Internacionales

Somalia y al-Shabaab en un peligroso contexto internacional

*Por Guadi Calvo

A pesar de que, a lo largo de estos últimos dieciocho años, prácticamente todos los gobiernos que se sucedieron en Somalia han anunciado la inminente derrota del grupo fundamentalista Harakat aš-šabāb al-muŷahidīn (Movimiento de Jóvenes Muyahidines), conocido en Occidente como al-Shabaab, una de las khatibas más activas de África, acaba de cumplir dieciocho años de existencia y nada hace presumir que esté cerca su extinción.

Muestra de esto es que el pasado quince de agosto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debió votar la continuidad de la Misión de Transición de la Unión Africana en Somalia (ATMIS), una fuerza constituida por cerca de trece mil efectivos de varios países africanos, estacionados en Somalia desde 2007, y cuya continuidad fue centro de controversias a lo largo de los últimos dos años. (Ver: Somalia, a solas con el terror).

Si bien ha sido expulsada de las grandes ciudades, al-Shabaab sigue controlando vastas regiones del interior y con frecuencia ataca diferentes centros urbanos, entre los que se incluye la capital Mogadishu, que ha sido objeto de innumerables ataques, tanto contra objetivos militares como civiles.

El más reciente sucedió el pasado tres de agosto, que ha dejado cerca de cuarenta muertos y alrededor de doscientos heridos. El ataque tuvo como blanco una playa céntrica, donde han aplicado la táctica frecuente: tras el estallido de un poderoso explosivo, aparecen varios atacantes armados con fusiles y abren fuego contra todo lo que se mueva, confundidos por el estruendo.

En este último caso, el blanco fue un sitio conocido como el “Lido”, que ya había sido objeto de varios ataques. En el último junio, tras un asedio de diez horas al Pearl Beach Hotel, los atacantes asesinaron a seis civiles e hirieron a otros diez.

A lo largo de estos dieciocho años, y a pesar de todos los esfuerzos realizados, la insurgencia rigorista apenas solo ha sido contenida, lo que no ha impedido que, tanto en áreas rurales como urbanas, golpee con frecuencia. Con la suficiente disponibilidad de recursos para hacerlo, en muchas oportunidades de manera simultánea, en dos o tres lugares diferentes, distantes a cientos de kilómetros uno del otro.

A pesar de que la fuerza ATMIS, como el propio ejército somalí, con grandes operaciones terrestres que cuentan con el apoyo material táctico de los Estados Unidos, que realiza bombardeos puntuales, y que Turquía, con un importante contingente, opera como una fuerza policial, no han encontrado el método para evitar ataques y atentados.

El grupo al-Shabaab surgió en el año 2006, en pleno proceso de desintegración del Estado, cuando Somalia se precipitaba a la condición de “Estado Fallido”. Apareció como el brazo juvenil de la Unión de Tribunales Islámicos (Ittihād al-mahākim al-islāmiyya), que con una dirigencia bicéfala, por un lado el sheikh Hassan Dahir Aweys, líder del ala militar y a cargo del eje político-religioso, y por el otro el sheikh Sharif Sheikh Ahmed, se convertía en la fuerza político-militar más importante del país.

Los tribunales, continuadores de la organización integrista al-Itihaad al-Islaami (La Unión Islámica), formada en 1983 como resultado de la unión de diferentes grupos takfiristas que operaron en Somalia entre los años ochenta y principios de los noventa, ya mantenían contactos con un inaugural al-Qaeda. En plena anarquía, los Tribunales impusieron la sharia (ley coránica), apoyados por pequeños grupos sociales, profesionales, comerciantes y líderes clánicos, que subsistieron a los años de la guerra civil, que se inició en enero de 1991 con la caída del presidente Siad Barre y que, con diferentes alternativas, sigue hasta hoy.

Ellos fueron la única opción de conseguir algún tipo de seguridad jurídica frente a los abusos de los señores de la guerra, que trozaban al país según la suerte de sus batallas.

A medida que los Tribunales profundizaron su radicalización, al-Shabaab fue tomando mayor preeminencia, primero con un acotado poder policial, que les permitió tomar el control de Mogadishu, logrando por primera vez desde 1991 que la capital estuviera en manos de una sola organización y ocupar grandes regiones del país, asentados fundamentalmente en el sur junto a la frontera con Kenia.

Gracias a los recursos y la financiación recibida desde el exterior con fondos, armamento, entrenadores y voluntarios, al-Shabaab pudo convertirse en una fuerza militar que les permitió vencer en 2006 a la Alianza para la Restauración de la Paz y la Lucha contra el Terrorismo o ARPCT, en la que diferentes señores de la guerra se habían agrupado a iniciativa de los Estados Unidos.

Financiaciones y financiadores

Dos hitos fundamentales en la historia de la organización se produjeron en 2011, año en que finalmente al-Shabaab fue expulsado de Mogadishu por tropas de la Unión Africana (UA) junto a un embrionario ejército somalí. Tal derrota quiso ser disimulada por los muyahidines, declarando que la retirada de la capital había respondido solo a “un cambio en su táctica militar”.

En 2012, al-Shabaab, dos años antes de la aparición en Irak de Daesh, realizaría su juramento de lealtad o Willat a al-Qaeda, lo que terminó de convertir a la khatiba somalí en un ejemplo para muchas otras organizaciones similares de todo el mundo islámico.

Con esa integración a la organización fundada por Osama bin Laden, los rigoristas somalíes iban a llegar a ser el grupo más letal entre los tributarios de al-Qaeda. Con una fuerza estimada de entre siete mil y doce mil hombres, su virulencia supera a Jama’at Nasr al-islām wal muslimin (Grupo de Apoyo al islām y los musulmanes), cuyo teatro de operaciones abarca una vasta región del Sahel, que se extiende desde el norte de Malí al Golfo de Guinea, operando fuertemente en el norte de Burkina Faso y el noreste de Níger.

El actual gobierno del presidente somalí, Hassan Sheikh Mohamud, entre los principales frentes de combate que ha abierto para contrarrestar la insurgencia, está siendo el financiero. Por lo tanto, se busca bloquear los canales de transferencia electrónica de fondos desde el exterior y los recursos conseguidos por sus importantes campañas de impuestos extorsivos, además del contrabando y el blanqueo de capitales fuera de Somalia, en lugares como Dubái, Kenia, Uganda, Chipre e incluso Finlandia. Estas actividades les han permitido a los terroristas estabilizar sus finanzas después de las grandes pérdidas sufridas entre 2006 y 2007, y desde 2011 al 2016, años en que los Estados Unidos tuvieron una importante presencia en el conflicto.

Si bien el ejército somalí, en estos últimos años, ha mejorado mucho su nivel de combate y organización, todavía no está en condiciones de llevar solo la guerra. Con casi veinte mil efectivos entrenados por militares estadounidenses y turcos, han conseguido reducir las tasas de deserción y un significativo espíritu de cuerpo, aunque subsisten importantes bolsones de corrupción y el reclutamiento de más efectivos se encuentra limitado por la presión de los múltiples clanes, que siguen constituyendo la base de la sociedad somalí. Son escasas también las posibilidades de lanzar grandes ofensivas y realizar grandes movilizaciones de tropas de una región a otra del país.

Recientemente, al espectro del conflicto somalí acaba de incorporarse un nuevo jugador: Egipto, que el martes veintisiete de agosto entregó, por primera vez en cuarenta años, a Mogadishu, una gran cantidad de armamento.

Este acercamiento responde a una jugada de El Cairo, en prevención de la posibilidad de que por fin estalle el anunciado conflicto con Etiopía, país con el que tanto Somalia como Egipto tienen profundas diferencias. En el caso somalí, por el arrendamiento de tierras al gobierno separatista de Somalilandia para la construcción de un puerto, a lo que Mogadishu calificó como un ataque a su soberanía y ha amenazado con bloquear la iniciativa “por todos los medios necesarios”.

Mientras que el enfrentamiento entre Addis Abeba y El Cairo estriba en la puesta en marcha de la “Gran Represa del Renacimiento Etíope”, una mega inversión china en ese país, acompañada de la construcción de una línea ferroviaria y una gran autopista que comunica la capital etíope con los puertos del Mar Rojo. La presa hidroeléctrica restará un importante flujo de agua al río Nilo, condenando a miles de agricultores egipcios con el golpe que puede representar a la economía de ese país.

En este contexto, toda la región del Cuerno de África podría entrar en un peligroso estado de inestabilidad que, acompañado de las operaciones Houthis en el Mar Rojo, podría tener dimensiones imprevisibles.

 

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 

 

 

3/9/2024

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