Juzistán, en el noroeste del país, muy próximos geográfica y políticamente a Arabia Saudita, como también a los grupos separatistas de la provincia Sistán-Baluchistán (S-B).
Mientras el primero de octubre Irán lanzaba su andanada de misiles contra Israel, el grupo separatista beluchi, Jaish al-Adl (Ejército de la Justicia), atacaba una patrulla de la Guardia Revolucionaria Islámica en la ciudad de Bent, en Nikshahr, en la provincia de S-B, donde asesinó a cuatro militares. Para que, en un segundo ataque, en la ciudad de Khash, próxima a la frontera con Pakistán, fueran asesinados otros dos guardias.
En este contexto, tampoco es casual que, de manera repentina, según fuentes occidentales, apenas unos días atrás, una organización de derechos humanos haya denunciado que cerca de trescientos afganos fueran asesinados por la policía fronteriza iraní cuando intentaban ingresar a Irán desde su país. Versión que el gobierno iraní ha negado rotundamente. Según la denuncia, los afganos fueron ejecutados por los guardias de frontera cuando intentaban ingresar de manera ilegal al país el pasado domingo trece.
Según testigos no identificados, la policía utilizó lanzacohetes contra los civiles que estaban desarmados. Por su parte, el gobierno del Emirato Islámico de Afganistán dijo que las autoridades de Kabul siguen investigando el incidente y tomarán decisiones en función de sus hallazgos.
Hassan Kazemi Qomi, embajador de Irán en Kabul, informó que su país había realizado su propia investigación sobre el asesinato de los indocumentados y no había encontrado pruebas de esos crímenes. Por lo tanto, no sería para nada extraño que los asesinatos de afganos por parte de la policía iraní no sean más que una operación mediática para desprestigiar, como tantas otras veces, el gobierno de los Ayatollahs, mientras Israel espera a Mister Trump, generando guerras proxy a su principal enemigo.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
21/10/2024