Internacionales

Somalia: Un olvido de Dios

*Por Guadi Calvo

Por más de doce años, el grupo terrorista al-Shabab ha realizado incontables operaciones a lo largo de todo el territorio somalí; entre ellas se cuentan decenas en el interior de la misma Mogadiscio, la capital del país, que, en algunos casos, han dejado más de quinientos muertos civiles en un solo atentado, como el que se produjo el 14 de octubre de 2017.

Para la AFRICOM (Mando África de Estados Unidos), al-Shabab es la khatiba más grande y activa de la red de al-Qaeda del mundo, incrementando la tasa de muertes entre 2022 y 2023 en un veintidós por ciento. Este es el período en que también ha doblado sus acciones a lo largo de la frontera con Kenia.

La guerra de al-Shabab por imponer un estado rigorista al estilo afgano continúa y está muy lejos de detenerse. El grupo controla vastas áreas rurales en el centro y sur del país, donde ha tomado pueblos y pequeñas ciudades, llegando a operar con cierta frecuencia en Kenia y Etiopía. Más allá de los esfuerzos de la contrainsurgencia por limpiar esas áreas y expulsarlos de las plazas ocupadas, se produce una constante toma y retoma de esas poblaciones.

En ese ida y vuelta, es la población la que paga las consecuencias, acusada de colaborar con uno u otro bando, produciéndose ejecuciones, saqueos de viviendas, robos de ganado y cosechas, además de las levas que tanto el Ejército Nacional de Somalia (ENS) como al-Shabab practican para incrementar el número de combatientes, dejando sin jóvenes a esas localidades.

Las acciones terroristas, que han dejado miles de muertos, heridos, secuestrados, desaparecidos y la destrucción de importante infraestructura, han obligado a cada uno de los ocho gobiernos que se han sucedido desde que los terroristas habían sido desalojados de la capital un año antes, en algunos casos vertiginosamente y en otros, como el actual presidente Hassan Sheikh Mohamud, han sido reelectos, debiendo colocar la violencia como tema prioritario.

A pesar del maremágnum de padecimientos que, a diario, deben soportar los cerca de dieciocho millones de somalíes—pobreza, hambrunas, epidemias, el cambio climático que ha comenzado a producir sequías más intensas y continuas (2011-2012, 2016-2017 y la más grave de estos últimos cuarenta años, 2020-2023)—, y que luego se resuelven con inundaciones, produciendo, en algunos casos, la pérdida total de la producción agrícola, o que la mayoría de la población de una ciudad de 400 mil habitantes, como Beledweyne, en el centro del país, haya tenido que escapar de las aguas.

A esto se le agrega un considerable aumento de la temperatura; rivalidades étnicas y tribales; desgajamiento del propio territorio, como los casos de Puntlandia y Somalilandia; piratería; y disputas diplomáticas y territoriales con sus vecinos, como Etiopía y Kenia. Esta es la problemática por la cual Somalia, al no poder brindar a la población ni educación, ni cobertura sanitaria, ni seguridad, se convierte en el clásico ejemplo de “Estado fallido”.

Más allá de que en estos últimos dos años haya salido del foco de atención internacional, no ha sido a causa del mejoramiento de la situación, sino quizás por aburrimiento de la prensa, o porque otras guerras, como la de Ucrania desde 2022, Gaza 2023, Tigray (Etiopía) entre 2020-2022, la actual guerra civil sudanesa desde 2022, o los golpes de Estado en diferentes países del Sahel (Burkina Faso, Mali y Níger), que han echado a rodar una nueva ola anticolonialista en África, han quitado a Somalia del radar mediático, a pesar de que la guerra entre el Ejército Nacional de Somalia (ENS) y la franquicia para el Cuerno de África de al-Qaeda, al-Shabaab, continúa sin dar espacio a relajamiento alguno.

La anunciada “guerra total” contra el terrorismo del presidente Mohamud, tras su retorno al poder en 2022, continúa de manera constante, aunque los muyahidines no dan señales de agotamiento. Para esta nueva estrategia, Mogadiscio cuenta con el apoyo esporádico de las aviaciones de Estados Unidos y Turquía, fuerzas de autodefensa regionales y la cada vez más reticente Misión de Transición de la Unión Africana (ATMI, más conocida como AMISOM por sus siglas en inglés), presente desde 2007 y cuya impotencia ha obligado a varios gobiernos africanos que participan en ella a plantearse retirarse de la operación administrada por Naciones Unidas (Ver: Somalia, a solas con el terror).

Es en este contexto que el gobierno del presidente Mohamud continúa sus acciones contra los wahabitas, obteniendo en algunos casos éxitos someros amplificados por la prensa local. Según se ha conocido, el pasado lunes 22 de julio, decenas de muyahidines, incluyendo dos emires, murieron cuando el ejército somalí, junto a un grupo de autodefensa, repelió tres ataques coordinados contra puestos militares en las localidades de Bula Haji, Mido y Harbole, en el Estado de Jubbaland, a ochenta kilómetros de la ciudad portuaria de Kismayo, una de las más importantes del sur del país, a unos ciento cincuenta kilómetros de la frontera con Kenia.

Las tres aldeas atacadas habían estado bajo el control de los insurgentes hasta el mes pasado. Según fuentes oficiales, durante los combates el ejército habría eliminado entre 80 y 135 terroristas e incautado una gran cantidad de armamento.

En sus comunicados, los terroristas afirman haber causado más de setenta bajas a las fuerzas del gobierno, mientras que la versión oficial sostiene que solo habrían muerto cinco efectivos del ENS. En diversos videos difundidos después de los combates, se han podido ver unos treinta y cinco cadáveres con uniformes militares cerca de la aldea de Buulo-Xaaji. En dicha jornada, al-Shabab también disparó fuego de morteros contra la base en Bar Sanguni, tratando de impedir la llegada de refuerzos al núcleo de los combates.

El pasado 6 de julio, siete meses después de que se levantara el embargo de armamento sostenido por cerca de treinta años contra Somalia por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, una buena parte de ese material fue requisada por un clan local.

El asalto a una columna de vehículos que transportaba armamento pesado, donde murieron al menos cinco personas, se produjo en las cercanías de la ciudad de Abudwaq, en el estado de Galmudug, en el centro del país. Entre el armamento robado figuraban ametralladoras, armas antiaéreas y granadas propulsadas por cohetes, de procedencia etíope, que presumiblemente podrían terminar en manos de al-Shabab.

Los diferentes clanes del país han conformado milicias de autodefensa, que han combatido junto al ENS contra los terroristas, aunque también en diferentes ocasiones se han enfrentado entre ellos por disputas por tierras y recursos. Es en el contexto de esta larga guerra y sus consecuencias inmediatas, así como del cambio climático, que han obligado a cerca de cuatro millones de somalíes a abandonar sus lugares para convertirse en desplazados internos, mientras que otros 700 mil se han marchado al extranjero.

Sin un lugar donde volver

Los desplazados apenas pueden ser contenidos en alguno de los casi 2.500 campamentos que se han levantado, en muchos casos improvisadamente, a lo largo del país, pobremente asistidos, con escaso acceso a agua potable ni sanitarios, lo que solo ayuda a profundizar la crisis humanitaria. Al mismo tiempo, los terroristas impiden la llegada de asistencia alimentaria e insumos médicos.

Muchos han preferido la seguridad de establecerse en la capital o en alguna otra gran ciudad, donde se sostienen dedicándose a la mendicidad o a tareas con mínimas posibilidades económicas, como la venta de khat, una hoja cuya mascadura produce efectos relajantes, mientras que se ha producido un importante crecimiento de la prostitución.

La gran mayoría de estos campos son levantados en propiedades privadas, cuyos dueños los desalojan por la fuerza, asistidos bien por las autoridades o por matones que obligan a los desplazados a salir a la ruta. Estas personas, en muchos casos después de deambular por semanas sin rumbo determinado, mientras son acosadas por los insurgentes e incluso el propio ejército, que les quita el poco grano que habían podido recoger antes de lanzarse al camino, se ven obligadas a no demorarse para asistir a un enfermo o enterrar a un muerto debido a la persecución y el miedo.

Al ritmo de la guerra y las sequías, el desplazamiento se ha convertido en un fenómeno cada vez más frecuente y prolongado, hasta llegar al punto de convertirse en permanente. Ya sin tierras y prácticamente sin esperanzas de sobrevivencia por los diferentes males que los golpean, millones de somalíes ni siquiera pueden orar a ese Dios que los ha olvidado.

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 

 

 

 

26/7/2024

 

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