Por Gustavo Ramírez
Hay momentos de la pequeña historia que inmortalizan la escena de la vida nacional como amplio mar de alegrías que unifican el sentir popular. Uno de ellos es el gol eterno del Chango Cárdenas en la final del 4 de noviembre de 1967, cuando Racing superó, en el estadio Centenario de Montevideo, al Celtic de Escocia por 1 a 0.
Seguramente el relato popular fue modificando la leyenda con el paso de los años y a esta se le añadieron aditamentos propios de la mística del pueblo. Sin exagerar, “antes” los clubes de fútbol eran más terrenales, lejos de la luminaria mediática y del negocio empresarial. Y es cierto, como dice el periodista Carlos Aira, podemos dudar al nombrar los jugadores que hicieron goles en finales internacionales de equipos como Boca , River o Estudiantes, pero del gol del Chango no. Es un gol omnipresente, como la figura desbordante de ese Dios pagano que llena la historia.
En la mitología del fútbol nacional, en su territorio expandido, anidan como tesoros divinos los gritos sagrados de dioses paganos. La palomita de Pedro Poy; los goles de Diego a los ingleses en 1986 y el del Chango a los escoceses. Esa cosmogonía traza el mapa del aquelarre icónico del fútbol argentino, sentando las bases de la esencia del Ser de la cultura futbolera. Esa que revive en las paredes del barrio, en las charlas de café, en las discusiones futboleras, lejos de la “cultura del aguante”.
En Racing, Cárdenas hizo 92 goles, pero ninguno alcanzó, obviamente, la estatura de aquel en Montevideo. Hay murmullos de pasados que cuentan que el gol se gritó a garganta llena también el barrio de La Boca. Es que ese gol no pertenece sólo a los hinchas de Racing, el tiempo lo hizo argentino.
El “Chango”, falleció este miércoles, a los 76 años y la pelota se volvió a vestir de luto. Pero los dioses futboleros no se despiden, se inmortalizan en la memoria colectiva que no se traiciona ni traiciona. Será por eso, que el gol al Celtic no envejece ni padece el envilecimiento que promueve el paso del tiempo.
Otra vez, Cárdenas toma la pelota fuera del área del grande, después de una jugada colectiva donde el equipo de Pizzuti cuidó la pelota con sutileza. Con espacio, mientras corría hacia el arco rival, le pegó. La bocha se fue levantando lentamente, en su camino hacia la inmortalidad, hasta clavarse en el ángulo de John Fallon. El Chango salió disparado con los brazos abiertos, el gritó loco se fundió con millones de gritos que estremecieron al mundo. Racing entraba en la historia y de allí no saldría jamás.
Era el partido desempate: en Glasgow la Academia había caído por un tanto. En Avellaneda, no sin drama, la vuelta terminó 2 a 1 a favor. Los hinchas uruguayos tomaron partido por el equipo escoses. Rivalidad río platense. Por lo que gol el gol adquiero mayor envergadura. Entonces la eternidad se vistió de celeste y blanco.
Los ídolos no mueren. No nos cuesta nada imaginar, dejémonos llevar, no importa de que cuadro seamos hinchas. Diego, recibiendo a Cárdenas: “Vení, vení, acomodate, ponete cómodo. Tranquilo – le cruza el brazo por encima de los hombros – “contame, cómo hiciste para ponerla ahí, justo ahí”. Y nosotros aplaudimos de pie con los ojos enjuagados en lágrimas.
31/3/2022