Las consecuencias finales de la guerra civil sudanesa, que en pocas semanas más cumplirá dos años, son todavía imprevisibles, ya que su desenlace aparece tan incierto como distante.
Sí se conocen algunas cifras que muestran la fiereza de los combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), las antiguas milicias Janjaweed (jinetes armados). El grupo paramilitar, enquistado en la estructura del poder durante décadas, y que, como un tumor, cuando se lo quiso erradicar, se descubrió que ya era demasiado tarde.
Más de quince millones de desplazados, de los que unos tres millones y medio ya han escapado fuera del país; ciudades demolidas, la infraestructura en general destruida, incluyendo rutas, escuelas, hospitales, usinas eléctricas, plantas potabilizadoras, redes eléctricas, alcantarillado, comunicaciones, mercados, aeropuertos y el sistema productivo, particularmente el alimentario.
El número de muertos es prácticamente imposible de calcular. Los que nunca podrán ser menos de los setenta mil, ya que se están librando batallas y realizando bombardeos sobre barrios que ya habían sido demolidos íntegramente, una y mil veces, sin que hubiera posibilidades de que las víctimas pudieran ser rescatadas.
Lo mismo sucede en diferentes ciudades y centros urbanos de la región de Darfur, donde las FAR están terminando el genocidio interrumpido veinte años atrás contra las etnias zurga (negra: fur, masalit y zaghawa). Se sabe de fosas clandestinas con cientos de cuerpos, donde los paramilitares están ocultando el horror.
A la lista de padecimientos de los cincuenta millones de sudaneses se les suman los millones de niños a quienes les ha sido arrebatada su infancia. En el mejor de los casos, fueron arrastrados por sus padres a caminos inciertos, escapando de la guerra, para finalmente terminar hacinados en campos de refugiados, a los que les falta absolutamente todo.
Sin contar aquellos que fueron testigos de las muertes de sus familiares o han visto a sus madres y hermanas sufriendo violaciones masivas. Un arma en esta guerra, tan popular como las Kalashnikov o los lanzacohetes portátiles RPG-7.
Chad, una frontera cada vez más caliente
La región de Darfur, junto al núcleo urbano Jartum-Omdurman, es donde la guerra ha alcanzado sus puntos de mayor virulencia y por esta razón es que desde las cinco provincias darfuries se han generado olas de desplazados hacia el Chad, nación con la que comparten una frontera de mil cuatrocientos kilómetros, entre un millón y medio y ochocientas mil personas. (Ver: Chad-Sudán, la frontera de las viudas).
La llegada de ese vendaval de desesperados, que han desbordado todos los campamentos y las prevenciones de Naciones Unidas, ha puesto en alerta al Chad, que, a pesar de ser uno de los países más pobres del mundo, cuenta con uno de los ejércitos más poderosos de Sahel. Por décadas, la nación del lago fue el gendarme delegado por Francia en el corazón del África colonial francesa, influencia que, por decisión del gobierno del general Mahamat Déby, ya está en total decadencia, lo que está generando importantes tensiones internas, algunas alentadas desde París y Washington, obviamente, agravadas por la situación de los refugiados sudaneses en su frontera oriental.
Este contexto es lo que ha llevado a N’Djamena, que el pasado lunes veinticuatro advirtiera de una respuesta contundente en caso de cumplirse la advertencia del comandante adjunto del ejército de Sudán, el teniente general Yasser al-Atta, quien dijo que, tanto los aeropuertos de N’Djamena, la capital chadiana, como el Internacional Maréchal Idriss Déby de Amdjarass de la provincia de Ennedi Oriental, fronteriza con Sudán, “son objetivos legítimos” para el ejército de su país.
El general al-Atta también advirtió represalias a las autoridades de los Emiratos Árabes Unidos y Sudán del Sur, naciones que estarían involucradas en el apoyo de los paramilitares. Chad se reserva el derecho legítimo de responder “si un metro cuadrado de su territorio se ve amenazado”, dijo el portavoz del gobierno, agregando que los dichos del general al-Atta podrían ser considerados: “como una declaración de guerra si son seguidos de acciones”.
Mientras que los enemigos internos del presidente Déby, intentando llevar agua para su molino, hablan de “declaración de guerra”, “debilidad del gobierno” y que se deben tomar muy en serio las advertencias de Sudán. Según la oposición chadiana: “Desde hace más de sesenta años, Sudán hace todo lo posible para desestabilizar el Chad, orquestando rebeliones y apoyando a Boko Haram (en referencia al grupo terrorista de origen nigeriano que opera con mucha frecuencia en el lago del Chad)”.
Las amenazas del Ejército sudanés se sustentan en sospechas, hasta ahora con pocas pruebas, de la ayuda militar proveniente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) que llegaría a los aeropuertos nombrados, desde donde sería transportada a la frontera para ser entregada a los milicianos de las Fuerzas de Apoyo Rápido, a través del paso de Adré.
El general al-Burhan, el día veinticuatro, ha presentado denuncias contra los EAU ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Lo que N’Djamena, ya en octubre último, había negado: cualquier componenda con los emiratíes y cualquier otra implicancia en la guerra civil de sus vecinos. La presencia de Abu Dabi en Sudán, como también en otras naciones africanas en conflicto como Libia, Somalia o Etiopía, responde a sus intereses geoestratégicos y la captura de recursos naturales.
Los EAU son el principal comprador a nivel global de oro sudanés, un sector controlado de manera personal por el líder de los paramilitares, el seudo general Mohamed Hamdane Daglo, más conocido como Hemetti, quien, de ser un simple criador de camellos, se convirtió gracias a la explotación ilegal del oro en uno de los hombres más ricos de su país.
Otro punto de tensión entre Jartum y N’Djamena, es la presencia en el-Fasher, la capital de Darfur del Norte, que desde hace más de un año resisten al asedio de los paramilitares, grupos de autodefensa zaghawa, cuyo líder es nada menos que Ousman Dillo Djérou, hermano del líder opositor al gobierno chadiano Yaya Dillo Djérou, jefe del Partido Socialista Sin Fronteras (PSF) quien fuera asesinado por la inteligencia chadiana, en marzo del año pasado, durante la campaña electoral que llevó a la presidencia al general Déby. (Ver: Chad, una trama shakespeariana).
La etnia a la que pertenece la familia Dillo Djérou, los zaghawa, tiene mucha presencia tanto en Sudán como en Chad, donde han sido fuertes opositores al gobierno del general Idriss Déby, quien gobernaba el país desde 1990 hasta su muerte en combate, en 2021.
Lo que permitió el asalto al gobierno en aquel momento, a su hijo Mahamat, para que tres años después pueda convertirse en el actual jefe de Estado de manera democrática. (Ver: Chad, la tormenta perfecta). La situación de Sudán, al borde de cumplir dos años de guerra civil, más allá de la virulencia de sus actores, amenaza extenderse más allá de sus fronteras; Chad y Sudán del Sur podrían ser parte de un escenario donde todo sigue muy lejos de la paz.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
28/3/2025
