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Somalia: el retorno de los brujos

La larga inestabilidad de Somalia, que desde 1991 sufre recurrentes guerras civiles y violentos cambios de gobiernos que fracasan al intentar asentarse en un complejo mosaico de poderes clánicos y tribales, que en muchos casos tienen intereses opuestos, no pudo evitar a partir de 2006 la presencia del terrorismo wahabita, que, desde entonces, como un fantasma, persigue a los casi veinte millones de somalíes.

Las ofensivas antiterroristas del gobierno del presidente Hassan Sheikh Mohamud entre 2022 y 2023 parecieron, por fin, de una vez y para siempre, empujar al abismo a al-Shabaab, la letal franquicia de al-Qaeda en el Cuerno de África, donde opera desde 2006.

Este grupo, tras ser expulsado de Mogadishu en 2011, se diseminó en varias regiones del país, donde abriendo múltiples frentes. Creando santuarios desde donde generaban ataques a bases, emboscadas a convoyes tanto del Ejército Nacional de Somalia (ENS) como de las diversas Misiones Internacionales (Naciones Unidas, Unión Africana) que con poca suerte han intentado erradicar el terrorismo wahabita. Que con mayor o menor frecuencia continuó con sus ataques y atentados, en el corazón de Mogadishu y otras ciudades, tomando pueblos, obligando a miles de jóvenes a incorporarse a sus filas.

Por lo que a lo largo de todos estos años se estima que ya han provocado cerca de veinte mil muertos y millones de desplazados. Como si todo esto fuera poco, para que el drama sea total, ya a las críticas condiciones climáticas naturales se le ha sumado el cambio climático, con lo que se ha profundizado el régimen de sequías y lluvias, haciendo fracasar hasta cinco cosechas anuales de manera consecutiva, lo que obviamente genera un espiral de necesidades, de las que el gobierno no cuenta con recursos para solucionar y el apoyo de entidades internacionales es cada vez más escaso. Recorte del presidente Trump de por medio.

En este mapa reaparece, una vez más, el fantasma del terrorismo, nunca resuelto del todo, instalándose en el centro de la escena. Por eso otra vez nos encontramos con ataques que dejan docenas de muertos y la posibilidad de la profundización del terror.

Sin necesidad de remontarnos mucho tiempo atrás, surgen informaciones como las del miércoles veintiuno, en que se conoce que cuarenta y cinco muyahidines murieron en una operación antiterrorista en las regiones de Hiran y Bajo Shabelle, centro-sur de Somalia. Según informó la Agencia Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISA), los ataques con drones, coordinados por el AFRICOM (Mando Militar de Estados Unidos en África), se iniciaron el día martes por la tarde y se extendieron hasta la madrugada del día siguiente.

El contingente de khawarij (denominación del gobierno somalí para referirse a los milicianos de al-Shabaab) había sido detectado en la zona de el-Hareeri (Hiran), a unos doscientos kilómetros al norte de Mogadiscio, la capital del país. Entre los muertos se encontraría el responsable de los comandos que realizaron la serie de ataques con morteros contra diversos objetivos en Mogadiscio durante 2023.

El domingo anterior al ataque contra los terroristas, en el-Hareeri, un comando de al Shabbab atacó un cuartel en Mogadiscio, que dejó una docena de muertos y cerca de quince heridos. El martes en la madrugada, en otra operación reivindicada por al-Shabaab, golpeó el barrio de Halane, próximo al Aeropuerto Internacional Aden Adde de Mogadiscio. Según testigos, habrían sido por lo menos cinco los morteros que alcanzaron a golpear, al tiempo que se producían corridas y disparos.

En el comunicado de la organización terrorista que reconoce como propia la operación, llama al distrito de Halane “centro de comando de sus enemigos”. Dicho barrio, cuenta con importantes condiciones de seguridad, ya que se asientan oficinas y viviendas del personal de diversas misiones internacionales como la de las Naciones Unidas, la Unión Africana, varias ONG y embajadas.

Este ataque se produjo apenas días después de que un shahid (suicida) se martirizara en cercanías a la base militar de Damaanyo en la capital, donde consiguió asesinar a trece aspirantes a ingresar al Ejército Nacional de Somalia (ENS).

Con atentados, ataques abiertos y la utilización de shahid, desde hace varios meses, al-Shabaab, desarrolla una amplia ofensiva en torno a la capital, habiendo duplicado sus acciones en comparación al mismo periodo del año pasado. Llegando a mediados de marzo a estar a punto de atentar contra la columna en la que el presidente, Hassan Sheikh Mohamud, se dirigía hacia el aeropuerto, habiendo salvado su vida gracias a que su escolta pudo sortear una emboscada.

Mogadishu, como nunca en los últimos diez años, sufre el asedio de las khatibas. Que que se han apoderado de áreas cercanas a la capital y controlan la ciudad de Afgooye, a unos treinta kilómetros al sur de la capital, y la de Balcad, una treintena de kilómetros al norte de Mogadishu.

El retroceso en la seguridad, ha obligado al gobierno a recurrir a policías y guarda cárceles para la vigilancia y control de Mogadishu, debido a la falta de efectivos militares, abocadas a operaciones de contención en el interior de Somalia, donde los terroristas tienen una importante presencia en regiones como Jubaland, Galmudug, Hirshabelle y, también en Punt y Khatumo.

Incluso, en algunos estados del centro del país, los terroristas han recuperado ciudades que habían perdido en la ofensiva gubernamental del 2022-2023, como la de Adan Yabal en Shabelle Medio. La que comandos integristas atacan de manera constantes.

En Wargaadhi (Shabelle Medio) donde según fuentes oficiales, habrían muerto veinticinco insurgentes. Al tiempo, que los terroristas afirman haberla ocupado junto a una base militar en la que revistan tropas de elite conocidas como Danab (rayo), fuerzas especiales y los grupos de autodefensa, Ma’awisley (por su vestimenta tradicional, similar a los sarongs del sudeste asiático), conformados por miembros del clan local Hawadle.

De concretar al-Shabaab esa ocupación, pondría en riesgo el transito de la ruta de abastecimiento fundamental, entre Mogadishu, a doscientos kilómetros al suroeste, y el estado central de Galmudug, con lo que los muyahidines pretenden consolidar posiciones para impedir el tránsito rápido de tropas y mercancías.

Otra vez en la línea cero

A pesar de que el terror, otra vez abandona su condición espectral para corporizarse con su agobiante presencia, todavía parece distante la posibilidad de que al-Shabaab, intente tomar el control de Mogadishu, el que ya tuvo entre 2007 y 2011.

Con una fuerza estimada entre los ocho y los doce mil hombres, los integristas no estarían en condiciones de apoderarse de la capital, con una población cerca de los tres millones de almas, y sostenerla por mucho, ya que significaría un costo en hombres y recursos muy elevado.

Por ahora la idea parece ser mantenerse expectantes en torno a la ciudad, mientras trabajan políticamente con diversos clanes, para lograr un punto de acuerdo que les permita asaltar el poder en la capital federal. En otras oportunidades, al-Shabaab ya había conseguido este tipo de alianzas, mientras que los gobiernos pro occidentales, que intentaron controlar el país a partir del 2011, han intentado licuar el poder de estos clanes.

De todos modos, sin importar ya cuál sea el contexto, a los grandes poderes occidentales les sirve la instabilidad en África, donde China cuenta con multimillonarias inversiones y Rusia tiene un gran predicamento político y militar en por lo menos una media docena de países.

Por lo que la crisis que vive Somalia conecta con el agravamiento, con la creciente inseguridad en varios y muy específicos puntos de África.

El resurgimiento con inusitada fuerza de Boko Haram y el Estado Islámico Provincia del África Occidental (ISWAP), en Nigeria, el corrosivo avance de las franquicias del al Qaeda y Daesh en el Sahel y algunos países del Golfo de Guinea; dando de lleno a Burkina Faso, Mali y Níger, aliados de Moscú y Teherán; los resientes ataques, después de meses de silencio del Ahlu Sunnah wa Jama’ah o ASWJ (La gente de la Sunnah y la comunidad) en la reserva natural de Niassa, entre las provincias de Cabo Delgado y Niassa, en el norte de Mozambique, que dejaron al menos diez muertos.

Los recientes choques armados entre las bandas militarizadas progubernamentales de Trípoli (Libia) que se disputan los negocios (tráfico de personas, armas y droga) que les toleran tanto Naciones Unidas como la Unión Europea; la guerra civil de Sudán; el renovado conflicto político-militar en Sudán del Sur; la crítica situación en el este de la República Democrática del Congo.

A lo que hay que sumar la posibilidad de una nueva guerra civil en Etiopía, donde al menos dos regiones, Oromia y Amhara, parecen estar discutiendo la influencia de Adís Abeba y del primer ministro Abiy Ahmed. La creciente tensión entre N’Djamena y Jartum, debido a los centenares de miles de refugiados que se han instalado en el este del Chad, escapando de la guerra sudanesa. Parecen ser, más que fantasmas, viejos brujos que están retornando.

 

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central.

 

 

 

26/5/2025

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