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Trump: Un disparo en varias direcciones

*Por Guadi Calvo

El disparo que salió del fusil semiautomático tipo AR-15 de Thomas Matthew Crooks y rozó la oreja del candidato presidencial por el Partido Republicano y expresidente Donald Trump, pasó, además, a milímetros de iniciar, quizás, el momento más turbulento de la historia norteamericana desde la guerra de Secesión (1861-1865).

A nada estuvimos de presenciar que se reproduzcan las mismas escenas, pero esta vez multiplicadas a lo largo del país, del seis de enero de 2021, cuando una turba de acólitos del presidente saliente tomó el Parlamento y por un momento todo pareció precipitarse al caos. Cuando por los magnos salones de uno de los recintos más sacralizados de occidente se paseaban desbordados por brutales tomadores de cerveza y otras hierbas. (Ver: Estados Unidos: el aullido de Pedro Picapiedra).

Si bien la bala que disparó Crooks no dio en su blanco inicial, siguió hasta dar de plano contra el ya lacerado cuerpo del Partido Demócrata, que se enteraba de que, en el pequeño mitin del condado de Butler, al oeste del siempre pendular Estado de Pensilvania, acaba de perder las elecciones.

De ahora en más, el nuevo presidente de los Estados Unidos, aunque formalmente recién será nominado en la Convención Nacional Republicana, que comienza en Milwaukee el lunes catorce, una vez más se llama Donald Trump.

Quizás por un simple formulismo, gentileza o respeto a las normas, el momificado Joe Biden posiblemente siga hasta enero próximo, momento en que la historia le pase el plumero y lo archive en algún anaquel de aquellos que jamás se vuelven a abrir, bajo el rótulo de uno de los peores presidentes de la historia norteamericana. Pero hasta entonces, la gobernabilidad norteamericana deberá ser colegiada.

Biden, un autómata salido del taller de Wolfgang von Kempelen, manejado desde un primer momento por el Complejo Industrial-Militar, Wall Street y el Lobby Judío, prácticamente desde su asunción no ha dejado de cometer errores.

Una muestra gratis de lo que esperaba para los siguientes cuatro años fue cuando generó, gratuitamente, la crisis con los Talibanes, tras modificar los acuerdos de Doha alcanzados por la “dúctil” administración Trump, donde se le concedía a los Estados Unidos una retirada discreta, prácticamente sin que se notara el fracaso de la invasión iniciada en 2001.

Pero no, Biden, o quien gobernara en su nombre, vio la oportunidad de arruinarlo y no dudó, lo arruinó: un cambio en el ordenamiento de fechas de la retirada provocó, además de la irritación de los rígidos Mullah, algo así como un déjà vu universal, que nos ponía a todos otra vez en la embajada norteamericana de Saigón, aquel tórrido marzo de 1973, cuando una muchedumbre se desesperaba por alcanzar un helicóptero. Esta vez, fue en el aeropuerto de Kabul, donde además de los últimos trece soldados norteamericanos muertos en Afganistán, morían 140 civiles afganos desesperados por alcanzar un avión, para huir de los vencedores.

Indiscutiblemente, a partir de ahora, todo lo referente a la elección será insustancial, desde la multimillonaria campaña electoral, al acto electoral en sí mismo y el transcurso de la agobiante eternidad que irá desde el cinco de noviembre al veinte de enero, cuando formalmente, el ungido presidente por el disparo de Crooks asuma su segunda oportunidad.

Mientras Trump debe estar confirmando su gabinete y las primeras medidas de su gobierno, si algo no deben estar haciendo los demócratas es control de daños, porque el tiro errado lo destruyó absolutamente todo y el partido del clan Kennedy tendrá de acá en más que reconstruirse de cero, como las mismas torres que el amigo Osama bin Laden les volteó en 2001.

Será muy difícil que alguien quiera, en el contexto de las nuevas condiciones establecidas por el joven Crooks, reemplazar a Biden en la candidatura para someterse a una de las mayores palizas que les espera a los demócratas por parte de sus eternos rivales a lo largo de la historia de ambos partidos.

A pocas horas del atentado, se conocía que la voluntad de voto hacia Trump había alcanzado un setenta por ciento, una cifra que quizás no se mantenga, pero también muy difícil que se degrade lo suficiente para que Biden o quien lo suplante pueda aspirar a una victoria. Por lo que compremos pochoclos para aprontarnos a ver al rubicundo carnicero dar una lección pública de destazamiento en el próximo debate presidencial, de realizarse, claro.

Según un oficial del ejército norteamericano experto en el uso de francotiradores, hubo importantes fallos en el plan de seguridad que le permitieron al joven tirador, simplemente disfrazado con uniforme militar, saltar los controles y ejecutar lo que calificó como un disparo sencillo a unos 130 metros de distancia.

A pesar de que Crooks haya contado con suficiente tiempo para hacer entre siete u ocho disparos, con los que además de susurrarle al oído a Trump, mató a una persona e hirió a otros dos asistentes, miembros del equipo de contra asalto del servicio de seguridad lograron ubicar y neutralizar al tirador antes de que causara más daños. Sin embargo, los escoltas del expresidente demoraron eras geológicas en llegar a su cuerpo y cubrirlo, como ordenan los manuales; mucho después de que él solo se guareciera debajo del mismo atril desde el que hablaba.

Con esfuerzo, los siete u ocho agentes, a medida que iban llegando y cubriendo al candidato, lograron levantar al nuevo presidente y, entre gestos y gritos, pudieron sacarlo de la zona de impacto. Un paso de comedia que, como todo lo concerniente a Trump, no deja de tener ribetes fellinescos. Es muy difícil pensar que estemos frente a un intento de magnicidio; todo apunta a la torpeza y el aburguesamiento de la vigilancia. A esto se le suman las declaraciones de un asistente que dijo haber visto a Crooks trepado al edificio desde donde finalmente disparó, y tras haberlo denunciado a los agentes de seguridad, no tomaron en serio ese aviso.

No por nada, la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, María Zajárova, al referirse al frustrado atentado, dijo que, en vez de utilizar tantos recursos en Ucrania, los Estados Unidos deberían aplicarlos a su seguridad interna.

El mundo que espera a Trump

Trump, sin duda, se encontrará incómodo en el mundo que Biden le deja, como si en vez de haber pasado cuatro años, hubieran pasado veinte desde que se marchó cabizbajo en 2021, dejando una guerra, si bien perdida, terminada en Afganistán.

Ahora deberá resolver la situación en la que se encuentran sus aliados europeos, a punto de profundizar todavía más la guerra con Rusia en Ucrania. Esta guerra solo se ha sostenido por los ingentes esfuerzos de los contribuyentes norteamericanos. Si cumple su palabra y decide cortar el chorro financiero a Zelensky y sus socios, los dejará colgados del pincel cuando retire la escalera que les permitió extender una guerra perdida desde el primer día, casi dos años y medio.

Encontrará también a un Irán fortalecido, habiendo prácticamente sorteado el bloqueo que, desde 1979, Washington decretó contra la revolución de los Ayatollahs. Al tiempo que otro viejo amigo suyo, el Primer Ministro indio Narendra Modi, se pasea muy orondo con el presidente ruso Vladimir Putin, reeditando la vieja alianza Nueva Delhi-Moscú establecida en tiempos soviéticos.

Mientras, poco a poco, el continente africano comienza a sacudirse a las metrópolis coloniales para abrirles las puertas a más inversiones chinas, a alianzas militares con Rusia y a dos nuevos jugadores en el continente: Turquía y la República Islámica de Irán, que se estaría abasteciendo del uranio nigerino para su proyecto nuclear.

Mientras tanto, China se afianza como la gran potencia comercial global, mientras que las bravatas en el mar Meridional de China y el estrecho de Taiwán por parte de naves norteamericanas y las alianzas regionales forzadas por el Departamento de Estado, como es el caso de Japón con Filipinas o Corea del Sur, parecen no detener ni un momento los proyectos de Beijing.

Este ataque, que es el primero que sufre un presidente estadounidense o un candidato de un partido importante desde el intento de asesinato del presidente Ronald Reagan en 1981, ha puesto en máxima tensión a una sociedad que bien conoce que, cuando llegan los disparos, van en todas direcciones.

 

 

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 

 

 

 

15/7/2024

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