Pensamiento Nacional

No hay escondite en la memoria

Por Gustavo Ramírez

Los ataques selectivos que el gobierno de Javier Milei dispensa al Movimiento Obrero hablan a las claras de que el objetivo central de la administración libertaria es destruir el modelo de producción nacional y sostener el régimen de dependencia con el capital extranjero. Por un lado, la administración colonial libera la economía y, por otro, pretende regular el derecho a huelga, protesta y movilización.

En términos concretos y reales, el Movimiento Obrero actuó siempre como un dique de contención contra el avance del régimen liberal. Al mismo tiempo, los sindicatos, a través de sus políticas de acción social, construyen comunidad no como mera expresión de la conformidad asistencialista, sino bajo la convicción de que todo acto de integración debe estar puesta al servicio del bien común, regido por la ética de la solidaridad y la fe en la realización de la comunidad.

La dictadura del mercado ejerce el monopolio de la violencia para garantizar el enriquecimiento permanente de un grupo pequeño de parásitos sociales a costa del sometimiento del pueblo en su conjunto. Tal vez, la novedad de este presente esté dada por el dominio de las estructuras cognitivas, un trabajo de larga data, que impuso el paradigma materialista como sostén de la dominación económica y la sujeción política.

Milei justifica la destrucción del endeble entramado productivo nacional a través de la personificación de una ideología subterránea que tiene como enemigo al pueblo trabajador y a sus organizaciones. Por medio de la retórica que ataca a la Justicia Social, reverencia la disolución industrial y descentraliza de la escena social al trabajo como ordenador de la comunidad, y pondera la hegemonía del mercado como liberador de las fuerzas productivas. Una contradicción en sí misma que desnaturaliza todo proceso de crecimiento económico.

El presidente no puede demostrar un solo dato a favor de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, despierta desconfianza en todos los sectores productivos. No obstante, la oligarquía apuesta al caos para obtener mayor rentabilidad en un proceso de deterioro social encumbrado y acelerado que puede terminar mal. Por eso repite la historia y pretender confirmar fidelidad a través del daño físico y psíquico. La represión cumple ese rol estatutario para el capital especulativo.

No es casual que el síntoma comience a manifestarse en la superficie social. Los datos sobre el crecimiento de la desocupación refutan de manera contundente al ideario libertario. Según el Centro de Economía Política, “la tasa de desocupación se ubicó en 7,6% en el segundo trimestre de 2024, lo que marca un alza de 1,4 puntos porcentuales en relación con el mismo período de 2023 y se encuentra en el nivel más alto para un segundo trimestre desde la pospandemia”.

El modelo de ajuste no refuerza la creación de empleo, sino que lo destruye. Esto no es nuevo y resulta redundante afirmar que se experimenta lo mismo desde 1955 en Argentina, con la consecuente interrupción del modelo de dependencia en el período 1973-1976. Desde entonces, la matriz de producción nacional fue sistemáticamente atacada. El proceso fue complementado durante la democracia liberal a través del sostenimiento sistémico entre capital y trabajo, en detrimento de este último.

En este contexto, llama la atención que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, siempre vitoreada por su lucidez analítica, demande a las organizaciones sindicales un nuevo esquema de representación, pero eluda mencionar que para ello es necesario modificar el sistema de dependencia económica y subordinación política. Empezar por el final no parece una buena idea, sobre todo si no se toma en cuenta que, aun bajo su gobierno, las condiciones objetivas materiales que primaron no impulsaron la posibilidad de avanzar para obtener la independencia económica.

Es notorio cómo, en momentos de crisis, el relato parece condensar la realidad simplificada como verdad determinante. Sin embargo, la experiencia de las y los trabajadores demuestra que los absolutos categóricos están basados en la sobre-ideologización del diagnóstico. La relevancia de lo verdadero asume un rol estratégico determinante cuando se aprecia que, a pesar de los permanentes ataques padecidos a lo largo de los años, el Movimiento Obrero es un factor de poder necesario e imprescindible para contrarrestar las acciones políticas liberales.

El sindicalismo argentino ha sido un fiel exponente del combate contra la precarización laboral y, en los últimos tiempos, cuando se pensó sobre el futuro del trabajo (que hoy es presente), advirtió que era necesario repensar al trabajo no bajo la demanda del mercado, sino a partir de las necesidades del pueblo.

Esas discusiones están presentes cada vez que se pone en negociación el convenio colectivo de trabajo. Sin embargo, es la dirigencia política la que no escuchó y no pareció comprender el cambio de los tiempos. Su participación, sujeta a los condicionamientos de la subordinación, la llevó a aceptar el status quo sin siquiera interrogarlo. Esa aceptación mantuvo el desequilibrio entre capital y trabajo y creó las condiciones para que los liberales pongan en agenda el cuestionamiento a los derechos sociales y a la Justicia Social.

A contramano de la “descripción” realizada por la expresidenta Fernández de Kirchner y contra la política de persecución y eliminación que promueve el gobierno libertario, el Papa Francisco recibió en la semana a una delegación de representantes sindicales integrantes del Consejo Directivo de la Confederación General del Trabajo. Durante la reunión, el Obispo de Roma le pidió a los sindicalistas que hagan lo que no hacen los dirigentes políticos: defender la Justicia Social.

Leído en clave política, el encuentro es vital para el sindicalismo argentino, en tanto que lo revigoriza, pero al mismo tiempo le marca el camino. Por otro lado, en un mundo sumido en la adoración de las posesiones materiales, que se aferra al darwinismo social como ventura del “tanto tienes, tanto vales”, el encuentro entre el Papa y la CGT pone de manifiesto la necesidad de que el peronismo recupere la esencia de su filosofía humanista y cristiana. La espiritualidad popular es la fe en la Patria y la felicidad del pueblo a través de la realización de la comunidad. Algo que la racionalidad política y la emotividad militante han olvidado.

Pero el encuentro con Francisco engloba otro mensaje. Mientras la estructura partidaria se pierde en los pasillos del laberinto que conduce a la ocupación de los cargos y, por lo tanto, el internismo se manifiesta en la absurda disputa por el liderazgo y la conducción, el Movimiento Obrero define a la misma en los enunciados papales. Después de todo, hacer justicia juntos es también una referencia a la Doctrina Social de la Iglesia y a la teología del Pueblo.

Este viernes, el centro de la escena política se volvió a trasladar a Roma. En el Vaticano, en un encuentro descontracturado con representantes de los Movimientos Populares, Francisco ratificó su rol de conductor espiritual (y político) de la Nación. Ponderó la esencialidad de la condición de la dignidad humana a través de la premisa de reivindicación del acceso a Tierra, Techo y Trabajo. Pero, antes que nada, dejó un mensaje explícito a los luchadores populares: “Si el pueblo pobre no se resigna, el pueblo se organiza, persevera en la construcción comunitaria cotidiana”.

El Movimiento Obrero, los Movimientos Populares, son el resguardo de los principios revolucionarios de la fe. Está claro para quienes se referencian constantemente en la organización de los más pobres, no desde roles mesiánicos, sino desde la condición de hombres y mujeres militantes del pueblo y no de los nombres propios. Estamos ante un punto de quiebre histórico que demanda mentes y cuerpos dispuestos a dar la pelea por la liberación nacional y esa tarea no se puede dar sin fe. Fe y fanatismo por el pueblo.

Es curioso, para la historia peronista, que el 20 de septiembre comenzara la resistencia. Perón la situó: “Rosario pasó a ser una especie de capital política del peronismo. Por muchos meses conservé un volante donde los habitantes de una sufrida barriada obrera, ‘Villa Manuelita’, desafiaban al mundo con más o menos estas palabras: ‘Los Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, reconocen a Lonardi. Villa Manuelita reconoce a Perón…'”.

En el futuro pasado, más precisamente el 20 de septiembre de 1974, se promulgaba la Ley de Contrato de Trabajo. La historia sirve para saber dónde estamos situados. El dato alarmante es que el enemigo conoce la historia más que muchos de los que hoy abrevan entre las filas de esa amorfa construcción retórica que es el campo popular. Es relevante, un amigo, Martín Tomassini, afirma que “los liberales no se traicionan, no hay ninguno de ellos que pase a nuestras filas; en cambio, los nuestros saltan todo el tiempo”.

No es casual que en estos tiempos el enemigo vuelva sobre sus pasos, tome carrera y cargue sobre el Movimiento Obrero. Vamos a advertir al zonzo: no se trata de romantizar al sindicalismo. La cuestión es poder ver más allá del cinturón escatológico de las redes sociales, del mundo mediático, del universo snob del nihilismo progresista liberal, de la patología alfonsinista del consenso filibustero y del espejo que refleja narcisismos en decadencia.

Hay una esencia que comparten el desarrollismo progresista y el liberalismo reaccionario: ambos creen en el mercado y en la economía. Perón y sus predicadores creen en el Pueblo. ¿Hace falta conducción? Bueno, ahí está el Papa Francisco, recordándonos cómo Jesús se enfrentó a los ricos y a los poderosos y fue uno de los nuestros. Un pobre, un carpintero del pueblo.

 

 

 

 

 

20/9/2024

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