Pensamiento Nacional

10 años de pontificado del Papa Francisco: La agenda del Vaticano hoy

*Por Juan Carlos Schmid

Sobre el cierre del año 2022, el Papa Francisco mantuvo un encuentro con representantes de la Confederación General Italiana del Trabajo, allí aseguró que “no hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores sin sindicatos”. Al mismo tiempo, sostuvo que la democracia no es una entramado que se “teje en la mesa de algún palacio, sino con laboriosidad creativa en las fábricas, en los talleres, en las granjas, en las empresas comerciales, artesanales, en las obras, en las administraciones públicas, en las escuelas, en las oficinas”.

Una vez más es preciso comprender que el mensaje de Francisco interpela al conjunto social y a los actores que intervienen en las relaciones políticas. La relación de su Santidad con el mundo del trabajo y con las organizaciones sindicales no es nueva. Su elección, incluso antes de llegar al papado fue siempre con los más humildes, los descartados y la clase trabajadora.

Vale señalar que este proceso es, de cierta manera, la continuidad del ciclo social de la Iglesia que se inauguró en 1891 con la encíclica Rerum Novarum. Lo que abre el camino para lo que conocemos como Doctrina Social de la Iglesia.

Al mismo tiempo, es importante comprender los cambios que se han propuesto en el mundo del trabajo a partir de la irrupción política del neoliberalismo y posteriormente con la imposición del paradigma del capitalismo de plataformas. Esto modifica, no solo las relaciones laborales, sino también la mirada sobre el rol social del trabajo y de las organizaciones sindicales.

Esto no significa una disminución de la actividad sindical, sino todo lo contrario y es por ello que el mensaje del Papa de los humildes, en noviembre de 2022, resignificó el rol de acción de las organizaciones sindicales. En Argentina, la caracterización del sindicalismo implica que éste dispute espacios de poder dentro del campo político, en función de estar atravesado por el peronismo que también abrevó en la Doctrina Social de la Iglesia.

Por otro lado, desde la asunción de Francisco al papado en 2013, el Vaticano ingresó a  una de profunda renovación de sus proposiciones sociales en el marco de la fecunda tradición iniciada por la Encíclica Pularum Progressio de 1967. El documento más importante de Francisco, dirigido de manera directa al sindicalismo, fue representado en la cumbre “el trabajo y el movimiento de los trabajadores al centro del desarrollo humano integral, sostenible y solidario”, realizada en el Vaticano en noviembre de 2017. La misma tenía como objetivo conmemorar el 50 aniversario de la Encíclica Popularum Progressio, destacando sus contenidos y reafirmando una puesta en valor actualizada.

El documento no solo estaba dirigido a los representantes sindicales presentes, sino también a los referentes de los Movimiento Populares que habían asistido previamente a uno de los Encuentros Mundiales realizados a partir de 2014. Francisco sostiene en dicho documento que:

“Una construcción válida a dicha respuesta integral por parte de los trabajadores, es mostrar al mundo lo que ustedes conocen bien: la conexión entre las tres “T”: Tierra, techo y trabajo. No queremos un sistema de desarrollo económico que fomente gente desempleada, ni sin techo, ni desterrada. Los frutos de la tierra y del trabajo son para todos, y deben llegar a todos de forma justa”. Este tema adquiere relevancia especial en relación con la propiedad de la tierra, tano en zonas rurales como urbanas, y con las normas jurídicas que garantizan el acceso a la misma. Y en este asunto el criterio de justicia por excelencia, es el destino universal de los bienes, es el “derecho universal a su uso” es “principio fundamental de todo ordenamiento ético-social””.

Mo obstante, la actualidad del Vaticano tiene aún más elementos programáticos señalados por la Encíclica Laudato Si y otros documentos surgidos de diversos encuentros mundiales. Del conjunto de contenidos extraemos lo que puede considerarse la más notable propuestas actual de transformación social y económica que disponemos sólo conocida de manera parcial.

Por eso pensamos que era conveniente intentar un ejercicio de consolidación de la propuesta del Vaticano a la luz de nuevos embates sobre el rol del sindicalismo o la idea de proponer lisa y llanamente su desaparición.

Este es el resultado:

La agenda implícita tiene dos grandes componentes:

  • El primero se refiere a un rotundo posicionamiento respecto de la “centralidad del trabajo”, que deriva en asignar un papel determinante a los sindicatos y de las organizaciones sociales.
  • El segundo identifica un modelo de “desarrollo integral, sostenible y solidario”, a partir del reconocimiento de la necesidad de regulación macroeconómica, con un foco clave (además de la cuestión medio ambiental), en las nuevas tecnologías y el consumo (“consumismo”).

Este doble eje, y sus componentes, refleja también un hecho evidente: la especialización de la plataforma del Vaticano en ciertos temas del debate sobre el futuro del trabajo, sin avanzar hacia otros sobre los cuales hay pleno consenso que deben ser incorporados>:

  • Las políticas de protección social y seguridad social, incluyendo la Renta Social Universal.
  • Las políticas educativas.

Estos tres temas están fuertemente presentes en la perspectiva de la OIT y de otros participantes en el debate mundial (sindicales, empresariales, intelectuales, organizaciones de la sociedad civil). En particular respecto a la OIT y del sindicalismo internacional, el enfoque del Vaticano acompaña su énfasis sobre la centralidad del trabajo (para promover que no deje de serlo), y la valoración del sindicato, con el elemento novedoso de un “empate” en el protagonismo con los movimientos populares y un llamado a su articulación.

Otros contenidos en los documentos del Vaticano se acercan al de plataformas alternativas que surgen de otros sectores, en temas como la reducción de las horas de trabajo, la desaceleración del par crecimiento económico/consumo, la mediación “correcta” del PIB (para reflejar aspectos cualitativos) y el “impuesto a los robots”.

En lo que sigue de este artículo se sintetizan estos contenidos, manteniendo la textualidad original, aunque rearmándolos en función de la síntesis.

Primer eje: Centralidad del trabajo y de las organizaciones sindicales y de los Movimientos Populares 

El punto de partida es el señalamiento de una negación sistemática, por el actual sistema, del derechos a un trabajo digno, como fuente de generación de valor social. Ello es el resultado de un opción social: poner los beneficios económicos por encima del hombre. La mercantilización del trabajo lleva a la deshumanización sustitutiva en forma de automatización y robotización, a las posturas del “fin del trabajo” y al determinismo tecnológico y el nuevo paradigma neoliberal: “no  hay alternativa”.

Al fenómenos general de la explotación y la opresión, el Vaticano agrega una nueva dimensión: los “descartados” (“desechos”, “sobrantes”). La diferencia está en que con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en la periferia (“abajo”), o sin poder, sino que se está “fuera”, en condiciones de sujetos “sin horizontes, sin salida”. Esta cultura del descarte considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Incluso, con sistemas más o menos sofisticados se va abandonando lentamente a los niños y ancianos, por no producir. Asistimos también a un tercer descarte, el de los jóvenes: entre los de menos de 25 años, el 40 % no tienen trabajo.

En este capítulo se toma una clara posición respecto del capital, al afirmarse que es solo un “instrumento”, que lleva consigo las “señas” del trabajo humano, porque ha nacido de él. Más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, el objetivo prioritario es el acceso al trabajo por parte de todos, y una vida digna a través del trabajo.

En este capítulo se toma una clara posición respecto del capital, al afirmarse que es solo un “instrumento”, que lleva consigo las “señas” del trabajo humano, porque ha nacido de él. Más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, el objetivo prioritario es el acceso al trabajo por parte de todos, y una vida digan a través del trabajo.

El trabajo no puede entonces considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva de bienes y servicios. La centralidad del trabajo en la vida humana excede con creces su dimensión económica. La centralidad del trabajo en la vida humana excede con creces su dimensión económica.

El trabajo hace posible desarrollo de todas las potencialidades y también de la cooperación. Es el medio que hace posible la vida de cada familia y la convivencia en comunidad. La persona florece en el trabajo. Persona y trabajo son dos palabras que puedan y deben juntarse. El trabajo es una necesidad, pate del sentido de la vida, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. Desde la perspectiva abordada, el trabajo:

  • Es el ámbito de un múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, el desarrollo espiritual, el progreso moral, la mejora material.
  • Es el estructurador de la identidad personal y colectiva y de una vida buena en sociedad.
  • Es la clave esencial de toda cuestión social: el trabajo condiciona no sólo el desarrollo económico, sino también el cultural y moral de las personas, de la familia, de la sociedad.
  • Es la clave para el desarrollo social, ocasión de intercambio, relaciones y encuentro.

Esta mirada deja lugar al no-trabajo: la persona no siempre tiene que trabajar. La cultura del ocio es saludable, es una necesidad humana. Es este marco, el Vaticano toma partido por la reducción de la jornada de trabajo, que tiene la ventaja adicional de permitir crear puestos de trabajo para los jóvenes.

Organizaciones Sindicales y Movimientos Populares 

En el plano de las organizaciones sindicales, se señala que están afectadas por la existencia de una “ingeniería política” a la que solo parece interesarle construir gobernabilidad para contener las demandas sociales y colectivas, en el marco de un institucionalismo formal que desconoce su potencialidad democrática.  A ello se agrega que también se encuentran situaciones en que directamente son perseguidas y se les niega la representación y negociación colectiva.

Los documentos del Vaticano comienzan por recordar el significado de “sindicato” en griego: “justicia-juntos” (“dike”: justicia y “syn”: juntos), y sigue con la historia de la cuestión obrera y el  conflicto capital-trabajo, enfrentado las distintas formas de explotación (salarios bajos, falta de seguridad laboral).

La consigna es que “no hay una buena sociedad sin un buen sindicato”. Se necesita “organizar con fines de justicia” enfatizando la experimentación, actualizando leyes y compromisos. Existe una experiencia acumulada. Debe recuperarse un recorrido, una trayectoria, e identificarse elementos, cuestiones cruciales, prácticas efectivas, experiencias de organización institucionalizadas a los largo del tiempo.

Los sindicatos deben individualizar los nuevos derechos de los trabajadores, en el marco de la cuarta revolución industrial, y nuevas formas de participación y organización. Que le otorguen sentido, contenido y dinámicas transformadoras al sindicato. No pueden encerrarse en la defensa corporativa de su sector, de los que están “dentro” (o ya están retiradas), deben “renacer” trabajando “en las periferias”, “alargar la mirada” más allá de las propias filas. El sindicato realiza su función esencial de innovación social protegiendo los derechos de quienes todavía nos los tienen. Caso contrario, el sindicato corre peligro de perder su naturaleza profética y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los poderes que , en cambio, debería criticar.

La cuestión de los “descartados” reaparece desde el punto de vista de su propia organización: los movimientos populares. Estos tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamental creando. Cuestionan las macro relaciones desde su arraigo a lo cercano, desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el paraje, desde la organización del trabajo comunitario. Estos trabajadores fueron inventando su propio trabajo con su artesanalidad, su trabajo comunitario, sus cooperativas y empresas recuperadas, sus ferias francas y oficios populares.

Su economía no es solo deseable y necesaria sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Este capítulo incluye una crítica al papel estatal, en cuanto a su frecuente asistencialismo paternalista, una pura estrategia de contención, y de conversión de los pobres en seres domesticados e inofensivos.

Segundo eje: Regulaciones y límites a la tecnología y consumismo

El punto de partida señalado por el Vaticano es que, si bien desde una perspectiva histórica el bienestar económico global ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX, en medida y rapidez nunca antes experimentadas, al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entres los distintos países y dentro de ellos.

El inicio del siglo XXI marca un escenario global signado por una aceleración de los tiempos: el aumento de la fragmentación, la desigualdad y la exclusión social; una desestructuración de las formas clásicas del trabajo y sus organizaciones; el avance fenomenal de las telecomunicaciones; el despliegue de la cuarta revolución industrial con la creciente convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas; la financiarización de la economía; el aumento de la distancia entre el mundo desarrollado y las periferias; el desarrollo de conflictos violentos que hacen pensar en una tercera guerra mundial por goteo.

El capital dirige las opciones de los seres humanos, yendo detrás de la simple ganancia. Se ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales, en búsqueda de la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier costo y de manera inmediata. Las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos, sin pensar en la exclusión social o en la destrucción de la naturaleza.

No se ha alcanzado un desarrollo que pueda considerarse progreso. No es un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior. No es un verdadero desarrollo sino crecimiento económico, avances técnicos, mayor “eficiencia” para producir cosas que se compran, se usan y se tiran. El progreso económico tiene que ser evaluado en base a la calidad de vida que produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales. El capitalismo se ha olvidado de la naturaleza social de la economía y de la empresa.

Sobre la regulación. El punto de partida del Vaticano es que ninguna actividad económica puede sostenerse por mucho tiempo si no se realiza en un clima de saludable libertad de iniciativa. En principio, todas las dotaciones y medios utilizados por los mercados para aumentar su capacidad de asignación son moralmente admisibles si no están dirigidos contra la dignidad de la persona y tienen en cuenta el bien común. Pero la libertad de la que gozan hoy en día los agentes económicos, tienden a generar centros de supremacía y a inclinarse hacia formas de oligarquía.

Es asimismo evidente que ese potente propulsor de la economía que el es mercado, no tiene capacidad de regularse por sí mismo, generando los fundamentos que les permitan funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes…), ni de corregir los efectos externos negativos (“deseconomía”) para la sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social, fraudes).

No se puede justificar una economía sin política, a la vez que la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma de la tecnocracia. La creciente influencia del mercado sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad exige, por un lado, una regulación adecuada de sus dinámicas y, por otro, un fundamento ético claro, que garantice al bienestar alcanzado esa calidad humana de relaciones que los mecanismos económicos, por ´si solos, no pueden producir.

Es ingenuo tener confianza en la autosuficiencia distributiva de los mercados. Si el Estado no cumple su rol, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas.

Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario poner  límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero. Se requiere una planificación construida colectivamente que se contrapone a las tendencias de la planificación normativa, tecnocrática, cuantitativista y abstracta que tiene como única finalidad el cierre de los indicadores macroeconómicos.

Sobre la tecnología. Al igual que con el crecimiento, el punto de partida es el reconocimiento de una herencia  de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías. La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano, en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones.

Pero afirma también que la humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico plantea una encrucijada: la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento del ADN y otras capacidades ha dado un tremendo poder a quienes tienen conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo de manera dominante. El hombre moderno no está preparado para utilizar este poder con acierto, porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia.

La tecnología puede obstaculizar el desarrollo sustentable cuando está asociada a un paradigma de poder, dominio y manipulación. La transformación civilizatoria tiende a ser sustituida por una mediación tecnológica regida por una lógica de apropiación de renta, desconociendo el proceso histórico de generación de valor por el trabajo humano.

Hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos. Más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. El ser humano no es plenamente autónomo. El patrón de desarrollo es unidimensional, con base en el paradigma tecnológico predatorio, con tendencias selectivas y elitistas. Los objetos producto de la técnica no son nuestros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientando las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder.

Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar. El hombre que posee la técnica intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana. La capacidad de decisión, las libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.

El paradigma tecnocrático también tiene a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La alianza entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos.

La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad de la relaciones que existen entre las cosas.

Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso. La continua aceleración de los cambios y la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, no colaboran con el desarrollo sostenible no con la calidad del mismo. Ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes.

Es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano. También por esta vía se tiende a que la tecnología no reemplace el trabajo humano.

Sobre el consumismo 

Como otra faceta de la crítica al funcionamiento capitalista, el Vaticano pone también el foco en el plano del consumo, elemento indispensable para la realización del crecimiento en término de ingresos para los inversores.  Se señala entonces la existencia de un “súper desarrollo derrochador y consumista”. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios.

La producción no es siempre racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los productos un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a una sobreproducción. Es una lógica del “usa y tira”, que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.

Se necesita escapar del individualismo y del consumismo, y que motiven a cuestionar los mitos de un progreso material indefinido y de un mercado sin reglas justas. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaza de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza.

La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades, quedando disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. Se necesita valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Al respecto de lo mencionado, cabe señalar que Francisco nos alertó que:

“El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas y que desnaturaliza los vínculos familiares”.

Es en esta instancia donde se hace necesario recuperar el valor social del trabajo como articulador del desarrollo comunitario. La realidad social está en la calle, en el barrio, en los hogares, y es allí a dónde hay que dirigir la mirada pero también la escucha. Para Francisco lo fundamental es la “comunidad”, lo que a nosotros nos remite a la Comunidad Organizada que nos enseñó Perón. La Justicia Social; el destino universal de los bienes, el fruto del trabajo.

Al cumplirse 10 años del papado del “Pescador de almas”, la Confederación General del Trabajo realiza este aporte para su divulgación, análisis y estudio de los cuadros militantes en la incansable búsqueda de Justicia Social.

 

 

 

*Secretario General de la Federación Marítima Portuaria y de la Industria Naval Argentina. Titular del Sindicato del Personal de Dragado y Balizamiento. Secretario de Políticas de Empleo de la Confederación General del Trabajo. Secretario Adjunto de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte.

 

15/3/2023

 

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