Siempre fue contra Perón

Por Gustavo Ramírez 

Yalta, 1945. Winston Churchill, Primer Ministro de Inglaterra, declara: «No dejen que Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina». La oligarquía liberal local asumió la responsabilidad que le volvía a encomendar la Corona y desplegó sus fuerzas políticas, mediáticas y judiciales para evitar que nuestro país alcance la independencia económica y la soberanía política. Desde entonces, subordinada al «imperio», se dedicó a perseguir a los trabajadores, como antes lo había hecho con el gaucho.

En 1955, la mal llamada Revolución Libertadora llegó para cumplir el mandamiento británico. Impuso la libertad de comercio y restringió todo despliegue de las fuerzas populares. Al mismo tiempo, intentó destruir todo vestigio de historia popular a través del canon disciplinador de la persecución, el encarcelamiento, la desaparición y la muerte. Por entonces, en un discurso que brindó en la Cámara de los Comunes, Churchill expresó, rebosante de felicidad: «La caída del tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio, y tiene para mí tanta importancia como la victoria de la Segunda Guerra Mundial, y las fuerzas del Imperio inglés no le darán tregua, cuartel ni descanso en vida, ni tampoco después de muerto».

Lo que resultó ser una declaración de guerra contra el pueblo trabajador argentino fue naturalizado por las élites urbanas y restituyó la  fuerza bruta de la oligarquía liberal que impuso, a sangre y fuego, la razón de la dependencia disfrazada de sugestiva libertad. Fusilaron sin miramientos a aquellos héroes de la Patria que dieron la vida por Perón: Tanco y Valle sirvieron como ejemplos disciplinadores. Pero, como dijo un escritor de la aristocracia intelectual: el peronismo es incorregible.

Los hombres y mujeres de la Resistencia cargaron la sangre de sus hermanos y asumieron la causa justicialista como propia. La proscripción de Perón alimentó la bravura de los humildes hidalgos que combatieron al régimen en distintos frentes. La oligarquía, que siempre desdeñó la cultura popular, no pudo confrontar con el mito peronista, con su esencia ética. Quizá por eso, se arrastró más y, al mismo tiempo, se ensañó con un odio profundo contra todo aquello que tuviera un resquicio de identidad peronista y, por ende, nacional.

La historia se repitió con mayor crueldad, cuando los fariseos apátridas de las Fuerzas Armadas tomaron el gobierno en 1976. En aquella oportunidad, trataron de dar el ejemplo con la expresidenta María Estela Martínez de Perón. La encarcelaron y, bajo el martirio psicológico y físico, intentaron callarla. La narrativa de los ’70 pareció maldecirla tanto como a Perón. Los escribas del régimen, que se bañaban en las turbias aguas de la revolución utópica, arremetieron contra el peronismo en nombre de una visión ilustrada, reproductora de la pedagogía anglo-norteamericana, e impulsaron la tergiversación de los hechos históricos para capitalizar el poder cognitivo de los restauradores del «orden».

La democracia liberal no remedió el daño. Por el contrario, lo agudizó. El destrato a la Patria, a los más humildes y a los trabajadores se naturalizó, como se legitimaron los clavos del Nazareno en la cruz. La pedagogía de la dependencia se fue edulcorando a través de relieves ásperos, construidos al calor de maquinaria electoral. Pero la guerra contra el pueblo no acabó. Estaba ahí, agazapada, contenida tras el telón de una democracia nacida débil, maltrecha, de baja intensidad.

Tal vez ahora, con el frío del nuevo invierno que se acerca y con el avance de un nuevo período de oscuridad, muchos puedan entender las lágrimas que enjuagaban los ojos de nuestros mayores cuando nos hablaban de Perón. Me sorprende el recuerdo de mi abuelo, emocionado, contándome sobre el triunfo de una huelga en Dodero. O su voz quebrada al narrarme cómo fue el transcurrir del tiempo cuando salió a la calle para llorar a Evita y, más tarde, al General.

La memoria histórica, popular, es también soberanía. Es por eso que todo el tiempo el enemigo recurre a distintos artilugios para sortearla o borrarla. Con la restauración oligárquica libertaria, la intentan sabotear, pisotear, humillar. Una vez más, evidencian su desdén por la Patria y no ocultan que aborrecen a su pueblo. Será por eso que eligieron a un sujeto maldito como Milei. Un bruto devenido en paradigma de la civilidad decadente. Un esperpento sumamente peligroso.

Argentina está rota porque siempre estuvo en guerra. Una lucha silenciosa que produjo y produce muertes y desgarramientos internos que sirven a los mismos intereses de siempre. No es curioso que la memoria vea al fantasma de Churchill paseándose por los pasillos de Comodoro Py, alumbrado por la risa estéril y cadavérica de Margaret Thatcher. Por otro lado, no llama la atención que Milei juegue, en esta ópera absurda, a ser el bufón de la Corte. Lo lamentable de todo esto es que cada acción contra natura implica que nuestros niños pierdan la infancia y que nuestros viejos dejen la vida en la pelea contra la represión.

El país no se quebró el último martes con el fallo contra Cristina Kirchner. El territorio estaba hecho pedazos desde mucho antes, solo que se le pusieron parches. Basta con mirar un poquito para atrás: 2001. Otra vez la redundancia de la historia. No es necesario sobreactuar patriotismo mediático para entender qué es lo que ocurre. Es lo mismo. La civilización se yergue sobre las ruinas del imperio para tratar de domar a la horda bárbara que exige Justicia Social, mientras acomete contra todos los recursos materiales y espirituales y diserta estúpidamente sobre la libertad.

Los militantes se agolpan en las inmediaciones de la casa de Cristina Kirchner. Se rozan como buscando calor en una noche fría. Saltan, cantan. Por un instante el tiempo se detiene, pero no se escucha nada. El ruido no deja percibir los sonidos que emite la conducción natural del Movimiento. La respiración de la coyuntura parece sustentada por la Inteligencia Artificial. La incontinencia ideológica vuelve a generar confusión. Aun así, hay abrazos, risas, lágrimas, bronca y ganas de cambiar todo de un tirón.

Es ahora que el peronismo debe volver. No en una elección. Ya no se necesitan las migajas de un cargo. Eso se torna secundario. No se trata de Cristina. Se sigue tratando de Perón. Siempre fue él y contra él. Solo que no siempre se tiene dimensión de su estatura histórica. El mito fundante no es octubre de 1945. Es 1943, la Secretaría de Trabajo.

Parece que estamos a tiempo. La historia se está volviendo a escribir.

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