¿Cuál es la razón por la que técnicos tan disímiles entre sí, como lo son Almirón, Martínez, Gago y Russo, hagan jugar a Boca de la misma manera? La respuesta incluye de manera certera y filosa a un nombre propio: Riquelme. Desde su asunción en la presidencia del club, el crack del fútbol de la ribera ejerció un doble juego que no permite a los técnicos adquirir vuelo propio. Esto no quiere decir que no tengan responsabilidad del mal momento futbolístico que atraviesa el club de la rivera.
Más allá de la conformación del Consejo de Fútbol, un grupo de camaradería más que un equipo de trabajo, Riquelme ejerció el rol de doble comando: administra el club e incide en las decisiones de juego de Boca. Se podrá alegar que es una manera de ejercer el cargo; sin embargo, la gestión del último 10 evidencia fisuras no solo en términos deportivos, sino también en términos de conducción.
En este contexto, la llegada de jugadores tiene más relación con los gustos del presidente y sus amigos que con decisiones tomadas desde el banco de suplentes por los técnicos nombrados. Así se apela más a la capacidad individual de tal o cual jugador antes que a la necesidad de conformar un equipo. De esta manera, Boca se repite en el tedio y replica errores. Esto se volvió a ver el último domingo en la cancha de Argentinos Juniors, donde el equipo de Russo se reiteró entre la confusión y la disolución del juego.
En el primer tiempo, los de la Paternal pudieron profundizar la crisis xeneize, pero su falta de efectividad le dio sobrevida a un equipo sin amor propio y con serias dificultades para ubicarse en tiempo y espacio. Boca perdió el rumbo y en ningún momento encontró la brújula. El partido le quedó grande y dio la impresión de que los jugadores deseaban que los minutos se acorten.
¿A quién escucha Riquelme? El presidente de Boca se jacta todo el tiempo de que Boca es de los socios. Ese error conceptual lo conduce a perder de vista el trasfondo de la trama. Primero, porque Boca no es solo de un puñado de personas beneficiadas con la privatización de las tribunas. Segundo, porque existe un reclamo de la masa societaria para que el equipo muestre algo distinto dentro de la cancha. Tercero, el presidente se olvida de los hinchas y de la historia que define la identidad de juego, algo que anteriormente hicieron Macri y Angelici, aunque ambos pueden demostrar logros importantes en términos futboleros. Paradójicamente, una gran parte de los títulos obtenidos en la era macrista se lograron con Riquelme en la cancha.
Durante su campaña electoral, el 10 hizo eje en la centralidad de la identidad de juego de Boca. Pero su visión histórica no se remite al Toto Lorenzo o al Maestro Tabárez. Nace y muere en la era Bianchi y en la camada de jugadores que él integró. Para atrás parece no haber nada. Esta visión deposita una mirada distorsionada sobre el presente: el trazado analítico deriva en diagnósticos equivocados. Por lo tanto, las decisiones que se tomen en base a los mismos serán inadecuadas.
La dirigencia de Boca está todo el tiempo a la defensiva y sus acólitos la victimizan. Así, es que existe una conspiración internacional para bajar de un hondazo al ídolo. Lo real es que los riquelmistas ponen a Román por encima de Boca y se subordinan a un engranaje que no ha sido disruptivo con lo anterior y solo evidencia un enmascaramiento de lo real concreto. En el medio, hace ocho partidos que el equipo de primera no gana.
Las declaraciones demagógicas no llenan los espacios vacíos ni hacen que Velasco gambetee. Por el contrario, asumen una representación sustentada en la idolatría y en una conducción personalista que fomenta el seguidismo. Desde hace dos años, la crisis se quiere paliar con golpes de efecto: Cavani, Herrera, Paredes. El dispositivo de propaganda funciona cuando se torna emotivo y se arraiga en el hinchismo de los nombres. Todo este aparato se monta para contrarrestar el efecto negativo de la coyuntura, pero apenas rueda la pelota se desarma y el Rey queda desnudo.
En el club de fans de Riquelme existe una convicción a priori, ampliamente sustentada por la evocación emotiva de las declaraciones demagógicas de los jugadores, los técnicos, los integrantes de Consejo de Fútbol y por el propio Riquelme: esto de Boca es un mal momento, hay un equipazo y en seis meses se revierte. De este modo se justifican la derrota digna contra el Bayern Múnich y el empate con el Benfica. Al mismo tiempo, se minimiza el hecho de no haberle podido ganar al semiprofesional e ignoto Auckland City. Lo anormal se naturaliza con insufrible parsimonia, no para cuidar a Boca, sino para proteger a Riquelme.
Boca y sus circunstancias. Aunque no parezca, el crédito de Russo está agotado. Se comenzó a gastar en el Mundial de Clubes, precisamente por no poder sostener los resultados y al no ganarle al equipo neozelandés. El domingo tocó fondo. En la Paternal paró un equipo que no pateó al arco en todo el primer tiempo y, en el segundo, la única que tuvo la desperdició. Otra vez, la misma película. Ya conocemos el final.
Hay más. Podemos ocupar el rol de malos pensadores. ¿Se puede confiar en un equipo que lleva en su camiseta la publicidad de una casa de apuestas? Acá la pasión se diluye. De la misma manera que la identidad de La Boca se ve tragada por la voraz imposición del Hard Rock Café en la Bombonera. “Poderoso caballero es don Dinero”. El fútbol es un negocio y sus penas son propiedad de los hinchas. Eso es todo para algunos.
¿Cómo pueden ser parte de la solución quienes son los propiciadores del problema? Entre la confusión imperante, los exégetas de Riquelme no permiten la crítica ni son autocríticos. O se está con Román o se está contra él. Boca queda subordinado a una apariencia y se lo relaciona con un significante vacío. Muchos de estos hinchas de los nombres ni siquiera conocen el barrio que alteran los días de partido. No conocen su biografía, su identidad, su pasión, su calvario, su vida.
Está bien, es entendible. Román no dejará de ser nunca el jugador que fue, pero está poniendo en riesgo su capital simbólico. Sus acérrimos defensores declinan y le hacen más daño que favor. Olvidan que Riquelme no hizo grande a Boca, Boca hizo grande a Riquelme. Es un momento difícil que amerita dejar de lado los narcisismos y los caprichos personales. Sin dudas hay errores compartidos en este presente. Sin embargo, la defección de la conducción tiene impacto determinante sobre lo actual, es indisoluble, sobre todo porque las decisiones equivocadas no se han corregido, persisten.
Boca está en caída libre y mientras cae hay quienes le tiran golpes para seguir lastimándolo. Si no se toma conciencia de lo que ocurre y se resuelve en función de las necesidades colectivas, los enemigos internos y externos, acostumbrados a alimentarse de la carroña, harán su trabajo. La cuestión es saber si Román y sus amigos quieren detener la caída. El hincha de Boca espera al menos un par de señales.