*Por Gustavo Ramírez
Las crisis suelen aportar escenarios donde lo que impera es la confusión. La Pandemia de COVID-19 abrió varias aristas de una crisis endémica que el sistema capitalista arrastra, si se quiere, desde el 2008. Lo que ha producido esta nueva crisis es la aceleración de ciertos procesos que se encontraban en germinación dentro del modelo desigualdad.
La cuestión es que los problemas estructurales, al menos en Argentina, no encuentran respuestas de fondo. El gobierno ha dado respuestas inmediatas a situaciones urgentes, pero transcurrido el tiempo, la cuestión estructural continua vigente. El discurso presidencial se lleva mal con la real verdadera, sobre todo porque este, en un marco de infantilismo ideológico, presenta su mayor fisura cuando pretende asemejarse al de figuras reaccionarias como la Rodríguez Larreta.
Es absurdo presentar esta crisis fuera del contexto de lo que ha producido, como daño social, el poder del capital concentrado. El idealismo pretencioso del discurso amoroso del Alberto vacía de contenido de tensión social que se manifiesta con mayor profundidad en las relaciones laborales. Esa narrativa alejada de la centralidad política puede ser leída como una elaboración estratégica, por parte de los militantes que analizan el presente desde la virtualidad de las redes digitales y que le escapan al debate en nombre de una falsa representación. Esa dudosa identificación mística tiene ribetes mesiánicos y le otorgan al presidente la faculta romántica de ser el interlocutor de sus propios deseos sociales basados en un idealismo anacrónico. Pero sobre todo niegan la realidad de manera patológica.
La decisión gubernamental de dar por caída la intervención y expropiación de Vicentin, con alegato jurídico, moral e ideológico – pero no político – entraña una pérdida de lectura de lo real y un retroceso en la mirada popular de esa misma lectura. En ningún momento de este proceso, que se anunció con proclamas esperanzadoras, recaló en concentrar poder con los gremios del sector para opacar la fotografía sepia de las usinas ideológicas del neoliberalismo y de su patrón, el poder oligárquico. Por el contrario, el presidente salió por medios hegemónicos a hacer puchero ante las protestas minoritarias de los sectores reaccionarios. Minimizó las acciones efectivas que llevaron adelante las organizaciones sindicales en Rosario y no escuchó el clamor de apoyo popular que tuvo la primigenia decisión. Hoy el presidente, con el nuevo DNU, olvidó a los trabajadores que son los más expuestos.
El sentido de pertenencia del Presidente no encuentra asidero en la memoria plebeya. Su colectivo es la clase media y desde allí observa el universo circundante. Ese posicionamiento lo embriaga y lo marea. ¿Descree de su propia base electoral? Es difícil saberlo. Lo cierto es que su apreciación de clase lo lleva a evitar embarrarse. Su enfática pelea con la superación de la grieta restringe su visión panorámica y queda anclado a un falso empeño por desmembrar las pujas históricas. El liberalismo lo atrapa y lo seduce. La placenta que lo cobijó, en términos políticos, lo formó de la casa a la universidad y de esta al café, como supo reseñar un dirigente sindical a fin al gobierno, pero no lo curtió en la calle. En el lodo, en el barro de las historia.
No hay política sin confrontación. El tema es tener en claro quien es el enemigo y saber quienes son los aliados verdaderos y no circunstanciales. Durante los dos primeros meses de pandemia, Alberto pareció ejercer con convicción y determinación la conducción y el liderazgo del gobierno. No obstante, en la medida que el tiempo pasó cedió terreno a la vocación neoliberal de Rodríguez Larreta.
El Jefe de Gobierno es hábil, usó cada conferencia de prensa junto al Presidente y al Gobernador de la Provincia, para mostrarse articulado y condescendiente. Al tiempo que fue imponiendo su propia agenda aprovechó cada instante de pantalla para hacer campaña y re-posicionarse como referente de una oposición de derecha pero que parezca algo más “humana”. El “Jefe” de la ciudad se siente muy bien en su papel de lobo con piel de oveja y lo hace saber. Es un buen caradura. No tiene empaco en abrir la cuarentena para responderle a su electorado mientras los contagios y las muertes por COVID-19 crecen a pasos acelerados. Tampoco en seleccionar protestas para reprimir.
Alberto cedió demasiado y esto comienza a hacer ruido en el Movimiento Obrero. Resulta llamativo que el presidente pretenda planificar la salida de la pandemia cuando aun no se ha podido resolver el presente. Es, por cierto, alarmante que todo se cierna sobra la sombra luctuosa de lo sanitario y se deje escapar la oportunidad para poner en discusión al capitalismo.
Fernández baila con una fea, es cierto, pero lo peor que se puede hacer es victimizarlo. No hay gestión de gobierno ideal. No hay excusas. Porque existen millones de trabajadores, de pobres, que durante cuatro años de neoliberalismo fueron reprimidos, descapitalizados, denigrados, abusados, asesinados, descartados. ¿Pobre Alberto? La política no está plagada de buenas intenciones, pero con ellos no alcanza.
El mundo no cambio, al menos no el sistema vigente. Tampoco es del todo cierto que vayamos hacia una nueva normalidad. Basta con observar las realidades territoriales donde los trabajadores informales padecen los aprietes, las extorsiones, la violencia psicológica y abuso de de sus patrones. hay trabajadores que no han cobrado aun su aguinaldo, cobran el salario en cuotas, con suerte, porque otros son despedidos. Muchos, entre ellos Alberto, no dan cuenta que la mayoría de los contagiados ya no son de clase media, son trabajadores que cayeron por combatir en el frente de batalla. No para servir al capital, sino para servir al pueblo.
No es justo. Al principio de esta grave situación se le pidió sacrificio a la clase trabajadora, más tarde se le reclamó paciencia, ahora responsabilidad. Sin embargo, cuando la clase acomodada pegó dos gritos y salió a la calle a vapulear al gobierno, no hubo reclamos. No hubo castigos. La democracia liberal expuso sus dientes y el Presidente cedió en silencio. “Los entiendo”, dijo desde su parque recreativo ideológico onda Woodstock. Don’t cry for me Argentina, parece cantar desde allí.
Es un momento raro. Complejo, crítico. Repetido. No ha cambiado el fondo de la trama. Los que más sufren siguen sufriendo. No es la pandemia. Tal vez nunca lo fue. Es la política. Son las decisiones políticas. Es la Patria o la anti Patria, el Pueblo o el anti Pueblo. La crisis confunde. No se pude tapar el sol con la mano, así como tampoco hay que darle de comer en la boca al enemigo: “El muy verdugo cena distinguido”.
03/08/2020
*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical