*Por Francisco Pestanha
“Creo que actualmente hay dos Argentinas: una en defunción, cuyo
cadáver usufructúan los cuervos de toda índole que lo rodean, cuervos
nacionales e internacionales; y una Argentina como en Navidad y
crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos orgullosamente
los que la amamos como a una hija”
Leopoldo Marechal
Sobre Marechal podemos coincidir en grandes certezas, pero ninguna terminará haciéndole la justicia que, por derecho y dignidad, sus propios pares y el ser nacional le deben. Será que su genialidad ilumina cegando, destino que carga con otros genios, con algo de misterio y mucho de incomprensión, mismas razones que nos invitan a revisitarlos con reflexiva pulsión.
Nació en Buenos Aires, el 11 de junio de 1900. Fue hijo de la argentina Lorenza Beloqui y el uruguayo Alberto Marechal. Su mente incontenible lo hizo escribir a los 12 años. Ya trabajando —con 13 años y en una fábrica de cortinas—impulsó a sus compañeros a movilizarse por mejores salarios y condiciones adecuadas de trabajo. Las consecuencias fueron inmediatas, fue despedido por incitar la revuelta.
Era la matriz primordial del niño-hombre, esa que manifestaba las sensibilidades y preocupaciones que lo acompañarían hasta el último día de su vida. En 1919 se recibió de maestro, de bibliotecario y luego de profesor de enseñanza secundaria. En sus comienzos, su obra se perfilaba en torno al quehacer lírico y las vanguardias de los albores del siglo pasado. Su obra —terrestre y descriptiva al principio— irá dando paso a un lenguaje simbólico, menos directo. Sin embargo —tanto en la escritura teatral y sobre todo en la novela—su aproximación se mantendrá más fiel a un estilo más clásico.
En la madurez, su instinto poético abarca cada vez más horizontes temáticos y sus poemas se vuelven más universales. En su primer viaje a Europa (1926), alternó con Basaldúa, Pablo Picasso, y Antonio Berni, destacados intelectuales y pintores del momento. De nuevo en París —triunfar en la ciudad de las luces, quintaesencia de la bohemia iniciada en el siglo XIX era, sin duda, triunfar en el mundo—; se estableció en Montparnasse y frecuentó a Raquel Forner, Alfredo Bigatti, Juan del Prete, Horacio Butler, Víctor Pissarro y al escultor José Fioravanti (y que tiempo después esculpiría el busto del escritor en bronce). Ese año en la capital gala comienza la que sería su novela fundacional: Adán Buenosayres, y que —por su cuidado, revisión y preciosismo—no vería la luz editorial hasta entrado el año 1948.
Escritor, ensayista, novelista y dramaturgo, pero por sobre todas las cosas: «poeta para siempre». Formó parte del mítico grupo Florida —al igual que otros notables escritores y pintores de su tiempo como Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Güiraldes, Borges, Xul Solar y Figari— cuya renovación en la literatura y la plástica fue, para el Río de la Plata, incuestionable y definitiva.
En cuanto a su obra poética, en 1929 aparece Odas para el hombre y la mujer (Primer Premio Municipal de Poesía). Luego de Laberinto de amor (1936) y Cinco poemas australes (1937), obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía con El Centauro (1940) y Sonetos a Sophia (1948). Galardonado con el Primer Premio Nacional de Teatro se estrena en 1951 Antígona Vélez inaugurando la temporada del Teatro Nacional Cervantes.
Su estreno fue accidentado: días antes, la actriz Fanny Navarro, extravió el único original existente. Enterada de la postergación, la señora Eva Duarte, le solicitó a Marechal un nuevo original, apelando a su condición «de gran poeta y gran peronista». Marechal lo dijo con sus propias palabras: “Ganado por su encantamiento, me puse en la obra que me llevó todo ese día y su noche consiguiente. En la tarde siguiente leí la obra en el escenario del Cervantes, ante los actores y Enrique Santos Discépolo que haría la puesta en escena”.
La obra se presentó finalmente el 25 de mayo de 1951, en condiciones precarias de tiempo, escenografía y ensayos, y con gran éxito de público y crítica. A esta obra —consagrada en el acervo literario y aún evocada por la crítica actual— le seguirían Las tres caras de Venus (1952), La batalla de José Luna (1967) y Don Juan, de publicación póstuma editada en 1983. Desde luego, la caída del peronismo lo llevó al silencio de su voz literaria, a la soledad y, finalmente, al olvido. Las dictaduras de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, lo proscribieron, pero persistió en su militancia desde la resistencia peronista.
En 1956, Marechal redactó junto con el general Juan José Valle una proclama «al pueblo de la Patria». Toda su obra —después de 1955— fue proscrita por la dictadura y desterrada de las librerías y de la literatura rioplatense. Perseguido con saña por la Revolución Libertadora, debido a sus continuas denuncias públicas y su definición política inclaudicable, no tiene más opción que exiliarse brevemente en Santiago de Chile.
Promediando la década del 60 vuelve a publicar. En 1965 editó la novela El banquete de Severo Arcángelo y el ensayo La autopsia de Creso. En 1966 publicó Heptamerón y Cuadernos de navegación. Las contribuciones más notables al género narrativo son aportadas por dos novelas. La primera, Elbanquete de Severo Arcángelo de 1965.
De ella dirá María Rosa Lojo: “un fascinante enigma alquímico-policial”. Un verdadero viaje iniciático hacia lo trascendente, claras alegorías sobrenaturales y que se ha dado a las más diversas interpretaciones. Algunos refieren que su mordacidad, recuerda en muchas situaciones a la vista en Don Quijote.
La segunda, sin dudas, Megafón, o la guerra, publicada de manera póstuma en 1970, será definitivamente la obra en la que exprese su maduro compromiso político. Sin eufemismos pero sin perder el tono irónico que predomina en la obra, Megafón es una novela política que se desarrolla en los años posteriores a la caída de Perón, los fusilamientos de José León Suárez, la resistencia peronista y las sucesivas persecuciones que le siguieron.
Leopoldo Marechal deja como una estela un sinnúmero de obras sin editar: Alijerandro, El arquitecto del honor, El Mesías, Gregoria Funes, Tu vida en la balanza, Polifemo, Un destino para Salomé, El superhombre, La parca, Mayo el seducido, Muerte y epitafio de Belona, Don Alas o la virtud, entre otras.
En enero de 1970 viaja a Punta del Este y el 26 de junio de ese año -mientras trabajaba en una cuarta novela, El empresario del caos muere víctima de un síncope en el mismo departamento de la calle Rivadavia, donde años antes falleciera su esposa María Zoraida. No llega a tener en sus manos la más valiente y comprometida de todas sus obras editadas, Megafón, o la guerra —su tercera novela—sale de imprenta un mes después del fallecimiento del autor.
Publicado en Revista Pensamiento Nacional. Gentiliza del Autor.
14/11/2023