Opinión

Tierra de confusión

Por Gustavo Ramírez

El sentido común es más frío que la muerte. El punto es que el quiebre no parece romperse del todo. Milei se maneja con impunidad ante la confusión que impera en esa marca abstracta que se registra en los anaqueles de la historia como “campo popular”. El presidente dice que llueve de abajo hacia arriba y una camada de escorpiones digitales se instala en el confort de la legitimación discursiva, dando una batalla absurda contra una agenda superficial.

La territorialidad del discurso se enloda con la tempestad de discusiones secundarias que encima se presentan como totalidad. Las energías terminan por diluirse en espasmos mentales que retractan la insuficiencia de la materialidad discursiva. Lo que importa o lo que no, no parece tener relevancia en un campo minado por el agotamiento y la resignación. Lo real concreto se vuelve a reflejar en aquello que se ignora: el clima de implosión que empieza a percibirse en los barrios humildes.

La distorsión de los efectos secundarios y de los daños colaterales que minan el análisis político prescinden de tomar la temperatura de los lugares en conflicto. Las encuestas de opinión se convierten en trincheras donde se libran micro-combates de sentido que no reparan el daño que el gobierno inflige a la comunidad. El esgrima de toque y repliegue que dan sectores afectos al entrismo convalidan la guerra cognitiva que promueve el enemigo, convalidando su sentido común.

Esa convalidación es funcional al régimen en la medida en que no se orienta a través de un programa que restituya la noción de Movimiento Nacional. El tema de fondo no pueden ser los cánticos de la Selección o la trayectoria de Enzo Fernández. Lo urgente no puede estar situado allí, así como tampoco en los encuentros entre representantes de la superestructura popular, que a esta altura deberían ser tan necesarios como comunes. El jacobino medio pelo de redes sociales contribuye a instalar las letras moldes de la catástrofe que implica la parálisis política ante el avance del régimen reaccionario, por lo que se termina naturalizando la operatividad dantesca del sistema.

El dato, que en ese universo de memes y círculos cuadrados se deja de lado, es que en estos seis meses de gestión liberal libertaria la ofensiva política la ha tomado el Movimiento Obrero. Lo que determina la constitución necesaria de revalorizar la fuerza sindical no ya como un factor de resistencia, sino de acumulación de poder social. Sin embargo, los sectores progresistas que corroen internamente al Movimiento se empecinan en encarnizar la lucha contra los sindicatos, reproduciendo apotegmas de la derrota permanente.

A estas alturas, no queda en claro si ello es producto del desquicio ideológico que se imparte como patología autodestructiva o solamente es mera estupidez. No deja de ser llamativo el énfasis con el que algunos segmentos internos atacan a la Confederación General del Trabajo y al conjunto de las conducciones sindicales. Persiste un reclamo por encarnar una lucha sin cuartel y suicida contra el régimen que carece de bases racionales. La acción emocional puede redundar en derrota política si no se sabe utilizar con criterio y perspicacia el manejo de los tiempos.

Al mismo tiempo, estos sectores que militan el territorio del Yo, ponen un oído en las redes sociales y otro en su propio ego sobre-ideologizado. Subestiman a los trabajadores y se niegan a comprender el proceso en su total extensión. Idiotas útiles que sirven como quinta columna al mismo amo al que rinde cuentas Milei. Lo cual significa afirmar que todo tipo de liberalismo es enemigo del pueblo trabajador.

La confusión procede de la desubicación y esta de la falta de conducción. Ahora bien, estas condiciones sirvieron también para deteriorar el debate interno frente a proposiciones que nos trajeron hasta acá. La distorsión en la discusión en torno a la distribución del ingreso facultó a los gobiernos progresistas para naturalizar como cambios estructurales políticas públicas asistencialistas dirigidas a paliar situaciones coyunturales.

 

De este modo, una gran porción de la base social terminó aceptando que la inclusión por ingreso dirigida a sostener el consumo era una política social revolucionaria. En esa dirección se asumió, por ejemplo, que el establecimiento de la Asignación Universal por Hijo daba crédito a la conformación de un cambio estructural en términos de políticas estatales. Ninguno de estos componentes permitió apreciar que sostenía con ellos la aceptación de que la movilidad social ascendente estaba petrificada por las condiciones que imponía el sistema económico.

No se trata de negar el impacto “inclusivo” de las medidas sino de puntualizar que no fueron integradoras. Es decir, la AUH sustituyó al salario familiar, lo cual de cierta manera expresó las dificultades que tuvo el proceso para generar integración social por medio del trabajo. Lo cual nos lleva a visualizar que en los períodos progresistas se terminó por desvirtuar el sentido de la centralidad del trabajo como vertebrador de la movilidad social ascendente. El efecto que el asistencialismo, sostenido en el tiempo, tuvo sobre la masa de trabajadores empobrecidos o desocupados fue lapidario.

La pérdida de esta centralidad dificultó, al mismo tiempo, la discusión sobre el cambio de matriz productiva. Una advertencia que el Movimiento Obrero efectivizó en tiempo y forma y que no fue tenida en cuenta. Fue el sindicalismo, junto con la Iglesia y los Movimientos Populares, quien también alertó sobre la situación que atravesaban millones de pibes y pibas en la Argentina. Estos ejemplos evidencian la incapacidad de escucha que tuvieron los gobiernos progresistas.

Sí, progresistas. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. De lo contrario estaremos atascados con los escombros de nuestras propias miserias, desvalorizando lo que somos. ¿Se puede amar y defender lo que no se conoce? Durante muchos años se discutió si durante los gobiernos kirchneristas se propició un estadio superior al peronismo. Ese falso debate hizo demasiado daño. Sobre todo porque implicó repetir la historia como burla del destino.

Algunos se preguntan ¿dónde estamos parados? Otros miran al pasado con desdén y al futuro con recelo. Esas abstracciones se pierden en el barro de la historia cuando millones de compatriotas deambulan por la calle con la panza vacía. Quienes nos dan una patada en el culo, nos sacan de la ensoñación transhumana y nos mantienen despiertos son las organizaciones libres del pueblo.

En 2022 y aún antes, los militantes sindicales nos advertían que la situación de pobreza se expandía en todo el país. ¿Quién los escuchó? Durante la campaña electoral de 2023 no hubo lugar para prestar oído. La urgencia era no perder la elección. Pero era tarde. En uno de los actos que Sergio realizó al estilo de la política estadounidense, a los trabajadores se les exigía estar identificados con una pulserita. Esa insuficiencia detonó hacia adentro e hizo metástasis.

Ninguno de los pastores progresistas huele a oveja. Vamos, el campo popular también cuenta con profetas mesiánicos que no desean tocar a un pobre ni en figurita. Ellos y nosotros. La desperonización del campo nacional, la disolución del Movimiento. La pérdida de la causa. Todo ello compone un frente de descomposición interna que lleva a refrendar los pactos de cúpula con la democracia liberal. Así se justifican los giros vertebrales que realiza la dirigencia política en función de pactar con el régimen. A veces esos pactos son tácitos. No se trata de llorar sobre la leche derramada, se trata de situarnos.

¿Y ahora qué hacemos? Bueno, ahora hay que peronizar al peronismo y salir de la tierra de la confusión.

 

 

 

19/7/2024

 

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